Este año sucedió lo espectacular, lo tantas veces deseado, que Chile fuera el campeón. Así fue, como en un sueño, en la Copa América. Pero, los escándalos de corrupción y el vandalismo descontrolado se ocupan de hacer olvidar lo bueno, aquel momento irrepetible y quede sólo lo malo, lo que da vergüenza y estupor.
Lo que pasa es que los futbolistas y la hinchada han sido reemplazados como figuras centrales, ahora los actores principales son los que van a forrarse de dinero rápido y fácil de un lado y los grupos que provocan el vandalismo, por el otro. A veces se unen, otras se repelen, en ocasiones se rechazan, en otras son aliados.
La historia viene de antes que se crearan legalmente las “sociedades anónimas deportivas”, los antiguos clubes dirigían lo que era ya un hecho, el fútbol profesional se había convertido en una actividad rentada, es decir, un producto con el fin de obtener utilidades, pero reproducía, a su modo, un acervo cultural que entregaba a esos clubes un patrimonio y una razón de ser.
Llegó “el cambio”. El propósito de ganar dinero y maximizar utilidades pasó a ser primordial, e incluso excluyente en la legislación que creó las nuevas entidades; los clubes tradicionales fueron desplazados por poderosos controladores financieros, que tomaron su popularidad para capturar las elevadas utilidades del negocio.
Por ello, se vio como los más ansiosos en alcanzar ganancias, mudaron velozmente de camiseta, trocando sus amores de niños por el rendimiento de sus inversiones.
Al comienzo, para ganar popularidad, estos inversores transformados en inusuales y a veces patéticos fanáticos, se congraciaron con las “barras bravas”; con tal propósito el dinero bajo cuerda cooptaba sus líderes, para pagar desplazamientos u otros “gastos ad-hoc”, como hacer propaganda electoral a un candidato que fuera dirigente o hacer de matones contra los que se opusieron a tales reprobables acciones.
La “buena onda” no podía alargarse en el tiempo y esta alianza inicial se trocó en dura confrontación, asuntos de platas más, platas menos, el hecho es que los exaltados que componen tales grupos de choque se convirtieron, aparentemente, en incontrolables.
Hoy, son los actores de la violencia en el fútbol, los “delincuentes” de los que reniegan, al parecer, sus protectores de ayer.
Ahora, los financistas que les dieron vida están escandalizados, piden mano dura y la acción enérgica del Estado. Pero, quieren mantener el negocio al tope, sin molestos controles, sin repartir la torta, muy crecedora por lo demás, de varios centenares de millones de dólares.
En efecto, así como hubo quienes cambiaron el “club de sus amores” por pura avaricia, también existen los que usan doble vestimenta, son ávidos camaleones que cambian de color para atrapar dinero, por un lado usan la camiseta de la ANFP, es decir, la entidad que dirige esta actividad y, por otro, la del canal del fútbol, cuya adjudicación es decidida y entregada por la primera. Son juez y parte de un negocio abundante, altamente concentrado, que se debe repartir.
Al producirse los graves incidentes, del domingo pasado, en la ciudad de Valparaíso, una de las primeras reacciones que se conoció, sin confirmarse después, fue la de hacer los partidos “de alta complejidad” sin la hinchada visitante e incluso sin público; aquello no sería más que aumentar las ganancias de estos mismos controladores, ya que el público no tendría más que pagar el alto costo de la TV de cable, que encarece el acceso a estas emisiones de altísima audiencia e interés.
En el caso que así ocurriera, que la autoridad no pudiera controlar al lumpen que genera esta violencia, no pueden pagar justos por pecadores, obligando a gastar más a los hinchas que quieran ver los partidos de fútbol. En realidad, la solución no es que las transmisiones sean emitidas por un canal público de TV abierta, lo que obliga a declararlas como un bien público, que no podría ser comercializado en la oscuridad como lo es ahora. La tarea es entonces crear un Canal Deportivo Público, que realice esta labor.
Esto sería lo justo, ya que el Estado desembolsa cuantiosos recursos que posibilitan el “espectáculo” deportivo. Se trata de instalar un pago social, la justa retribución a la sociedad de una actividad que es pública, que pertenece a todos, pero cuyas utilidades son privadas.
La sola movilización de centenares de carabineros cada fin de semana, no sólo a los estadios, sino que también a las calles a garantizar el tránsito y la seguridad de las personas. Los gastos de aseo, reparación de bienes de uso público e infraestructura, tanto urbana como de autopistas, debiese ser reembolsada al patrimonio fiscal y de todas las personas y entidades perjudicadas y, para ello, emisiones públicas por la TV abierta podrían financiar tales costos y terminar con la usura actual en las transmisiones.
En todo caso, la situación así como está no puede seguir, pues se presta a las peores sospechas y a los más dudosos manejos, dado las redes desconocidas e indescifrables de las bandas violentistas que se han dado como norte violar el orden público, así como el obvio afán de parte de los controladores financieros de obtener ganancias desmesuradas de aquello que, alguna vez, fue una sana actividad deportiva.
Desde el fútbol profesional no se ve la solución, cada cual defiende lo suyo, el dinero lo es todo, no hay un interés colectivo, parece que los vándalos son el negocio. Por eso, en algún momento, hay que ponerle el cascabel al gato. Puede ser…ahora.