Durante el mes de noviembre se conmemoraron los 25 años de la redacción de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, ratificada por nuestro país en el año 1990. Si bien desde aquella época hasta la fecha ha habido avances en Chile respecto del cumplimiento de dicho tratado, es evidente que aún nos queda mucho por hacer en pos del reconocimiento de nuestros niños, niñas y adolescentes como sujetos plenos de derecho.
En este sentido, una de las deudas más grandes que tenemos como sociedad recae específicamente en los menores que por distintos motivos son separados de sus familias de origen y derivados a un ambiente alternativo.
Existen en nuestro país diferentes caminos para resolver esta problemática. Una posibilidad es que estos niños se inserten en un sistema familiar dentro de su familia extensa (abuelos, tíos, primos, etc.), o dentro de una familia externa a su núcleo. Otra alternativa son las Residencias, más conocidas como “hogares”.
Cualquiera sea el sistema alternativo a la familia de origen, éste debe cumplir con requisitos y características que aseguren la efectiva restitución y reparación de los derechos vulnerados. Debe ser un espacio protector, que en su dinámica cotidiana se asemeje lo más posible a un sano ambiente familiar.
En muchas ocasiones se da el caso de que no hay familias que dispongan de la posibilidad de acoger a niños que vienen de situaciones complejas, y para ellos las Residencias –las cuales siempre deben ser la última opción a considerar- se transforman en un lugar necesario, ojalá transitorio, que debe responder de la mejor manera posible ante las necesidades particulares de cada niño.
Las Residencias deben centrarse en reparar los daños, involucrando desde el primer momento a la familia de origen del niño, de manera que ambos actores (niño-familia) puedan contar con todo el apoyo que se requiera para mejorar la situación que originó su ingreso al programa. El sistema residencial debe partir de la base que la familia es una parte central en la vida de todo niño y desde ahí intervenir, idealmente debe ser una etapa dentro de su trayectoria y no el lugar en donde se desarrolle hasta la vida adulta.
Sabemos de todas maneras, que pese a todos los esfuerzos desplegados, lamentablemente hay un grupo de niños que no logrará una revinculación familiar positiva. Para ellos es fundamental que la residencia sume al rol de protección y reparación la tarea de prepararlos para la vida independiente.
Que un niño no pueda vivir con su familia ya es una situación extremadamente dolorosa, por lo cual es prioritario que cualquier sistema alternativo resguarde todas las variables de calidad, como son infraestructura, alimentación, educación, salud, etc. Especialmente importante es el valor de los profesionales y técnicos que entregan contención emocional, cariño y reconocen en cada uno de los niños y niñas, a personas con necesidades e intereses individuales.
Todo lo anterior requiere que prioricemos a estos niños y niñas; es urgente un marco legal, institucionalidad, recursos, programas y profesionales adecuados, suficientes y especializados.