“Cosas del fútbol” es la denominación en la interna para aquellos hechos excepcionales propios de la actividad. Si esos hechos ameritan reproches éticos y/o legales, se toleran en homenaje a una costumbre inveterada o a la reiterada vocación del fútbol de tener sus propios códigos de actuación.
Atribuirle a una cuestión el rótulo de “cosas del fútbol” es la licencia de actuación que permite soslayar cualquier obstáculo por grave que fuera éste si ocurriera en otra actividad de la vida nacional.
Han pasado los años y ha cambiado la lógica social. La legitimidad y por ende la licencia social para actuar en sociedad ya no se concede a priori por razones atingentes a la historia o posicionamiento tanto de los actores como de la actividad. Hacerlo es discriminación pura y dura.
Dicha licencia social se adquiere día a día, jamás para siempre y de acuerdo a la actuación y no al origen de la persona o medio donde se realiza.
Que un hecho sea desde siempre rotulado como “cosas del fútbol” y que “ni la FIFA” repare los agravios que pueda generar, ya no es suficiente motivo para ser aceptado por todos.
En este nuevo escenario, el fútbol debe estar atento y reaccionar con velocidad y certeza.
La responsabilidad social que se les exige a los actores públicos o privados que interactúan con la sociedad es mucho más que la mera filantropía. Si bien hacer donaciones para buenas causas es muy loable, la primera responsabilidad corporativa es desarrollar con excelencia el giro propio.
De nada sirve ayudar causas para la infancia, la mujer, la salud, la educación u otras, si la actividad futbolística propiamente tal no se alinea con los valores que precisamente motivan dicha filantropía.
Por eso, ciertas preguntas que hasta hace poco se respondían internamente, con códigos propios y de espalda a la comunidad, hoy ameritan una respuesta contundente y corporativa.
Una correcta respuesta a estas preguntas sociales es una herramienta de legitimidad social mucho más potente que todas las causas solidarias que estamos apoyando.
No es trivial el debate sobre la forma del despido de Borghi; sobre la renuncia de Carvallo ad portas del Sudamericano; sobre la pertinencia de la designación de Osses en la reciente definición de play off; sobre la continuidad de Labruna en Colo Colo por la versión falsa de su accidente del tránsito.
Tampoco puede seguir esperando el debate sobre la contratación de jugadores rivales cuando aún no finaliza el campeonato; sobre la simulación de faltas de los jugadores en cancha o la inhabilitación proactiva de éstos al enfrentar en instancias finales al club que será su próximo empleador; sobre la falta de disciplina física de los deportistas profesionales; sobre la falta de capacitación de los diferentes estamentos; sobre el cumplimiento de objetivos y eficiencia de las asociaciones gremiales y/o sindicatos que existen en la industria, etc.
Si el fútbol – dirigentes, jugadores, técnicos, árbitros y otros actores conexos- respondemos estas preguntas no sólo ganará una actividad en la que abundan las personas y los gestos nobles.
También habremos ganado como país un portavoz social que, sin dar lecciones morales a nadie y a partir de su propio crecimiento, pueda exigir a otros estamentos públicos y privados la misma evolución y comportamiento.
¡Nuevas prácticas y costumbres que no sólo las necesitamos los pichangeros!