¡Escriba clarito para que la gente entienda! insisten los periodistas. En estas materias no es difícil. Los asuntos no resultan complicados cuando se los analiza a partir de las grandes leyes descubiertas por geniales economistas que vivieron hace un par de siglos.
Lo que es confuso es la forma en que estos fenómenos se presentan usualmente. La gente no entiende porque a simple vista no los aprecia como son en realidad. Hasta que llegan las grandes crisis y todo se aclara.
Cualquiera entiende ahora el descubrimiento de los economistas clásicos: en el largo plazo nada puede crecer más que la economía real. Ésta, a su vez, se incrementa al ritmo de la fuerza de trabajo dedicada a producir bienes y servicios que logran venderse y la calificación e intensidad de su trabajo.
Los activos financieros, inmobiliarios y otros, pueden crecer desaforadamente durante décadas.
Sin embargo, tarde o temprano llega una crisis y los deprecia. De este modo, en el último siglo los mercados financieros mundiales han pasado a pérdida la mayor parte del tiempo y su tasa de crecimiento ha sido del orden de uno por ciento real anual, en promedio ¡menos que el producto interno bruto (PIB) mundial!
Lo que está ocurriendo en la actualidad es precisamente eso. Los activos financieros habían venido creciendo desde inicios de los años 1980 con una exuberancia irracional, como dijo Alan Greenspan.
Las bolsas de valores se desplomaron el 2000 y no han vuelto a recuperar sus niveles de entonces. Luego se generó una gigantesca burbuja inmobiliaria en los EE.UU. y varios otros países como España e Irlanda, la que reventó el 2008 en lo que respecta a las viviendas.
Otra burbuja ha inflado, desinflado y vuelta a inflar los precios de materias primas y alimentos.
Las carteras de los bancos siguen abultadísimas, excediendo en cuatro o cinco veces el PIB en varios países, como el Reino Unido. Se trata de activos de muy dudosa calidad, como préstamos hipotecarios comerciales, créditos estudiantiles o de consumo y por cierto, aquellos otorgados a países que han caído en la insolvencia.
Lo peor de todo es que el grueso de las carteras de los bancos está constituida por préstamos a otros bancos o instituciones financieras. La crisis no va a terminar hasta que todos esos supuestos valores se ajusten al marco de hierro del crecimiento del PIB en el largo plazo, para lo cual todavía tienen que depreciarse muchísimo más.
El caso de Italia resulta ilustrativo de como los países caen en la insolvencia. Se trata de un asunto de confianza. Los inversionistas siguen apostando a invertir dinero mientras creen que muchos otros seguirán haciéndolo. Sin embargo, cuando pierden esa confianza todos quieren retirarlo. Se genera así una “corrida,” igual que en el caso de los bancos.
Un banco hace préstamos de largo plazo financiados con depósitos de corto plazo.Pueden continuar haciéndolo mientras el flujo de estos últimos sea superior a los retiros. Si se produce un “corrida” se queda sin dinero, puesto que el grueso lo tiene prestado a largo plazo.
Con los países ocurre exactamente lo mismo. Italia, por ejemplo, adeuda 1,2 veces su PIB.
Evidentemente no puede pagar de un año para otro. Aunque los italianos dejen de comer, las italianas de comprar y vendan el Coliseo. Entre amortizaciones e intereses, necesita un financiamiento anual equivalente a más de un cuarto del PIB nada más para mantener su actual nivel de deuda.
Puede sostenerse por algunos años a costa de aumentarla constantemente. Sin embargo, tarde o temprano opera la ley económica fundamental: no puede crecer indefinidamente más rápido que el PIB.
Es decir, la deuda italiana solo resultaría sostenible en el largo plazo si la tasa de interés fuera inferior al crecimiento de este último, que en el caso de Italia o cualquier país desarrollado es inferior al 2 por ciento por año, en promedio. Los acreedores de Italia han iniciado una “corrida” y en octubre del 2011 la tasa de interés bordeaba el siete por ciento, mientras Berlusconi se debatía entre la vida y la muerte.
El asunto no se detuvo en Islandia, Irlanda, Portugal o Grecia. Tampoco en Italia. Lo que está en curso es el desinflamiento global de todo lo que ha venido creciendo por décadas más allá del ritmo esencial: el crecimiento real de la economía en el largo plazo.
Esa es la dura realidad y nada pueden hacer al respecto los gobiernos, bancos centrales o el FMI, como ha escrito John Kay en una célebre editorial del Financial Times del 25 de octubre del 2011.
Los gobiernos y bancos centrales ciertamente no son impotentes frente a las crisis.Los primeros pueden y deben incrementar su gasto para dar seguridad a la gente y compensar la baja en el consumo privado.
Los segundos pueden y deben inundar de dinero los mercados para proveer medios de pago cuando se interrumpe el crédito. Ambos han actuado de esa manera en los países principales y también en Chile durante la crisis actual – los acreedores han intentado por el contrario imponer la austeridad, agravando el problema.
Sin embargo, nada de eso puede evitar la depreciación de todos aquellos activos que han crecido más allá de lo posible en el largo plazo. Usualmente, ello se logra mediante una inflación general en la cual todo sube de precio menos dos cosas: las deudas y los bienes raíces.
A veces, en algunos países donde se abusa de la gente, logran que no suban tampoco los salarios.
¿Cuanto dijiste, Willy, que han crecido tus fondos de pensiones?