Un caceroleo en la zona Oriente de Santiago en señal de protesta por el aumento de asaltos y robos de autos en ese sector provocó, quiéranlo o no, una rápida reacción de parte de las autoridades políticas encargadas de la justicia y la seguridad. Al día siguiente hubo declaraciones empatizando con la preocupación de los vecinos y muestras del interés y voluntad del gobierno por mejorar la seguridad.
Un día después, nos enteramos del crimen atroz de un niño de cuatro años ocurrido en San Bernardo. La reacción no fue la misma. Esas mismas autoridades, indudablemente consternadas por las características del crimen, no hicieron declaraciones públicas. Es comprensible que las autoridades no aparezcan comentando cada hecho delictual, pero no deja de llamar la atención que el caceroleo de la zona Oriente se haya convertido en un hecho político, y no lo sea el asesinato de un pequeño niño, ocurrido en presencia de sus tres hermanitos.
Según la prensa, los vecinos declararon haber escuchado “gritos desgarradores de un niño”, pero nadie acudió en su ayuda. Doce horas después de ocurrido el crimen, el mayor de los hermanos -de sólo 11 años- concurrió a denunciar el hecho.
En esta breve historia están todos los elementos necesarios para que Ismael y sus hermanos estuvieran en riesgo a merced de adultos incompetentes: familiares ausentes; un sistema público ineficiente que actúa frente a hechos graves consumados y una comunidad que calla porque no quiere ver o prefiere no meterse, aunque no escatima en entregar detalles a la prensa después de ocurrida la tragedia.
El victimario es la pareja de la madre del pequeño Ismael, criminalizado por venta de drogas y presumiblemente consumidor problemático, al igual que la madre. El padre biológico de Ismael, ausente, relata no haber sospechado nada, porque “…no tenía mucho contacto…pensaba que estaba bien con él (padrastro)”, ahora muestra indignación por la muerte de su hijo.
Había antecedentes serios que indicaban el alto riesgo en que vivían los cuatro hermanos, pero ningún mecanismo funcionó, ni el sistema de salud, ni el sistema escolar, ni el Sename, ni las oficinas de protección de derechos. Aquí nadie se hizo cargo de la secuencia de negligencias parentales que precedieron la muerte de Ismael.
La falta de cuidados y protección básica de los niños deben ser siempre tomadas en serio, porque pueden estar encubriendo otros hechos más graves o son el paso previo al maltrato físico o abuso sexual.
Las negligencias en el cuidado infantil constituyen vulneración de derechos básicos de niños y niñas, son una forma de violencia que presenta distintos niveles de gravedad y una señal que obliga a poner atención y hacer seguimiento de las familias en que ocurre. La negligencia suele ser expresión de la falta de competencias parentales asociadas a las propias experiencias y carencias emocionales y educacionales de los progenitores, o sus condiciones de vida.
Es aquí donde el sistema de salud y educacional están en una situación privilegiada para detectar, prevenir, contener y reparar. Sin embargo, la realidad muestra una y otra vez que las instituciones pasan por alto estas situaciones recurrentes en las familias y no actúan oportunamente ante un entorno complejo, con niños que muestran abandono físico y emocional -en su higiene, alimentación, salud, ausencia de contención-, a cargo de adultos incompetentes, en hogares en que hay violencia doméstica, donde se consume alcohol o drogas. Así, esperamos que el drama se convierta en tragedia para reaccionar consternados y dar paso a la intervención de la policía, la justicia penal y el Servicio Nacional de Menores.
La protección efectiva de los niños y niñas es urgente, hay medidas posibles de tomar ahora, ¡ya!
No es necesario esperar hasta contar con una política de infancia y adolescencia complejamente elaborada, que ya llega muy retrasada. Se requiere de criterios y protocolos claros para que las instituciones cumplan efectivamente con su actual responsabilidad de proteger a los niños vulnerados en sus derechos. Se requiere de especialistas en primera infancia.
La situación de vulneración grave en que viven tantos niños de nuestro país no ha sido prioridad en estos 25 años. Estos crímenes -violaciones, abusos sexual, maltrato, abandono, negligencia, homicidios- se producen día a día, y en estas historias de dolor se observan errores de parte de la justicia, de la comunidad que tiende a ser un simple espectador, de las instituciones y autoridades, y de la Familia.
Por ahora, los tres pequeños hermanos de Ismael han sido ingresados a residencias del Sename, traumatizados y abandonados por una madre y familia que, cinco días después de la muerte de Ismael, no se presentan a reclamarlos. Seguramente la justicia sancionará al homicida. Fin de la historia. Esta es la respuesta final del sistema chileno, que no asegura la contención apropiada ni mucho menos la reparación de los hermanos de Ismael por la brutal experiencia vivida.
El crimen de Ismael, sí debió ser un hecho político.