Todos los años hacemos grandes esfuerzos por visibilizar ante los ojos de miles de chilenos la realidad de pobreza, exclusión y vulnerabilidad que diariamente aqueja a casi dos millones y medio de personas; dolores y miserias que muchas veces deben esperar terremotos, tsunamis o incendios para que sean vistos por la sociedad, dejen de sernos indiferentes, y así podamos priorizarlas y atenderlas.
Año tras año como Hogar de Cristo invitamos a todos los chilenos a hacerse parte de esta gran obra que, fundada bajo la convicción del Padre Hurtado de un país justo y de una comunidad solidaria, ha acompañado el desarrollo del país en los últimos 70 años buscando incansablemente ser un lugar donde las personas en situación de pobreza y vulnerabilidad, encuentren las herramientas que le permitan enfrentar la vida y también un lugar desde donde la sociedad en su conjunto es llamada a ser consciente de los dolores e injusticias que representa esta vida.
En estos 70 años de historia hemos trabajado constantemente con aquellos que más lo necesitan, también lo hemos hecho con el Estado.
Hemos sido testigos presenciales de cómo los rostros de la pobreza han ido cambiando durante todo este tiempo.
Los niños que el Padre Hurtado recogía de debajo de los puentes en su característica camioneta verde, o los miles de chilenos que en ese entonces necesitaban pan, techo y abrigo, se han convertido hoy en niños, niñas y adolescentes en situación de pobreza que han sido expulsados del sistema escolar; en jóvenes y adultos con consumo problemático de alcohol; en adultos mayores que solos deben enfrentar la vejez sin soportes ni redes, o en personas con discapacidad mental que no sólo enfrentan a diario las dificultades propias de esa condición, sino además la pobreza y estigmatización.
Hemos sido testigos de cómo el país ha cambiado y de cómo ha avanzado en materias sociales, pero también aunque empinándose en los umbrales del desarrollo, aún tiene tareas pendientes con un segmento demasiado numeroso de la población.
El estar presentes en la vida de miles de compatriotas que tienen terremotos diarios que enfrentar, que viven en un permanente “estado de emergencia” tratando de mantener un precario equilibrio de vida, y que aún bajo estas circunstancias tienen esperanzas, fortalezas y el empuje para salir adelante, es el principal argumento que nos mueve hoy nuevamente a pedirte que te hagas parte de esta obra; ya sea como voluntario o como socio, puesto que sin ambos sería imposible lograr que los miles de chilenos con los que trabajamos superen la situación de pobreza y exclusión en la que se encuentran.
El Hogar de Cristo es una obra de todos los chilenos. Son miles los socios y voluntarios los que hacen posible la delicada tarea de restaurar los derechos y ampliar las oportunidades de un grupo grande de chilenos que muchas veces son invisibles para la sociedad y para el Estado.