No parece muy evidente qué ganamos los chilenos con la votación de la Cámara sobre la ley de fármacos. Más bien da la impresión que sobre lo importante la gente perdió.
Una vez más se ha podido conocer el escandaloso lobby que sin regulación alguna pueden realizar los sectores interesados, normalmente empresariales, para obtener resultados positivos a sus intereses corporativos; no importa demasiado lo que suceda en las comisiones parlamentarias encargadas de estudiar el proyecto, los pasillos suelen dar resultados mucho más jugosos a los bolsillos privados. Inaceptable que la Cámara no regule ese tráfico de intereses particulares.
Cuando el 90% de la industria farmacéutica está concentrada en tres cadenas, nadie puede pensar que exista algún grado de competencia capaz de regular los precios de los remedios. Por lo demás no debiera necesitarse de mayores antecedentes respecto a este tema luego de la colusión farmacéutica ya conocida.
Mantener el monopolio de la venta de productos en manos tan concentradas sólo favorece a los actuales operadores y perjudica a las personas.
Nada cambia con sacarlos de detrás de los mesones, para pasarlos a las góndolas de la misma farmacia, por el contrario no se entiende cual sería la hipotética protección que ello significa respecto a que puedan estar en una góndola de un supermercado.
Que la votación haya sido transversal, sólo hace crecer las dudas que antes recaían normal y casi exclusivamente en la derecha, respecto a la protección de los negocios aún a costa de perjudicar a las personas.
Tampoco tiene justificación fácil, la negativa de exigir a los médicos recetar medicamentos equivalentes que son más económicos y de igual efecto que las marcas únicas y abusivamente caras.
Es ya de común opinión que los laboratorios y los médicos, suelen tener acuerdos para favorecer el uso de ciertos remedios y no sólo eso, también es común que un médico de una clínica solicite en forma casi imperativa que los exámenes a realizar se realicen en ese mismo centro asistencial, aún cuando los precios sean exageradamente mayores para el paciente y las diferencias de calidad, por decir lo menos, dudosas.
Hace pocos días los medios de comunicación demostraban como ante una inspección de la autoridad sanitaria, casi todas las farmacias tenían escondidos los bioequivalentes y no los ofrecían como alternativa más económica.
Personalmente estoy por profundizar el mercado e incentivar la competencia, como señalara un ex ministro de hacienda: “somos mucho más pro mercado que pro bussines”.
La concentración económica es un problema para las personas, las perjudica abiertamente, pagan más y por productos de menor calidad.
Pero no sólo eso, la concentración económica corrompe las instituciones y la gobernabilidad.
Esperamos de los parlamentarios, especialmente de aquellos que no son elegidos precisamente con los votos y los recursos de los poderosos, pongan especial interés en legislar para la mayoría.
El Senado de la Republica tiene una buena oportunidad para rectificar lo aprobado.