No hay palabras para describir el sufrimiento y la desolación que se ha instalado en la tierra de Palestina.Paradojalmente, su huella, la de los pueblos y razas que durante milenios sobrevivieron allí a las inclemencias del tiempo y la naturaleza, marca hoy a la civilización humana. La cultura de nuestra época tiene en esas distantes aldeas y comarcas una parte de sus raíces esenciales.
Sin embargo, el militarismo que domina y ordena la acción del Estado de Israel ha desencadenado una invasión devastadora en el territorio de la llamada Franja de Gaza, en el cual según todas las negociaciones y contactos internacionales, debiese asentarse un futuro Estado independiente de Palestina.
Como se sabe, las víctimas fatales y los refugiados se cuentan por decenas de miles, son niños, ancianos y adultos sin armas, que no tienen ni cómo protegerse ni menos como defenderse. No hay fuerzas bélicas contendientes. Se trata, en consecuencia, de una agresión militar criminal y cobarde.
Israel aduce querer instalar una zona de protección que blinde sus campos y ciudades de los ataques terroristas del grupo Hamas. Con ello se ratifica que esté al ejecutar irracionalmente el lanzamiento de misiles y bombas sin destino ninguno, sólo lleva municiones y argumentos al poderoso invasor que deseoso de las mismas, las utiliza en beneficio de su estrategia de agresión.
Ante el reino de la desolación no hay excusa que valga. La agresión debe detenerse de inmediato.
Ahora bien, el rol de la comunidad internacional ha sido simplemente lamentable. De simple testigo impotente. El papel del gobierno de Estados Unidos aún peor, de un inexcusable respaldo a la agresión militar israelí.
Naciones Unidas debiese salir del estupor y retomar un conjunto de iniciativas de paz, que detengan ahora las acciones armadas y apunten al reconocimiento de ambos Estados, Israel y Palestina, como el pilar de la estabilidad futura en la región.
Insisto en que razas, etnias, religiones y creencias milenarias que están allí, los pueblos depositados en ese rincón del planeta, debiesen ser capaces de coexistir y entenderse para bien de si mismos y de la humanidad en su conjunto.
Los militaristas y terroristas tendrán que ser aislados, para que se reinstale el valor de la política como instrumento civilizador, de paz y entendimiento.
No hay otro camino ni otra solución que no sea la paz, que cuesta encontrarla, pero una vez lograda es la base de la cultura y la sabiduría que permite crecer y progresar a las naciones.