Hace tan solo unos días se llevó a cabo unos de los hitos más importantes y trascendentales en la historia reciente de Guatemala. La condena por el delito de genocidio en contra del ex dictador Efraín Ríos Montt, quien fuera el verdugo que en solo un año (1982-1983), dejara un legado de horror, sobre todo para la población maya, de alrededor de 2.000 muertos.
El que este ex militar y ex dictador que golpe de Estado mediante, se hiciera del poder en los años 80s, haya sido juzgado por crímenes de lesa humanidad, marca un hito en la historia guatemalteca ya que después de largos años de ocurridos los hechos, por fin se puede hablar, de manera inicial, de justicia para los miles de familiares de las víctimas del genocida. Pero sobre todo marca un referente ya que hasta hacen tan solo unos días, el hoy condenado Ríos Montt, se declaraba inocente del cargo que se imputaba. Según él, nunca había firmado nada, ni dado orden alguna, para cometer crímenes contra raza o etnia alguna.
Ríos Montt, declarando su inocencia, nos recuerda las declaraciones de otros genocidas que alegaron inocencia, como Adolf Eichmann, jerarca nazi responsable de millones de muertes mediante la “solución final”, quien dijera en el famoso juicio llevado a cabo en Jerusalén (del cual hay películas y libros), que él solo era un engranaje más de la maquinaria nazi, por lo tanto era totalmente inocente.
Y como no recordar nuestra propia historia de terror durante los 17 años de dictadura, en donde el fallecido dictador Augusto Pinochet, mediante su amnesia crónica, jamás reconociera crimen alguno, partiendo en la total impunidad y sin pagar por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante su régimen dictatorial y genocida.
Guatemala hoy, como Argentina hace ya un tiempo, marcan precedente en materia de juzgamiento a los verdugos que en total impunidad cometieron graves crímenes contra la población muchas veces indefensa. Pero sobre todo, el proceso guatemalteco centra la discusión abierta ya con los procesos judiciales del Juez Baltasar Garzón, quien guiara, sobre todo en Argentina, juicios por el delito de Genocidio contra algunos de los militares de ese país que encabezaron la dictadura militar entre 1976 y 1983.
Lo mismo se intentó para nuestro país. El mismo juez español -hay que recordarlo-, llevó a cabo un auto de procesamiento contra el dictador chileno Augusto Pinochet, por el crimen de genocidio, teniendo a la vista sobre todo el operativo de represión transnacional denominado “Cóndor”, con sus miles de víctimas tanto chilenas como de otras nacionalidades.
Analizar los crímenes de la dictadura militar chilena bajo la tipificación de genocidio, es una necesaria y urgente medida que se debe contemplar por los organismos de justicia, pero sobre todo como demanda social.
Esto, ya que como se ha discutido con bastante tiempo en otros países que sufrieron también regímenes de muerte como el nuestro, la violencia genocida de carácter reorganizadora, se caracteriza no solo por el acto mismo de exterminio, sino que también, como lo afirma el sociólogo argentino Daniel Feierstein, por su realización simbólica, por la construcción social de la violencia, que permite entender el genocidio como un proceso complejo que comienza mucho antes del acto de exterminio, y que por lo tanto, se extiende mucho después de ocurrido dicho acto.
En este sentido, la identificación de un enemigo a exterminar aparece en una experiencia y otra, como el primer paso de esta violencia genocida (los gitanos, judíos, entre otros, en la experiencia Nazi, los subversivos en Argentina y Chile, los indios y comunistas en Guatemala, etc.).
Aclaratorias en este sentido, son las palabras de la Declaración de Principios de la Junta Militar chilena (1974) en donde se señala: “La alternativa de una sociedad de inspiración Marxista debe ser rechazada por Chile, dado su carácter totalitario y anulador de la persona humana, todo lo cual contradice nuestra tradición cristiana e hispánica”.
Serán estas ideas las que tenga a la vista el Juez Garzón cuando inicie su auto de procesamiento por el crimen de genocidio en contra de Pinochet, ya que según señala el propio Juez: “los objetivos de los conspiradores son por una parte la destrucción parcial del propio grupo nacional de Chile integrado por todos aquellos que se les oponen ideológicamente a través de la eliminación selectiva de los líderes de cada sector”.
Y también, agrega: “la acción criminal persigue la destrucción parcial del grupo respecto de aquellas personas que, o bien son contrarias al planteamiento religioso oficial de la Junta de Gobierno –como el caso de Cristianos Por el Socialismo- o bien sus creencias no son teístas”.
Solo queda aplaudir entonces el proceso guatemalteco, que continúa en la búsqueda de verdad, justicia y reparación para las víctimas y/o sus familiares de los crímenes de Estado perpetrados por agentes militares o civiles, en gran parte de nuestra América Morena, durante los largos años de una guerra fría que sigue presente, muy presente y cotidiana.