Escribo con dolor y, por qué no reconocerlo, indignado.
He aprendido a controlar la ira, porque la violencia innata en cada uno de nosotros por haber sufrido 17 años de violencia desde el Estado me hizo deplorarla y evitarla.Pero no puedo remediar lo primero, el dolor me corroe el alma.
Cuando han continuado los bombardeos israelíes después de una corta tregua y –según cifras de la ONU– ya hay 1.949 palestinos asesinados en la Franja de Gaza, 419 niños muertos, 142 escuelas destruidas, 470 mil habitantes sin casa pues sus viviendas fueron destruidas y miles de heridos, oigo a chilenos que se dicen judíos referirse ambiguamente y con la lógica del empate Israel-Hamás acerca de esta matanza, llegando a argumentar que lo que allí ocurre es una guerra, tal como argumentaba Pinochet para justificar sus crímenes. Me acordé de palabras de Humberto Maturana: la razón nace de la sinrazón, es decir de la emoción.
Mi emoción y razón no pueden comprender que en ciertas personas prime más no sé qué fidelidad mal entendida a su origen judío para no condenar sin pretextos lo que otros judíos de Chile y el mundo sí han hecho (como una estremecedora y digna protesta del editor Paulo Slachevsky).
La condena a los actos desesperados de Hamás (además de insignificantes en su daño real al enemigo) ni por asomo justifica o “empata” al genocidio planificado y sin compasión que está cometiendo el Estado de Israel hacia seres humanos, sea cual sea su origen, religión o creencias, ante la escandalosa omisión, complicidad e incluso apoyo de las potencias del mundo.
Pudiera parecer que no tengo velas en este entierro: ningún ancestro árabe o judío en mi árbol genealógico, aunque es seguro, como quiltro impuro que soy, corren ambas sangres por mis venas al ser yo el resultado de numerosas y saludables mezclas que la historia humana sabiamente ha permitido… mezclas que también contaminan a esos judíos que todavía tienen la ilusión de ser de una pureza propia de pueblo elegido.
Pero sí corren velas propias en este entierro, cualquier humano con corazón y dos dedos de frente sentiría y pensaría lo mismo. Como personas dignas, todos tenemos el deber moral de ponernos en el lugar de las madres y padres palestinos y así llegar a considerara los centenares de niños asesinados como si fueran nuestros propios hijos muertos.
El dolor que produce permitir y avalar la política de exterminio que Israel acomete hacia el pueblo palestino sólo deriva de que mi condición humana me hace ver sin ambigüedades que cualquier asesinato masivo y planificado es un genocidio y me indignaría de la misma manera si seres humanos judíos fueran las víctimas (como lo fueron antes) y no los victimarios (como lo son ahora).
Es probable que esa condición de pasar de víctimas atroces a victimarios feroces sea homologable a lo que les sucede a tantos niños abusados que de adultos se transforman en abusadores. ¿Qué diría ese iluminador judío llamado Freud de todo esto?
Hace pocos años estuve en El Líbano y visité el campo de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, que existe desde 1948 (y vergonzosamente no ha cambiado hasta ahora de condición), cuando llegaron millares de familias en tristes caravanas a pie desde su Palestina ancestral, expulsados por las recién estrenadas tropas israelíes en lo que el historiador judío-israelí (ni musulmán ni árabe) Ilan Pappé llamó “limpieza étnica sionista”.
En el sitio eriazo de la entrada, una pequeña rueda de la fortuna de madera a punto de caer –metáfora de esta historia infame– resaltaba ante un edificio destruido en bombardeos israelitas posteriores a la masacre allí ocurrida, y un viejo palestino disputaba algo que comer con una cabra en un pequeño basural.
Pero adentro me sorprendió la vida que resurgió después de la muerte. Niños en callejuelas embarradas por la lluvia jugaban y se reían porque eran niños y no podían evitarlo, aunque sean parte de una población hacinada de 9.000 personas en menos de 2 kilómetros cuadrados.
En septiembre de 1982, tal como hoy,todos nos conmovimosde la matanza–según informe de la Cruz Roja Internacional– de más de 2.400 palestinos allí, la mayoría ancianos, mujeres y niños.Familias completas a las que sacaron de sus casas y pusieron en muros de la avenida Sabra para acribillarlos, y cuyos autores materiales fueron milicianos libaneses cristianos falangistas, mientras las tropas de Ariel Sharon observaban cómo “no judíos mataban a no judíos” (así lo dijo el entonces primer ministro Menájem Begin).
