El año de los indignados… Pareciera que este 2011 estalló una revuelta social común en varios países del mundo, en la cual los jóvenes sienten una crisis de representación, donde las clases política y empresaria se van deteriorando cada vez más.
Si bien algunos podrían hablar de una moda a nivel mundial, me atrevo a afirmar que en nuestro país hace rato que pasa de ser aquello y podríamos estar hablando de un verdadero alzamiento que ya suma casi 5 meses de movilización.
Las aguas ya habían comenzado a agitarse en marzo, con las primeras marchas ambientalistas en contra de HidroAysén, que fueron la antesala para los estudiantes.
Quizás la primera chispita que encendía el caldero de la indignación.
A medida que los meses fueron pasando la situación ha ido empeorando y hemos hecho noticia internacionalmente por la violencia de las manifestaciones, la represión policial, y en general, por el descontento que muestra la ciudadanía.
Hasta hace un tiempo, Chile era considerado uno de los países más seguros de América Latina, para realizar negocios.
Nuestra estabilidad política y social hacía que desde fuera nos miraran como ejemplo; sin embargo el clima nacional se ha vuelto turbulento y eso se proyecta, en estos meses: más de 18 mil artículos referentes a las movilizaciones chilenas han sido publicados en el mundo, según la agencia de noticias EFE.
Ante este escenario, y atendiendo también la imagen negativa que tiene el empresariado, es necesario que los empresarios sintamos inquietud por el momento que vive el país, y pasemos de la preocupación a la acción.
Hace unos días me declaré partidario de una Reforma Tributaria, apoyando la posición que Felipe Lamarca, Presidente de Ripley, mostró en un seminario organizado por Asexma. En la ocasión señalé que como país tenemos que resolver los problemas de inequidad y todos somos responsables de ello.
Pero la Reforma no necesariamente tiene que ver con un alza de impuestos, si no con una reestructuración.
No es posible que los pequeños empresarios paguen lo mismo que los más grandes, o que los trabajadores terminen costeando un alza, eso es derechamente injusto.
A nadie le gusta que le suban los impuestos, esa es la verdad, pero de alguna forma tenemos que financiar la estabilidad social, con ingresos permanentes, como los del cobre, o los de los impuestos para quienes son más privilegiados.
Y en esta línea no me encuentro solo, basta con mirar los medios de comunicación y advertir que exitosos empresarios, como el mismo Lamarca, Jorge Awad – presidente de la Asociación de Bancos – y Enrique Cueto – vicepresidente ejecutivo de LAN – han planteado la necesidad de una Reforma Tributaria para resolver los conflictos sociales que vivimos.
Es más, hasta el Ministro de Economía, Pablo Longueira ha mostrado simpatía con este tipo de medidas.
Incluso la OCDE ha recomendado a Chile realizar una modificación impositiva para superar las desigualdades.
De acuerdo con el organismo internacional, nuestro país es el segundo con la tasa impositiva más baja de todos sus miembros. Considerando el año 2008, mientras el promedio de los países de la OCDE fue de un 34,8%, en Chile sólo se recaudó un 22,5% del PIB.
Por si fuera poco, es una tendencia mundial que los empresarios y multimillonarios manifiesten que pueden pagar más impuestos a favor de la sociedad, para evitar la crisis financiera internacional y la indignación que cada día invade a más naciones.
Si bien esta reestructuración de impuestos ayuda, no es la única solución. Se trata de una medida polémica dentro de un abanico de otras alternativas, pero sería una señal potente para aquietar las aguas de nuestro Chile.
Hay que reconocer que el éxito económico de los últimos años no se ha traducido en una sociedad mejor, estos movimientos que tenemos son naturales de un país en desarrollo, pero necesitamos solucionarlos, canalizar mejor y redistribuir más justamente.
Necesitamos conseguir un Chile integrado e integrador.