Como de los arrepentidos es el reino, en tiempos en que ya se puede ver en el horizonte cómo la crisis económica se acerca como lava bajando por la ladera, podría resultar práctico ponerle oído a un economista que en su momento fue parte del stablishment neoliberal y que hoy es uno de sus principales detractores.
Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía, académico de la Universidad de Columbia y ex Director del Fondo Monetario Internacional (FMI), en una de sus recientes reflexiones recuerda una cita de Kennedy -”cuando la marea está alta, eleva todos los botes” (refiriéndose a los ciclos de bonanza económica)- para luego contrastarlo.
Stiglitz sostiene que en momentos de “marea baja” (crisis económica), los norteamericanos no sólo comienzan a ver que quienes tienen los mástiles más altos se han elevado mucho más, sino que muchos de los botes más pequeños han sido destrozados por el agua.
En la experiencia chilena hemos podido constatar que en tiempos de “vacas gordas” el chorreo no pasa de ser un mito de la economía neoliberal: aunque el crecimiento económico mejora los indicadores de empleo, la naturaleza precaria y de mala calidad de éstos no hace lo mismo, manteniendo casi intacta la mala distribución del ingreso que persiste en nuestro país, que se explica en parte por el modelo económico y tributario.
En tiempos de “vacas flacas”, la marea suele elevar aún más los botes de los grandes conglomerados económicos y financieros (baste revisar las utilidades de los bancos durante las crisis), mientras las embarcaciones más pequeñas sufren los estragos del agua que se cuela entre la inequitatividad del modelo y su carácter concentrador de la riqueza.
Ni siquiera es preciso remontarse al tremendo costo social que significó para los/as trabajadores/as asumir los efectos de la crisis de la deuda de 1982, con indicadores de desempleo que sobrepasaron el 25% y en que el Estado salvó a los bancos, cuya deuda subordinada algunos todavía no terminan de pagar después de casi 20 años. El contexto era de dictadura y de imposición a sangre y fuego del modelo de los Chicagos boys.
Mucho más cerca en el tiempo, volvimos a constatar que con la “marea baja” los perdedores fueron los de siempre. Durante la crisis asiática de 1998, el tardío aumento de la tasa de interés por parte del Banco Central y la soberbia del gobierno de Frei que creyó que la economía chilena estaba blindada frente a inclemencias externas, terminó afectando gravemente a las pymes.
En tiempos de crisis, Stiglitz propone impuestos más progresivos, que redistribuyan desde ingresos más altos hacia los medios y bajos, lo que simultáneamente reduciría las desigualdades y aumentaría el empleo al impulsar la demanda total.
Agrega que los impuestos más elevados a los ricos podrían generar ingresos para financiar la necesaria inversión pública y propiciar cierta protección social para quienes tienen menos.
Las políticas contra cíclicas aplicadas por el gobierno de Bachelet para enfrentar la crisis financiera del 2008, hicieron posible, justamente, mantener las políticas sociales sin recortes, reforzar el empleo y fortalecer el “colchón” de la protección social.
Excepcionalmente, los costos no los pagaron principalmente los trabajadores, como ha ocurrido en las últimas crisis económicas internacionales de carácter global, que dicho sea de paso son cada vez más profundas y seguidas en el tiempo dando cuenta de una fractura mayor del sistema.
En palabras de Ignacio Ramonet -ex director de Le Monde Diplomatique, uno de los Fundadores del Foro Social Mundial y de ATTACC, que apuesta por el impuesto a la especulación financiera, la Tasa Tobin-, la arquitectura financiera internacional se ha tambaleado desde la crisis del 2008.
Incluso el conservador economista Paul Samuelson calificó el desplome de Wall Street de ese momento como una debacle para el capitalismo, así como la caída de la URSS lo fue para el comunismo.
Paradojalmente, la crisis europea que dejará sentir sus efectos en nuestra región durante el 2012 (aunque comienzan a verse señales de recuperación de la economía norteamericana), podría significar una oportunidad no sólo para proteger a los ciudadanos de sus efectos como en el 2008, sino para reformular nuestra política tributaria.
Como sostiene Fundación Sol, el sistema tributario chileno es inequitativo, ineficiente e insuficiente, porque es una planificación pensada científicamente en dictadura para favorecer a las elites.
Así como el gobierno de derecha de Zarkozy decidió aplicar el hasta hace un tiempo casi impensable impuesto a la especulación financiera en Francia, el gobierno de Piñera podría cambiar el eje de la política tributaria en Chile.
Además de aumentar el impuesto a las utilidades de las grandes empresas, se podría mejorar la evasión y elusión, por ejemplo, terminando con el Fondo de Utilidades Tributarias (FUT), subterfugio creado en dictadura que permite a las empresas registrar utilidades que en muchos casos retiran sin pagar impuestos, en vez de invertir.
Si nos guiamos por las palabras de Piñera al delinear las prioridades del llamado ‘segundo tiempo’ -que “las desigualdades en Chile son excesivas, inmorales, intolerables”-, una reforma tributaria de fondo tendría la oportunidad de contrarrestar la imagen del gobierno de los empresarios y reforzar su “relato” contra el abuso, esta vez de los grandes empresarios que no pagan impuestos.
Asimismo, se le vuelve ineludible escuchar la recomendación de la OCDE en su Reporte 2012, que insta a Chile a realizar una profunda revisión del sistema tributario para financiar un mayor gasto público, en la misma línea de la propuesta de Stiglitz para enfrentar la crisis económica.
Piñera anunció un “aumento moderado” de la recaudación para marzo y abril, mientras su ministro de Hacienda adelantó que el objetivo de la reforma sería el “perfeccionamiento tributario” y la ‘redistribuición’ de la carga tributaria, cuando el norte debiera ser la ‘redistribución’ de los ingresos.
Así como para la legitimidad del sistema político se hace impostergable la reforma al sistema electoral binominal, para “comprar paz social” -en lenguaje empresarial- que más bien responde a la necesidad de ‘justicia redistributiva’, resulta indispensable una verdadera reforma tributaria para que la baja marea no vuelva a destrozar a los pequeños botes, que son los que finalmente aportan con trabajo para que el capital sea productivo.