“Un niño muerto puede a veces bloquear una calle, son tan estrechas, tan angostas, y los muertos tan cuantiosos”, escribió Jean Genet en su relato Cuatro horas en Chatila.
Las huestes de Sharon, que habían invadido el sur del Líbano, iluminaron con bengalas la noche para que la operación tuviera éxito. Incluso –según informe de la ONU– un día antes los israelíes le habían entregado a los falangistas bolsas para poner los cuerpos, esa tarde vivos, para cuando 24 horas después fueran cadáveres.
Una investigación del propio gobierno israelí determinó que Sharon era personalmente responsable de hacer posible esa masacre… lo que no evitó que fuera elegido primer ministro de Israel 19 años después. Noam Chomsky, judío-estadounidense, dijo que esa matanza recordaba “lo peor de los pogroms judíos”.
A su vez, la Franja de Gaza tiene una superficie de 350 kilómetros cuadrados (la mitad de la comuna de Santiago), una población de 1.800.000 palestinos y una densidad de 4.200 habitantes por kilómetro cuadrado, lo que hace que sea el territorio más densamente poblado del planeta.
Casi toda su población vive en la pobreza (40% de cesantía, desde que comenzó el bloqueo de Israel) y el territorio es una cárcel porque nadie desde allí puede salir: nadie puede embarcarse (pese a que cuenta con 40 kilómetros de costa), tomar un avión (el aeropuerto fue destruido hace años por cazabombarderos israelíes) o salir de sus fronteras por tierra, pues Israel no se los permite (aunque tiene 11 kilómetros de frontera con Egipto, está cautelada por cercos y el ejército israelí).
Desde que es parte de la Autonomía Palestina (junto a Cisjordania, después de los Acuerdos de Oslo de 1993) Israel ha ejercido contra Gaza una acción brutal, bajo el pretexto de una “guerra defensiva” en contra del grupo extremista islámico Hamás.
Son constantes las incursiones del ejército con bulldozer que derriban edificios y casas con las familias dentro y la declaración de la Franja de Gaza como “hostil” significó el corte del suministro de electricidad, combustible, mercancías y agua… desde principios del año 2000 hasta ahora, limitando incluso la llegada de alimentos y medicinas a la mínima condición.
Que los palestinos allí hayan podido seguir viviendo es un milagro, y teniendo hijos, porque hay una alta tasa de natalidad, lo que irrita al Estado de Israel. Esto quiere decir que el porcentaje más significativo de la población son niños.
Recién en 2005 se produjo la retirada de colonos israelíes de la zona. Desde entonces, Israel ha vuelto, pero a matar, con incursiones militares en 2008 (“Operación Plomo Fundido”, asesinando a más 1.000 palestinos y destruyendo más del 50% de la infraestructura de la Ciudad de Gaza); en 2010 (asesinó a 9 personas que llegaron en un barco de 633 voluntarios de distintas naciones con ayuda humanitaria para tratar de romper el bloqueo naval israelí); en 2012 (asesinando a 150 personas, dejando 1.200 heridos) y hoy, en julio y agosto de 2014 (“Operación Escudo Protector”), ya van casi 2.000 palestinos asesinados.
¿Alguien puede creer que esta manera bestial de resolución del conflicto por parte de Israel, basado en la aniquilación, puede llevar a algún tipo de paz para los propios israelíes?
¿Alguien puede pensar que las víctimas sobrevivientes, niños y jóvenes con familiares muertos, no van a tener justos motivos para plegarse en corto tiempo a acciones extremas e incluso suicidas en contra de cualquiera que les recuerde a los autores de esta imborrable barbarie?
Por todo esto, no puedo negarlo, escribo con dolor indignado.Con impotencia.
Estados Unidos y Europa, que han invadido naciones bajo el pretexto de defender el derecho a la vida de los débiles por una causa suprema (cuando apunto esto EE.UU. acaba de bombardear a yihadistas en Irak), ahora no lo hacen y son cómplices de un genocidio. Y el hecho de que los victimarios de Gaza sean quienes antes sufrieron los peores horrores como víctimas, no aminora el crimen. Por el contrario, lo hace inconcebible.
Israel da motivo para creer, como Ionesco, que la naturaleza humana es un absurdo definitivamente irracional.