Yo crecí leyendo Barrabases, lo que me hizo ser, creo, una mejor persona.
Ahí aprendí que en un equipo donde no se excluye a nadie. Ni a los gordos, ni a los negros, ni a los chicos, ni a los feos, ni a los pelados, ni a los ciegos. Donde convivían en armonía las personalidades ejemplares (Sam, Pirulete, Torito) con los descarriados (Guatón, Pelusa). Entendí que el fútbol tenía su épica y que los pecados se pagan, sobre todo la traición, la soberbia y el maltrato.
De las cosas que aprendí de niño son pocas las que se han mantenido inalterables. Vi El Padrino a los 12 y me sigue pariendo la mejor mirada sobre la familia y el honor. Leí Cien años de Soledad a los 11 y nunca un libro me maravilló tanto. Vi pelear a Cassius Clay a los 10 y me encandiló en su grandeza. Ya estaba grande para cuando la moral de Star Wars, Los Bochincheros o Harry Potter se impusieron.
Por eso Barrabases siempre fue el punto de encuentro con el equipo que más quería: humilde, unido, solidario y, por cierto, contradictorio. Había una fauna de personajes secundarios cautivantes –vendedores, relatores, periodistas, empresarios- y si un reproche podía hacérsele es el que siempre nos ha condenado a los amantes del fútbol: la casi total marginación de las mujeres, relegadas a papeles secundarios, ocultos, despreciados. Pero eso lo vine a notar de viejo, cuando hice esfuerzos denodados por atesorar la historia del equipo de principio a fin.
Casi como una burla del destino, tengo hoy, correctamente empastadas y guardadas en el mejor lugar de mi casa, la primera, tercera y cuarta épocas de la revista. Sólo falta la segunda, que fue precisamente aquella donde seguí las aventuras de Mr. Pipa y compañía. Aunque parezca extraño, mi ídolo no fue Guatón. Y mucho menos el inaguantablemente correcto Pirulete. A mí me gustaba Torito y, por supuesto, Lipiria.
Desde el periodismo, y la duda permanente en torno a todo, he reflexionado mucho sobre si la obra está por sobre el autor. Si importa que Los Beatles crearan sus mejores canciones bajo sospecha de doping. O si las crónicas de Soriano valieran menos porque están plagadas de inexactitudes y, a veces, de mentiras. Las oscuras sospechas sobre James M. Barrie no lograron borrarme la sabiduría de Peter Pan, ni los excesos de Maradona le restan mérito al mejor gol que jamás se haya visto en un mundial.
Me gustan más los perdedores que los ganadores, los atormentados que los dichosos, los que dudan más que quienes se creen infalibles. Aprendo del error y me fascinan los personajes que se construyen desde la maldad hacia la redención. Pero creo también en la condena penal y el castigo social cuando hay delitos mayores, como el abuso a los indefensos, a los niños, a las mujeres. Por eso hoy, colocado en la frontera del juicio moral, trato de poner en práctica lo que Barrabases me enseñó: que los pecados se pagan, en su justa y rigurosa medida. Dicho eso, deberé ser capaz de separar, con dolor pero sin culpas, a Guido Vallejos de mi obra favorita, porque su revista me enseño que en mi equipo no caben los que abusan. Sin atenuantes ni excepciones.
PD: Si a alguien le resulta imposible hacer esa separación y desea deshacerse de la segunda época de la revista, le haré una oferta que no podrá rechazar.