Un conocido periodista presentó hace pocos días en televisión un reportaje sobre la vida pasión y muerte de Jorge del Carmen Valenzuela Torres, alias el “Chacal” del pueblo de Nahueltoro, provincia de Ñuble, con ocasión de otro aniversario de su fusilamiento el año 1963 en la Cárcel de Chillán. El éxito del programa obligó a repetirlo.
Valenzuela Torres, típico personaje de los campos chilenos de la época, permanentemente cesante, entregado a la bebida, analfabeto, absolutamente solitario, sin familia y sin conciencia, sub alimentado, explotado, no era propiamente una persona humana con conciencia de tal sino más bien el producto de sus extremas condiciones. Inició a comienzos de los 60 una relación con Rosa Rivas, campesina de la zona, viuda y madre de 5 hijos. Los amoríos de Rosa le cuestan su puesto de trabajo en el fundo en que se desempeñaba.
La pareja se va a vivir a un despoblado sector llamado “la isla” en las riberas del río Ñuble. Una noche Jorge del Carmen, completamente borracho y disgustado por la falta de dinero de su pareja para que él pudiera seguir bebiendo, la agrede brutalmente. La mujer intenta resistirse pero Valenzuela termina asesinádola a golpe de guadaña y procede en seguida a dar muerte a cada uno de los 5 hijos. Tapa todos los cadáveres con piedras y huye. Poco después será ubicado en un pequeño boliche de un pueblito cercano y encarcelado.
En prisión aprende a leer y a escribir, come todos los días, hace amistades, bebe leche, frutas, descubre juegos colectivos y hasta va a la cancha de fútbol del penal. Es visitado por el sacerdote Eloy Parra quien le conduce a descubrir la religión, las ideas, el pensamiento social, las costumbres y hasta llega a escribir algunas poesías. Lo más importante : adquiere plena conciencia del horror que él provocó, llora, sufre, desespera. Se arrepiente.
Conocí de cerca el triste episodio y soy testigo de la conversión del Chacal en persona humana. Conocí al personaje, hablé con él varias veces en la sala de abogados del presidio chillanejo y hube de seguir muy cerca aquel proceso. La razón es simple: fue parte fundamental de mi cometido cuando hice mi práctica profesional de 6 meses en el Colegio de Abogados de Ñuble siendo egresado de Derecho de la Universidad de Chile, como requisito para optar al título de Abogado.
Corría el año 1962 y mi práctica era controlada por el abogado Reinaldo Poseck Pedreros, quien más tarde se desempeñaría como Secretario Regional del Partido Socialista, lo que habría de costarle que hasta hoy sea uno de tantos centenares de chilenos detenidos desaparecidos. También se desempeñaba en el Consultorio Jurídico del Colegio la abogada Ena Grossi, a la que a mi regreso del exilio encontré como jueza en Santiago y de la que no he vuelto a saber.
El eje del programa televisivo del que hablo fue la película de Miguel Littin del mismo nombre. Ese filme en mi opinión es el mejor de la vasta producción de Littin y a la vez es una de las mejores cintas chilenas de todos los tiempos. Tal como explicó el reportaje, tan terrible como el crimen de Valenzuela Torres fue el hecho que, después que la sociedad lo educara y lo transformara en un ser humano propiamente tal, esa misma sociedad – aunque más bien determinados sectores de ella – decidieran fusilarlo, matarlo con la misma impudicia que él había actuado y todo en nombre de la “seguridad nacional”.
Gobernaba el derechista Jorge Alessandri y era su ministro Enrique Ortuzar, cabeza visible de la campaña por la pena de muerte y que años más tarde habría de formar parte del sector sedicioso contra el gobierno constitucional del presidente Allende. Colaboraron en el triste afán algunos integrantes de la Corte de Chillán de esos años. No descansaron hasta revertir el fallo de primera instancia – que le condenaba a 20 años de cárcel – y que se había logrado gracias al trabajo tesonero de aquellos abogados con los que tuve el honor de hacer mi práctica profesional.
Varios de los sentenciadores de entonces fueron más tarde entusiastas partidarios de la dictadura entronizada en 1973. No fueron los únicos antidemócratas del poder judicial ni mucho menos. No debemos olvidar el entusiasta apoyo de la Corte Suprema al brutal golpe de Estado, no sólo sumándose antes a las ilegales condenas al gobierno legítimo, sino poniéndose después a disposición de los usurpadores del poder. En muchos casos fueron cómplices o encubridores de crímenes de lesa humanidad los que no juzgaron o que trataron de ocultar como el caso de una actual Ministra de la Corte Suprema.
El poder judicial pudo y debió salvar muchas vidas humanas y no lo hizo. Tampoco condenó oportunamente a los asesinos. Todavía más, algunos jueces negaron la existencia del genocidio, otro dijo que eso de los detenidos desaparecidos lo tenían “curco”. Es decir esta vez simpatizaron con el Chacal principal y con sus muchos chacales.
Porque tras septiembre del 73 sí que el país conoció de asesinos brutales, con o sin uniforme. Horrores inimaginables para todo ser normal ocurrieron a partir del mismo 11 de septiembre de 1973. Torturas y ejecuciones de niños, de ancianos, de mujeres embarazadas, violaciones y abusos sexuales contra mujeres y hombres perpetradas por torturadores o por perros amaestrados al efecto. ¿Es esto propio de seres humanos además pertenecientes a los sectores privilegiados de la sociedad?
Calle Conferencia, Colonia Dignidad, Villa Grimaldi, Caravana de la muerte, Operación Cóndor, los 119, Londres 38, Cuartel Domingo Cañas, Cuartel Simón Bolívar, Caso degollados, Caso quemados vivos, Operación retiro de televisores, etc, etc… son sólo algunos de los centenares de capítulos de la historia del terror desatada por los responsables, civiles y uniformados, chilenos y norteamericanos, de la sedición del 73. Y no hablamos de asuntos del pasado, sino del presente y del futuro porque resta mucho para sentir que se ha cumplido con las metas de verdad, justicia, memoria y reparación que una democracia real debe cumplir.
Se mantiene el silencio de los culpables. El barco de la muerte, La Esmeralda, sigue navegando por los mares del mundo aun cuando como sucede por estos mismos días siga recibiendo el repudio de los demócratas de los países en que recala y que no olvidan que más de 100 personas sufrieron allí tortura y muerte incluído el sacerdote Miguel Woodward.
Se mantiene igualmente la misma influencia de los medios de comunicación que impulsaron el golpe de Estado y que luego fueron parte de los montajes para amparar los crímenes
Tampoco podemos olvidar el decreto de amnistía, vigente hasta hoy aunque no se le aplique en los hechos, o la llamada “media prescripción” burdo pretexto supuestamente “jurídico” inventado por los partidarios de la impunidad.
Es cierto que el negativo papel de la judicatura ha sido reconocido por las autoridades judiciales y por magistrados honestos de estos últimos años. Años en que, además, se ha avanzado extraordinariamente en el esclarecimiento y juzgamiento de esos delitos.
Todo lo que en estricto rigor debe reconocerse que ha sido posible gracias en primer lugar a la tenacidad de las agrupaciones de familiares de las víctimas. Su lucha es la que ha logrado que la justicia no caiga sólo sobre aquel modesto campesino vagabundo de Nahueltoro sino también sobre los poderosos del golpismo formados en extranjeras escuelas del terror contra los pueblos.