Mientras los lideres europeos realizan agitadas y dramáticas reuniones para evitar el colapso económico de la región y la desintegración del Euro, comenzamos tal vez tímidamente o ingenuamente a preguntarnos qué pasará con nuestra economía en 2012.
Partimos mal en capacidad de pronóstico, porque el presupuesto de la nación, que actualmente se discute en el Parlamento, presupone que la evolución de una serie de variables claves de nuestra economía no corresponde a la realidad.
Veamos: el crecimiento del PIB sería 5%, el precio del cobre 370 centavos por libra y el valor del dólar se ubicaría en torno a $ 470.
Bajo las actuales condiciones de la economía mundial y el evidente enfriamiento durante la segunda parte del año 2011 de la actividad económica en Chile, un crecimiento cercano al 4% más que un piso, me parece que a esta altura ya es un techo.
Ni siquiera un IMACEC cercano a 5% en septiembre, que será publicado en los próximos días convencerá a los analistas que nuestro producto interno bruto se ubique alrededor del 5%.
La economía internacional, con la excepción de China, continuará mostrando tasas de crecimiento muy bajas, cercanas a cero y la crisis de endeudamiento europea no se puede dar por superada pese a las últimas medidas anunciadas desde Bruselas, ampliación del fondo de rescate hasta un trillón de euros y aumento de la adecuación de capital desde un 5% a un 9%.
El aumento del fondo no alcanzará si más países resultan contagiados por el cuasi default griego (las medidas incluyen una quita de 50% para los tenedores de deuda soberana griega), y la mayor exigencia de capital podría estrangular el crédito en varios países de la zona euro.
La experiencia de la última recesión chilena del año 2009, causada por la crisis financiera internacional y que se profundizó con la caída del gigante financiero Lehman Brothers, nos mostró que el tsunami demoró entre 2 a 3 meses en arribar a nuestro país y que los efectos fueron especialmente visibles hasta casi un año después que la caída de la actividad se produjo. De ahí viene la famosa frase: la economía está sana pero no estamos blindados.
Entonces, predecir un 4% crecimiento del PIB es un techo, porque los datos actuales ni siquiera consideran una desaceleración pronunciada en Europa, si se produce una crisis financiera mayor, el efecto sobre el sector real europeo se transmitirá rápidamente y podría haber una recesión. Así, volveremos al escenario de comienzos del 2009.
¿Qué hay que hacer? Primero que nada, reconocer dónde corresponde esta contingencia.
El actual presupuesto de la nación se ha concentrado, con toda razón, en el llamado problema de la educación, hasta aquí no ha considerado partida alguna para enfrentar el problema de la recesión. Se podrían usar los ahorros, pero el estado necesita articular apoyo y como sabemos esto tiene que estar presupuestado por ley.
De vuelta en el año 2009, una vez más constatamos que las caídas profundas de la actividad económica afectan a los más débiles, los que no cuentan con ahorros, y dependen únicamente para su subsistencia de su trabajo.
Allí está el primer eje a defender: el empleo, para mantener el consumo.
El segundo eje es proteger la inversión empezando por las PYMES que se ven expuestas a mayores riesgos y observan estrecheces mayores para la obtención de capital de trabajo.