La Catedral repleta de personas en su mayoría miembros de comunidades de base, de la iglesia popular, antiguos trabajadores de la Vicaria y de DDHH.Se respiraba en el ambiente una sensación de emoción y recuerdo, de aquellos días de noviembre de 1978, en que el Cardenal Raúl Silva Henríquez, a través de la Vicaría convocó al Simposio Internacional de los Derechos Humanos.Pero poco a poco la emoción se fue convirtiendo en estupor, en incomodidad y finalmente en profunda rabia.
La actividad, que obedecía a un merecidísimo homenaje al Padre Esteban Gumucio, en el Centenario de su nacimiento, y a los 35 años de la Celebración del Simposio, comienza con una larguísima liturgia, muy piadosa y muy católica, mucha oración, una mención rápida al Cardenal Silva y al Padre Esteban Gumucio, ambas voces proféticas de nuestra Iglesia, pero pasan los minutos y ninguna mención a que la obra que se escucharía fue escrita en homenaje a las miles de víctimas de la Dictadura, a los detenidos desaparecidos, a los ejecutados, a los torturados, a los cientos de familiares que atestaban hace 35 años la misma Catedral, exponiéndose a la brutal represión.
Esta noche hubo un silencio cómplice de la Iglesia, con esa realidad violenta que nos rodeaba, que fue valientemente denunciada por el Cardenal Silva y el Padre Gumucio.
Ninguna evocación a que la Cantata y el Simposio surgen en ese contexto político social de la más cruel Dictadura Militar, silencio sobre de rol de la Vicaría de la Solidaridad, en esos aciagos días.
En todo el largo preludio piadoso, nunca se pronunció la palabra dictadura, derechos humanos, detenidos desaparecidos, ejecutados políticos, exiliados, degollados, justicia, verdad, impunidad, no se escuchó la palabra Lónquen. Estoy seguro que esa larga oración piadosa, no llegó a oídos de Jesús….ni al Dios de los pobres y perseguidos.
La hermosa Cantata fue una frustración, vaciada de contenido, aunque resonara con fuerza la poesía de Gumucio en la voz de Pepe Secall.
Esta noche sentí vergüenza por la inmensa involución conservadora que sufre la Iglesia de Santiago.
Antes de que terminara la Cantata me retiré para sentir que hoy en la calle se vive la verdadera lucha de nuestro pueblo por verdad, justicia y democracia.