“Antes de que termine esta década pondremos un hombre en la luna”, palabras del presidente Kennedy recordadas hasta el día de hoy, refiriéndose al desafío de ganar la carrera espacial contra los soviéticos.
El podio en que pronunció esta famosa frase se conserva en Clearlake en el centro espacial de Houston y es motivo de orgullo y yo diría hasta de peregrinación.
Kennedy “embarcó” a todo un pueblo, en ese entonces el más poderoso del mundo, y comprometió a sus mejores talentos, asignando un presupuesto billonario, sin un claro retorno de corto plazo. Era claro que la tarea comprendería el mandato de varios presidentes y por razones desafortunadas ni siquiera alcanzó a ver el resultado.
Me imagino el debate de la época, los políticos calculando el número de viviendas sociales, escuelas u hospitales equivalentes que se dilapidarían en esta aventura espacial. Como se adjudicarían los trabajos a las distintas empresas contratistas, cuáles serían las atribuciones de NASA, etc.
Sin embargo el hombre llegó a la luna, un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad. Era posible tomar decisiones en un gobierno anterior que comprometieran a los siguientes sin el revisionismo clásico de la clase política, sólo bastaba estar orgulloso de la magnitud de la tarea, un verdadero desafío.
Más allá de la crítica amarga a la decisión ya tomada del Transantiago, o lavarse las manos haciéndose responsable sólo del diseño y no de la implementación, ¿qué hay que hacer para que funcione? Recordemos que hay una tarea más difícil que hacer funcionar el Transantiago, y ésta es terminar con el Transantiago.
No hay vuelta atrás, por casualidad o intencionalmente, pero de manera correcta a mi juicio, el Transantiago se implementó en modo big bang, contrariamente a nuestra disposición al gradualismo y a los cambios marginales, en este caso fue un “no regrets move” una movida sin arrepentimientos.
Aplausos a quién haya optado por este modo, si hubiéramos ido poco a poco, en fases, estaríamos con el foco en el problema incorrecto, que los plazos, que el color de los buses, etc.
Hoy, el problema verdadero es hacer que funcione el sistema y que el déficit sea manejable. Ya lo hay del orden de US$700 millones anuales, es una cosa asumida, el gobierno ya aceptó este subsidio implícito al transporte y es difícil subir mucho más el pasaje que las 10 veces que se ha reaustado desde el inicio del sistema.
Que este funcione con los estándares de servicio mínimos para el bienestar del pasajero es una materia técnica. ¿Está correctamente desplegado el talento para solucionar el problema? Convengamos que esto no es poner un hombre en la luna.¿Está puesto el foco en solucionar el problema?
No, las prioridades declaradas del gobierno en este sentido han sido dos: renegociar los contratos con los operadores, necesario pero no suficiente, y reconocer oficialmente, me imagino que a nivel del presupuesto, el déficit como un subsidio.
Acá fallamos, nos falta el factor rescate a los mineros, el orgullo nacional, la visión del líder que enfrentado al desafío inspire y consiga resultados.
No hay vuelta atrás, insisto. Todos los futuros gobiernos, de la tienda que sean, heredarán este programa espacial llamado Transantiago.
¿Quién será el que verá en este desafío el problema que de verdad existe acá?
Un desafío técnico sólo abordado parcialmente, con falta de orgullo nacional que genere la garra para resolverlo.
Devolver ese orgullo se hará cargo de la evasión también (20% en la actualidad), nadie quiere defraudar un sistema que es símbolo del poderío de una nación para enfrentar y resolver problemas. ¿Quién será nuestro Kennedy?