Los países desarrollados de hoy no siempre lo han sido; varios de ellos han transitado un camino desde una situación similar a la chilena no hace mucho tiempo atrás.
Lo que distingue a países como Nueva Zelandia, Australia, Finlandia, Holanda del resto, además de un alto nivel de ingresos, la gran productividad y capacidad innovadora de su gente, es una buena y permanente educación y una justa distribución del ingreso; cuyo soporte fundamental es una organización social a través de un Estado que atiende en forma eficiente a las necesidades de su población: educación, salud, infraestructura, seguridad, justicia, protección social, son servicios de buena calidad y de alta cobertura.
¿Qué nos falta en Chile para llegar a ese nivel?,¿Podemos lograrlo o estamos condenados al actual nivel de desarrollo, con las inequidades sociales que este con lleva? , ¿Podemos de verdad en una generación pasar a ser desarrollados y dar a los niños que hoy nacen en las poblaciones o en los campos un futuro mejor?
Creo firmemente que podemos y lo que tenemos que hacer es transitar por el camino que ya anduvieron quienes lograron el desarrollo. No hay países que combinen niveles de prestaciones altos, estabilidad en las cuentas públicas y cargas tributarias bajas como la chilena. Por lo tanto, tenemos que tomar una serie de decisiones.
Primero, debemos lograr acuerdos sobre lo que queremos hacer y hacia donde queremos ir.
Acuerdos de verdad, amplios, no solo entre los partidos políticos, sino que con la ciudadanía, que comprometan nuestra acción por el tiempo que sea necesario para hacer los cambios que requerimos, que no son fáciles y que tienen costos en el corto plazo, pero grandes ganancias en el largo.
Segundo, necesitamos una planificación seria, donde se calculen los recursos y el tiempo requerido para lograrlo. Sin esto los discursos y acuerdos son sólo palabras vacías, frases de cortesía, pero completamente irreales, una tomadura de pelo a nuestro pueblo.
Tercero, como toda inversión de gran magnitud, un plan de transformación social de esta naturaleza requiere prever y asegurar sus fuentes de financiamiento. Estas deben ser claras y consistentes con la magnitud y plazo del proyecto. Aquí es donde una reforma tributaria entra en juego como parte del programa general.
La actual carga tributaria chilena dista mucho de la de los países más desarrollados a los que quisiéramos parecernos. Ni el crecimiento de la economía, ni una mayor eficiencia del Estado, permiten en plazos razonables lograr financiar los servicios y las inversiones que requiere el lograr una sociedad más justa y desarrollada.
Tenemos que debatir no sólo el monto de los tributos, sino que también la estructura de los mismos: quiénes deben pagarlos, sobre qué base, quiénes deben estar exentos, qué incentivos de verdad necesitamos, cuáles sirven y cuáles deben eliminarse por no tener sentido o ser solo privilegios adquiridos por grupos de poder. En suma, convenir un sistema tributario que sea consistente con los objetivos que nos trazamos.
No se trata de hacer una revolución tributaria o subir los impuestos para hacer más de lo mismo. Por el contrario. Las reglas sobre impuestos deben diseñarse pensando en sostener por un largo tiempo el sistema. Las señales para las empresas y los inversionistas deben transmitir estabilidad.
Los inversionistas debieran preocuparse si se mantiene el sistema tributario actual, porque este no permite sostener el Chile que queremos más adelante.
No podemos seguir con un sistema que acentúa la brecha de ingresos entre los pocos que pueden ahorrar y los que no, con una recaudación que se sostiene fuertemente sobre impuestos indirectos como el IVA, con un régimen lleno de exenciones y privilegios de dudosa o nula efectividad, que sólo benefician a grupos de interés que han capturado esos espacios.
Así no vamos a dar los niños que nacen hoy el futuro desarrollado del que tanto hablamos.