Reconozco que la actividad del fútbol es muy competitiva, impulsiva y apasionada. En homenaje a esos “gatillos” se justifican muchas actuaciones personales e institucionales y se tolera, incluso, que en algunos casos la contienda verbal cause agravio o perjuicio a la honra personal e institucional.
Conozco muchas actividades competitivas. También a muchos líderes empresariales que se caracterizan por la pasión que ponen en sus actos.Los grandes transformadores, por otra parte, se caracterizan por romper moldes, contradecir paradigmas y, a veces, ser muy poco empáticos.
Sin embargo, a diferencia de lo que vemos en el fútbol, todos muestran un margen de respeto y cuidado por la actividad misma que les convoca.La “coopetencia”, entendida como la cooperación entre actores competitivos, es una constante en las historias de éxito.
Hay muchas industrias en las que sus actores compiten ferozmente y sus líderes se critican sin ambigüedades. Pero hay un terreno que les pertenece a todos y que todos cuidan. Es el sustrato ético que legitima y da la licencia social a la actividad y también a sus protagonistas.
En la sociedad contemporánea todo debe hacerse de frente a la comunidad. Los ciudadanos, clientes o no, exigen un comportamiento responsable tanto en el desarrollo del giro de la empresa como en el desempeño personal y profesional de sus gestores, directivos y propietarios.
No se consigue la legitimidad social aportando a causas benéficas como quien aporta al menesteroso en el semáforo. Si en el ejercicio de las tareas propias de la actividad no hay un comportamiento consistente, dicha colaboración, por emocionante y valiosa que sea, se percibe por la comunidad como un mero disfraz para ocultar malas prácticas.
El fútbol chileno es una actividad económica relevante para el país. Mueve muchos millones de dólares y emplea a miles de personas mayoritariamente jóvenes y con sueldos que exceden con creces la media de salarios de la economía nacional.Moviliza a millones de consumidores y presenta tasas de fidelidad que ni el más sofisticado “club de clientes” consigue en otras industrias. Si hacemos una tabla de posiciones de las actividades económicas relevantes para el país, el fútbol profesional está en la parte alta de la tabla.
Las debilidades en institucionalidad y gestión en el frente interno y la amenaza de la industria del ocio en el frente externo, son riesgos que el fútbol puede solucionar porque tiene atributos y actores para ello.
Sin embargo, jamás podremos echar a andar esta virtuosa maquinaria si el propio fútbol no se cuida a sí mismo ni cuida a sus protagonistas.Es común escuchar graves acusaciones entre actores o de terceros en contra la actividad y pareciera que nadie repara en el daño que dichas polémicas generan al fútbol.
No existe ninguna instancia del fútbol que investigue o movilice a las fiscalías a investigar la existencia de los hechos delictivos denunciados en esas polémicas lo que de suyo sería muy beneficioso aun en los casos que la identificación de los participantes sea compleja.
Si se comete delito, la sociedad se ha dado los mecanismos necesarios para perseguirlos y castigarlos. Es más, hay obligación ciudadana de informar a la autoridad cuando se tiene conocimiento de un hecho delictivo. Lo que no se puede hacer es justicia por propia mano.
La competitividad, la pasión y la convicción son posibles en el fútbol. Polemizar con fuerza también. Pero no son necesarios los agravios.
Sale gratis agraviar en el fútbol. Gratis para el agraviador. Gratis incluso para el que busca contenido y rating. Pero sale muy caro para el fútbol como actividad social si los hechos denunciados no revisten caracteres de delitos o las personas inculpadas son inocentes; carísimo si habiendo hechos delictivos no son acreditados o personas culpables que no son investigadas.
Cuidar la polémica y la denuncia al voleo no supone encubrir nada. Simplemente es aplicar uno de los principios básicos que pregona el fútbol: el fair play.