Finalizada la Copa América 2011 con una nueva decepción deportiva bajo el brazo queda atrás la Cordillera de Los Andes y recuerdo los años en que ésta constituía, junto al océano, el desierto y los hielos australes, una verdadera cárcel que impedía nuestra universalización.
Con entusiasmo, convencidos de nuestra valía y con políticas afines y continuas, los chilenos salimos al mundo y esos barrotes naturales hoy constituyen un símbolo de lo que somos capaces de superar para llegar hasta allá adonde soñamos.
La Cordillera una vez atravesada, como lo hizo la futbolera “marea roja” en emocionantes caravanas de vehículos en pleno invierno, no constituye ni un escollo, ni una excusa sino representa un trampolín que nos prestigia.
Desgraciadamente, creo que en el fútbol aún no nos atrevemos a superar las cárceles en las que nos encierran nuestros éxitos esporádicos y los héroes de la exitosa epopeya.
Durante muchos años, como alguno de los enclaves naturales que nos encerraban (y que hoy sabemos que también acercan), las figuras sacralizadas de los héroes de una gesta deportiva suponían un escollo para el que intentara el día después perseverar en el cambio.
Pobre de aquél que contradijera a don Fernando Riera post 62, o que estimara que había llegado la hora de don Luis Álamos el 66, o considerara cumplida la etapa de Luis Santibáñez el 82 o promoviera un técnico diferente a Nelson Acosta el 98.
Este temor paralizante en que vivía el medio deportivo, anclado en éxitos pasados y temeroso de restarse de ellos con nuevos nombres, estilos y estrategias, como si el fútbol fuera estático y las estrategias eternas, se rompió con un salto al futuro lleno de valentía, visión y compromiso deportivo con Harold Mayne-Nicolls y Marcelo Bielsa.
La apuesta que nos instaló en Sudáfrica 2010 tenía mucho de rompimiento con un estilo pero se asimilaba en el objetivo que ya habíamos logrado anteriormente: vivir como protagonistas un nuevo mundial de fútbol.
El gran valor de la era Bielsa no estaba en que llegaríamos adonde jamás lo habíamos hecho, sino que apostábamos por un cambio en la estrategia y metodología y apropiándonos de una frase muy usada en política, solo constituía, “una nueva forma de entrenar” para conseguir el objetivo deportivo de siempre.
Innovar y progresar es hacer lo mismo de distinta forma. Por ello, no entro en la discusión si Bielsa es el mejor entrenador de la historia del fútbol en Chile. Hay mucho paño que cortar ahí. De partida, el tercer lugar en el mundial del 62 no ha sido jamás conseguido por el DT argentino y el paso a octavos no es un record inédito en el fútbol chileno.
Lo que sí es indesmentible y digno de elogio es que con Bielsa demostramos que las cosas se pueden hacer de forma distinta a la que estamos acostumbrados y con excelentes resultados. Es el cumplimiento de objetivos más que el apegarse a una determina escuela lo que legitima un proceso deportivo.
Sin embargo, esta parálisis que Bielsa había roto, con la partida de Bielsa revive y amenaza con condenarnos.
Bielsa, como la Cordillera de Los Andes, debe ser algo que constituya un trampolín para nuestro futuro y no una cárcel para nuestro fútbol.
Que haya estado 3 años dirigiéndonos debe ser un activo y no un freno. Como él mismo lo demostró, y a mi juico fue su más grande aporte a nuestro deporte, no hay recetas eternas para cumplir objetivos y hay que aventurarse a cambiar de métodos y liderazgos.
La marea roja cruzó Los Andes y estuvo con nuestra selección porque hace tiempo que los chilenos de a pie vemos oportunidades más que problemas. El mundo del fútbol debiera salvar la valla que nos ha dejado Marcelo Bielsa, usar sus enseñanzas como un trampolín que nos impulse a apostar con valentía al futuro y dejar de mirar todo y a todos con los ojos del trasandino. De partida, estoy seguro que él ya ha cambiado sus recetas en su actual estación de Bilbao.
De eso se trata progresar, avanzar sin depender más que de nosotros mismos.
Por eso, no debe ser la diferencia con Bielsa lo que debe animar la crítica a Borghi, sino como dirigió concretamente la selección.
Por eso, no debe ser el cómo jugaba con Bielsa la explicación al bajo rendimiento de algún jugador, sino como jugó realmente el partido en cuestión.
Al final del día, hay jugadores y técnicos capacitados para darnos satisfacciones deportivas.
En el fútbol, como en la vida, siempre sale el sol. Lo supo Riera, Álamos, Santibáñez, Acosta y, mejor que nadie, lo sabe Bielsa.