Poco tiempo atrás, el Director Técnico de la Selección Nacional de Fútbol de la época (Bielsa) se dio el “lujo” de asistir a una invitación en el Palacio de La Moneda y no saludar al dueño de casa. Se le disculpó argumentando que él es una persona especial.Otros lo exculparon diciendo que era coherente con su posición política. Yo creo que simplemente fue un mal educado.
Ahora el DT (Labruna) del llamado equipo popular es sorprendido en una mentira y las autoridades administrativas del club deportivo declaran que esperarán que pasen los partidos para no “desconcentrar” al profesional de sus responsabilidades laborales antes de “conversar” con él acerca del episodio.
Tomando en cuenta que estos señores son líderes ante un importante segmento de la sociedad y especialmente ante jóvenes y niños, ¿no es esperable entonces que sus actuaciones sean reprobadas y castigadas de inmediato por sus superiores?
Expertos se desvelan diseñando nuevas maneras de inculcar valores en los sistemas de enseñanza, los padres sudamos durante años educando a nuestros hijos en el marco de los buenos comportamientos, incluso quienes profesan credos religiosos invierten tiempo en compartir con sus semejantes las consecuencias que ante sus deidades tiene el pecado de la mentira.
Ya es reprobable la actitud de los titulares de las incorreciones, pero más reprobable es el actuar de sus superiores, pues han puesto por sobre los valores fundamentales a un bien superior, efímero y circunstancial, cual es, el esperado éxito deportivo, y evidentemente ligado a un éxito o rédito financiero.
Todo lo anterior me lleva a la siguiente reflexión.
Al parecer la dignidad de nuestra sociedad es menos importante que la irreverencia, la mentira y la mala educación. Es decir, es más importante reforzar la posibilidad de llegar y/o avanzar en las etapas de un certamen deportivo que el respeto que merece la autoridad máxima de nuestro país.
Es más importante el éxito deportivo y económico circunstancial e inmediato de un equipo de fútbol que la violación de uno de los valores fundamentales de nuestra sociedad.
Sobre esto, al menos Labruna estimó que era conveniente reconocer su falta ante la contundente evidencia en su contra, pero ese hecho no lo exculpa. En el caso de Bielsa, mala y soberbiamente no se disculpó de su actitud impresentable e irresponsable, pues él era el DT de la Selección Nacional y se le debe respeto al país y por antonomasia a la autoridad máxima que es el Presidente de la República, le haya gustado o no su color político.
Finalmente, flaco favor le hacen los dirigentes deportivos a la sociedad chilena al avalar o desentenderse de estas actitudes, pues con su actuar se transforman en encapuchados de cuello y corbata, utilizando las emociones del pueblo para sabotear lo poco y nada que puede hacer nuestro disminuido sistema educativo en la generación de valores transversales.