Carlos Berger en carta a su madre desde prisión en Calama 15 de octubre 1973.
El domingo 13 de abril se rindió homenaje al abogado y periodista Carlos Berger, asesinado por la Caravana de la Muerte el 19 de octubre de 1973. Fue una ceremonia fúnebre en el que se enterraron restos que fueron encontrados en una fosa común en 1990 y que finalmente fueron reconocidos.
Carlos Berger, militante comunista, hijo, marido, padre.Sí, padre, el papá de Germán Berger.
Germán tenía 11 meses cuando su padre fue ejecutado, en las cartas que este alcanzó a escribir en prisión, le llamaba “el enanito” y le dirigía líneas esperanzadas y reflexiones respecto a los desconcertantes sentimientos provocados por la paternidad
“Me imagino que habrá salido todo bien en Santiago y que el enanito está súper bien”. (Carta a Carmen Hertz, empezada el 26 de septiembre, 1973)
“Quedan tres temas: Usted, el enanito y yo. Cómo hay que resumir un poco, tocaré sólo el tema más importante de los tres. ¿Cuál? El enanito, por supuesto, y dejaré los otros para una próxima carta.
Me acuerdo mucho del enanito y lo echo muchísimo de menos.Es increíble.Recuerdo ese dicho de que “el amor que baja es más fuerte que el amor que sube.” Y así es efectivamente. Con todo lo que la quiero a usted, recuerdo y echo mucho más de menos al enanito, por sobre todas las cosas, después de Carmen”, (carta a su madre desde prisión en Calama 15 de octubre 1973).
El amor a los hijos. ¿Dónde quedó ese amor? A veces el horror no deja ver, a veces los hijos, los niños, los “enanitos” de los luchadores políticos pasan a un segundo plano y sus experiencias solo se reconocen cuando al llegar a la adultez logran tomar la palabra como “grandes” para buscar a sus padres perdidos entre esas caricias tempranas y las imágenes de los diarios.
Pero ¿dónde quedó ese amor? Las caricaturas que la dictadura propagó, para difamar a los militantes de la resistencia, no ayudan a encontrarlo: militantes desalmados que exponían sus familias, gente inconsciente que no quería a sus hijos, promiscuos, desleales, etc.
La dictadura de Pinochet no se ahorró epítetos para calificar a esos padres, obligando a los niños a construir una verdad paralela desde otros lugares, otras referencias, otras formas de familia.
Germán por ejemplo, entrevistado por Augusto Góngora a los 13 años decía: “Cuando era más niño no entendía porqué lo habían matado solo por pensar distinto. Yo no puedo meterme esto en la cabeza, todavía”. (Documental Los niños prohibidos, 1986)
Ninguna respuesta es suficiente en esos casos, su padre no era eso que la Dictadura decía, ni merecía el espantoso castigo que se le había dado. Pero tampoco la respuesta de la inmensa familia de DD.HH que lo acompañaban servía.
Y es que no se puede matar a alguien “por lo que piensa” y eso “hasta” un niño lo sabe. Te pueden matar por lo que dices, por lo que haces, por lo que estás construyendo, pero ese eufemismo tan propio de nuestra sociedad es incomprensible y Germán lo demuestra impecablemente.
No, a Carlos Berger no lo mataron por sus ideas, lo mataron porque hacía lo que pensaba, con compromiso, con decisión y también con amor. Y dentro de ese proyecto político (el de una sociedad nueva) Germán también tenía un espacio, porque al final de todo, las familias filian en más cosas que en lo consanguíneo.
Tener hijos muchas veces implica enfrentar una pregunta que es eminentemente política. ¿En qué se va a convertir esta sociedad?, ¿Es ésta la sociedad que dejaremos para que nuestros hijos la habiten? En este diálogo los hijos, muchas veces, se transforman en motor, en pregunta y en mandato.
Asimismo, a Germán Berger la paternidad lo empujó a buscar a Carlos: “Después que nacieron mis hijos tu fantasma creció. Ahora sabía cómo tú me habías querido a mí. Ahora sabía qué era ser padre. Yo soy tu hijo Germán, el mismo niño que tomaba la papa a las 5 de la mañana entre tus brazos.” (Carta de Germán Berger a Carlos Berger, leída durante el documental “Mi vida con Carlos” 2008)
¿Pero dónde quedó ese amor? Está aquí todavía, entre los tuyos y los nuestros, estaba en la complicidad de los adultos que limpiaban, cocinaban y luchaban, que marchaban, que se organizaban, que llegaban tarde a aprender/enseñar tablas de multiplicar o a esconder huevos de pascua (aún cuando no fueran creyentes).
Ahí, en los intentos de proteger, a veces vanos. Y en todos los actos que hacemos para transmitir la conciencia, la memoria y el nunca más. Ahí está recreándose ese amor cada vez en todos los hijos.