Buenos Aires se llenó ayer de memorias. Desde el Congreso Nacional en la Avenida de Mayo salía un lienzo de plástico azul lleno de pequeñas fotos de los más de treinta mil desaparecidos, que arrugaba el corazón. Miles de personas lo llevaban en una suerte de procesión hasta la Plaza de Mayo donde se encuentra la Casa Rosada, sede de la Presidenta de la Republica. Las personas llevaban colgadas las fotos de sus “seres queridos”, las pancartas con las fotos, en fin.
Miles de miles de personas aplaudían a las Madres de la Plaza de Mayo que con sus pañuelitos blancos amarrados al cuello iban agarrando el principal lienzo entre la multitud de banderas celestes, fotografías de mujeres, jóvenes y viejos en pancartas orgullosamente llevadas por alguno de sus descendientes.
Más atrás un gran letrero decía simplemente “Hijos” y el lienzo era sostenido por decenas de jóvenes. Ya han aparecido 116 “hijos” de detenidos desaparecidos que fueron robados por familias militares en una de las acciones más tenebrosas imaginables.
Videla dijo en una de sus últimas entrevistas que si bien él no había dado esas órdenes, fue una acción humanitaria “con esos chicos”. Miraba a esos jóvenes y me preguntaba qué les habría ocurrido al saber que sus padres adoptivos, que los habían criado, eran los que habían asesinado a sus padres biológicos. Difícil asunto.
Ayer se conmemoraba el 24 de Marzo, el del 76 y el del 83. Día de la Memoria le llaman. Por esas casualidades del destino, me tocó estar en ambos. En el primero nos despertó la televisión a las seis de la mañana con un Videla flaco, casi demacrado avisando que el ejército y las fuerzas armadas, se tomaban el poder, que en un casi vacío había dejado Isabelita, la viuda de Perón, manipulada hasta el sarcasmo por el mal afamado López Rega.
Era el segundo golpe que vivíamos los chilenos que allí estábamos y el susto se apoderó de nuestra juventud de entonces, en particular al ver a Massera con su gorra achatada de marino, su cara de pocos amigos y el odio que destilaba y que luego se concretara en esas salas malditas de tortura. Ese día hubo un silencio mayor en Buenos Aires y solamente se veía pasar los helicópteros que llevaban y traían personas de la Casa Rosada a vaya saber qué parte.
El segundo fue el día en que Alfonsín tomó el poder y muchos chilenos viajamos a Buenos Aires al cambio de Gobierno; pensábamos en nuestra ingenuidad, que se iniciaba el fin también de la Dictadura chilena y así como nos habían tocado dos golpes, habríamos querido que nos tocaran dos finales de dictaduras. Hubo que esperar siete años más. Ese día en la Plaza de Mayo, también llena de gente, lloramos a tantos que allí ya no estaban.
Ayer las calles del centro de Buenos Aires se abarrotaron una vez más. Un canal de televisión se dedicó solamente a señalar los perjuicios que la marcha estaba produciendo en el tráfico. Un desfile interminable trataba infructuosamente de avanzar. Primero venían las agrupaciones. Me llamó la atención una pancarta con las fotos de varias docenas de japoneses desaparecidos. No lo sabía. Me decía un amigo que eran personas que habían arrancado de la guerra mundial y que fueron perseguidos.
Tras las agrupaciones de Derechos Humanos comenzaron a hacer su demostración las fuerzas políticas. La Cámpora es un sector peronista que tiene una especial relación con la Presidenta. Su hijo, un Kitchner, me dicen, es dirigente de ese movimiento juvenil. Hoy han dado una demostración de fuerza enorme. Miles de miles de jóvenes, bombos, cantando consignas, bailes y un ambiente que impresiona. Dicen, obvio, que son incondicionales de la Presidenta. No tiene candidato hasta que Cristina, como le dicen, lo determine.
Se ven jóvenes de clase media, de secundaria y universitarios. Su entusiasmo llama la atención a quien desde el otro lado, como quien escribe, no ve muchas juventudes políticas militantes en las calles.
