El escenario es, por decir lo menos, complejo, mientras que lo que está en juego es de alta valía. A casi 70 años de que se cumpla el fin de la Segunda Guerra Mundial y con ello el término de lo que fue el ejercicio de uno de los mayores y más racionalmente organizados genocidios de nuestra era, la historia (si bien con otra magnitud) parece repetirse nuevamente, y esta vez no precisamente como farsa (Marx).
So pretexto de una mera e irrestricta defensa a la soberanía y el derecho a vivir (que se explican por aquel acontecimiento de hace 70 años, pero que en virtud de las condiciones actuales, parece vaciar a aquellas palabras de todo contenido), el Estado de Israel ha desplegado ya de manera continua una serie de ofensivas militares en la Franja de Gaza que, aunque con matices de observación, bien podrían ser catalogadas (a la luz de su casi efectiva unilateralidad) como de brutalidad y ensañamiento. Diversas son las fuentes en que se reporta acerca de los aparentemente irrefrenables atropellos que el Estado de Israel ha llevado a cabo en la Franja de Gaza.
Diversas también han sido las muestras de desaprobación y rechazo (a pesar de que se mantienen por el momento nada más que como palabras de buena crianza) el ataque de dicho Estado que, si bien nace como respuesta o corolario a una deliberada persecución y aniquilación, ahora parece erigirse como el armatoste posibilitador (detonante) de similares prácticas vestidas con otros ropajes.
No sólo la ONU y Chile (entre muchos otros) han tomado posición en estas materias, sino que también incluso el Presidente de los Estados Unidos (histórico aliado del Estado israelí) ha rechazado hace pocos días (no obstante su continuo e inconsecuente apoyo armamentístico) de manera clara los ataques ya referidos.La Comunidad Internacional ha reaccionado, si bien aún demasiado tibiamente, de manera general con una actitud de rechazo (por lo menos discursiva), para lo cual sólo cabe una (o al menos una notable) excepción: Alemania.
Sin perjuicio de que hace algunos días el Secretario de Estado Markus Ederer se refirió por primera vez al conflicto con matizadas palabras de desaprobación frente al Gobierno de Israel, la posición del Gobierno de Angela Merkel (y la cosa no se circunscribe solamente al gobierno) ha sido la del silencio.
El rol de victimario que Alemania jugó hace 70 años con respecto (entre otros) al pueblo judío (que, valga la aclaración, no puede ser equiparado al Estado ni al Gobierno de Israel) ha llevado a sus gobiernos y parte de sus organizaciones intermedias,si no a parte importante de su población a una imperiosa búsqueda por abstenerse de emitir juicio.
Incluso organizaciones políticas de izquierda como Antifa, caracterizadas por su rechazo activo a acciones imperialistas de este talante han tomado distancia, como expresión de su división interna en estas materias. Y es que al respecto sólo se puede perder, y más vale callar,como dijo un amigo hace un par de días.
La lectura es más o menos clara: si Alemania u organizaciones alemanas aparecen condenando las acciones militares cometidas por el Estado de Israel, corren el riesgo (como en Chile también se ha podido apreciar) de ser catalogados como de antisemitas.
Algo que luego de un proceso de 70 años de trabajada“purificación” (desnazificación) aparecería como inaceptable.Más vale callar entonces y tratar de pasar desapercibido frente a hechos que ocurren a terceros, que hacerse parte, al menos, discursivamente del conflicto, y pasar simultáneamente a materia activa de debate. Algo que puede verse de pasada también en la incomprensible secundariedad que el tema ha tenido incluso en medios de prensa como Spiegel.
Sin embargo, lo que el gobierno y aquellas organizaciones alemanas no parecen entender (o sólo a veces), es que el silencio comunica, y mucho.
El pasado 20 de Julio, día en que 4 niños palestinos fueron asesinados en una playa por la milicia israelí, se conmemoró en Alemania el día del atentado organizado por Claus Schenk Graf von Stauffenberg a Hitler, ocasión en la que el Bundespräsident Joachim Gauck abogó por la lucha por la democracia y afirmó rememorando a la Alemania nazi que “todos tienen una elección entre actuar y no actuar, entre hablar y callar”.Ni una sola palabra para lo que ocurre en la Franja de Gaza.
El escenario es, como he señalado, de alta complejidad. Alemania no quiere ser vista (al menos de manera políticamente clara) como crítica de Israel, para no ser afectada en su reputación por las abiertamente hostiles imputaciones de antisemitismo.
Sin embargo, lo que está en juego es, como también se ha dicho, de enorme valía. Si Alemania mantiene una línea silente respecto de las acciones militares del Estado de Israel, no sólo respalda con su omisión lo que allí ocurre, sino que además probaría de manera simultánea que, a pesar de sus intentos, no ha aprendido de la historia, esto es, la necesidad de defender los derechos humanos, cualquiera sea el origen de los mismos, como soporte fundamental y primario de la humanidad, cueste a quien le cueste.
Aquel silencio cada vez más ensordecedor vendría a corroborar que no resulta tan relevante el saber que seres humanos sean eliminados de manera deliberada y organizada, como el saber quiénes serían aquellos.
Ahí está puesta la paradoja del silencio alemán, para intentar lidiar con las consecuencias de lo realizado hace 70 años se apoya con la omisión práctica que bien parece recrear en la actualidad aquellos años 40´.La solución parece haberse convertido una vez más, como decía Watzlawick, en el problema.