Pocos chilenos fueron tan gravitantes en la historia nacional, como lo fue el Cardenal Raúl Silva Henríquez, quien, el pasado 9 de abril,cumplió quince años de su fallecimiento.
A diferencia de cualquier otro prelado de la Iglesia Católica, le tocó vivir una época dura e ingrata, siendo la más de las veces víctima inocente de odiosidades y atropellos incalificables, por su compromiso con Chile.
Autoridad moral indiscutible, de los tres gobiernos democráticos -de Alessandri, Frei, y Allende- en cuyo seno de sus respectivos mandatos, se gestaron cambios sociales de envergadura que demandaba el país desde su origen como República.
La sociedad oligarca, conservadora y latifundista, jamás entendió que las horrorosas desigualdades que sufrían los chilenos y chilenas, eran insoportables. Tarde o temprano los estallidos sociales tenían que explotar. Los cambios que exigía la gente, fueron insuficientes para dar dignidad a los marginados, especialmente a los explotados trabajadores de las fábricas y del campesinado.
La noche negra cayó sobre la Patria toda, los sueños y anhelos de miles y miles, se fueron al tacho de la basura por la intolerancia e incomprensión de los bandos políticos en pugna.
La obscura mano criminal estaba al acecho, para buscar venganza a cualquier precio, en contra de aquellos que se atrevieron a pedir un poco más de pan.
Pinochet y su banda de criminales corruptos, tras un cruento golpe militar, se apoderan del país, derrocando al gobierno constitucional de Salvador Allende, elegido por los ciudadanos y ciudadanas, libres y soberanamente, pese a quien le pese, esa es la verdad.
Tras la asonada, vino la sistemática persecución y violación a los elementales derechos de la persona humana, detenidos, torturados, desaparecidos, relegados, exiliados.
Perseguidos y delatados, expulsados de su fuente laboral, enterrados vivos o lanzados heridos al río Mapocho, cuando no, a las gélidas aguas del mar, encadenados a pesados rieles, para que los cadáveres no quedaran flotando en la superficie y se hundieran en las profundidades para no ser jamás hallados.
Fueron años de horror y de terror, en donde los esbirros del dictador estaban amparados, por el Estado, con organismos represivos, con total y absoluta impunidad.La DINA y su sucesora la CNI, hacían y deshacían, a vista y paciencia de los Tribunales de Justicia, cómplices directos de los atropellos que a diario sufría una población indefensa.
Los inútiles esfuerzos que hacían escasos abogados que se atrevían a defender a los detenidos-desaparecidos, presentando recursos de amparos, chocaban con una muralla infranqueable, la orden superior era no darle atención alguna, aunque sabían que los presos estaban en las mazmorras de cárceles ilegales, siendo sometidos a todo tipo de apremios y torturas con resultado de muerte, las que algunas se habrían podido evitar si los Tribunales hubiesen actuado bajo el amparo de la ley.
Frente a esta maldad de proporciones insospechadas, donde el respeto a la vida humana valía nada, donde si vivir o morir, estaba supeditado a un alienado torturador, donde la comunidad nacional escondía la cabeza, tratando de ignorar lo que sabía y conocía de sobra, donde la conciencia y su valor ya no tenía significado alguno, nace la voz de los sin voz.
Antes de que la sociedad chilena entera se consumiera en su propio excremento de aceptar como normal la anormalidad a la que estábamos sujeto, la presencia providencial de Don Raúl, comienza a dar testimonio real y fidedigno, con un verdadero sentido evangélico, de comunidad eclesial, en pro de la defensa irreductible a la persona y sus más sagrados derechos.
La creación de la Vicaria de la Solidaridad fue el escudo invencible en contra de los victimarios de tantos hermanos nuestros, que por pensar diferentes fueron cruelmente perseguidos, en sus distintos departamentos y oficinas, fueron recopilándose miles de carpetas de personas detenidas o simplemente asesinadas, sin que nadie respondiera por ellas.
Por cierto que, la tarea no fue nada de fácil para el Cardenal, y sus colaboradores directos, vicarios, sacerdotes, además de destacados abogados, profesionales diversos, que siempre lo apoyaron, aunque muchas veces tuvieron que sufrir en carne propia la cárcel, relegación o el exilio.
A pesar de la evidencia, muchos chilenos y distinguidos prelados no creían que todo era verdad.La prensa cautiva y socia de la dictadura, acallaba estos hechos y los periodistas valientes y consecuentes que querían denunciarlos, simplemente sufrieron las consecuencias, pagando la osadía con sus vidas.
La Vicaria de la Solidaridad, fue un signo profético, quedando registrada en la acción concreta de este santo hombre, interpelándonos a seguir su ejemplo siempre y en cualquier circunstancia donde esté amenazada la integridad del ser humano. Ese es el mensaje, esa es la herencia que nos dejó, para que nunca se nos olvide que ante todo y por todo está el hombre a entera semejanza de DIOS.
Al pasar los años, aunque algunos premeditadamente intentan olvidarlo, especialmente sus detractores, inclusive al interior de su iglesia católica, su figura se agranda con el tiempo, es entonces que para conservar la memoria intacta de su vida, se han escrito innumerables libros en relación a sus distintas facetas como Obispo y Pastor de Chile.
Un pequeño tributo a su amor por la Patria.