Más atrás el peronismo tradicional, cantando “Perón, Perón, que grande sos”…incomprensibles versos para los del otro lado de la Cordillera; o peor aún, “aquí están , estos son los soldados de Perón”…gritado con fervor…; le seguía gente de las villas, en una multitud difícil de medir. Gente pobre como la de todos nuestros países, pobladores, les habríamos dicho allá. Eran muchos al ojo del observador. Cada año la marcha es más grande, escuché decir.
No hubo más discursos que de las Madres de Plaza de Mayo y la Señora Carlotto de las abuelas; ella misma ha encontrado a uno de sus nietos recientemente. La música de Víctor Heredia, cuya hermana es desaparecida, se escuchaba en los parlantes, al igual que en aquel día de Alfonsín.
La marcha seguía su curso y la tarde comenzaba a prender las luces de las calles.Acostumbrado al estilo santiaguino un cierto nerviosismo se fue apoderando pensando que algo pasaría. Nada. Los únicos humos, no eran de bombas lacrimógenas sino de las parrillas de choripanes que a esa hora bullían como locomotoras a carbón. Ni un policía en la calle; a lo menos no vi ni uno. Ni un disturbio, ni una pelea. Se vendía cerveza por todas partes.
Las confiterías abiertas, las librerías también por si alguno de los manifestantes quisiera profundizar en sus convicciones teóricas. La gente cantaba consignas “olé, olé, olé, los encontraremos donde estén” y cosas como “los buscaremos hasta encontrarlos”, y muchos jóvenes bailando, no pocos con músicas andinas, cartelones de agrupaciones, más pequeñas por cierto, que reivindican,aún, el marxismo leninismo. Para el observador trasandino, esto es, del lado del Pacífico, un olor a fútbol se cuela entre las consignas; las manos agitándose al estilo de las barras, y por cierto un enorme olor a siglo veinte que recorría con nostalgia la Avenida de Mayo.
Durante toda la larga tarde no podía menos que pensar en las diferencias. Allí no se veía odio, no se veía violencia, y las pruebas de las violaciones estaban en los miles de fotos y carteles. ¿Cómo procesa cada sociedad sus dolores? ¿Cuánto habría durado una manifestación de esa naturaleza por las “grandes alamedas” sin que las Fuerzas Especiales hubiesen actuado, sin que se hubiese cerrado todo el comercio aterrorizado, sin que la batalla campal se reprodujera sin cesar? ¿Porqué en Chile se le tiene tanto miedo a la gente?
No tengo siquiera hipótesis para explicarlo. Un amigo de la Universidad, me decía tomando un café, que el primer 24 de marzo fue derrocado un gobierno corrupto que nadie defendía, esto es, en Argentina y en cambio en Chile, Allende moría con esa dignidad que lo hizo pasar a la Historia. Puede ser.
Y el segundo 24 de marzo se caía una Dictadura que además de matar a mansalva perdía una guerra inicua, enviando a miles de jóvenes a morir en las Malvinas, que también como víctimas desfilaban ayer.
Muchos de esos, hoy no tan jóvenes, conscriptos en esa época, fueron también torturados por los oficiales. No sabían pelear contra el enemigo, me decía mi amigo en medio de las banderas y consignas, solo sabían torturar y matar. Nadie hoy día los defiende en Argentina; nadie se acuerda de Galtieri y sus bravatas. En cambio al otro lado de la Cordillera, aún se los recuerda con agradecimiento y a veces, algo más. Puede ser.
Los chilenos miramos con desdén, en política, y con respeto y admiración, en fútbol, a los argentinos. Habría que ser mucho más humilde. Porque algo no hicimos bien en esta llamada “transición”.
No manejamos bien las memorias quizá; quisimos ( o algunos quisieron) “dar vuelta la página”, y las páginas de las memorias son duras como de piedra y pesadas de tal naturaleza que no se pueden dar vuelta.