(Parodiando a nuestro popular Condorito).
No puedo iniciar estas líneas sin comentar y protestar ante las formas y procedimientos que se han usado para poner término al contrato de Claudio Borghi. Más allá del fracaso en su gestión como técnico de la selección nacional, el Bichi merece respeto, no sólo por ser una gran persona, sino que también por su trayectoria deportiva.
Me refiero particularmente a su aporte por haber sido uno de los primeros entrenadores que hace algunas décadas implementó en nuestro país una nueva y atractiva forma de jugar al fútbol.
La presencia masiva-matonesca de la actual dirigencia de la ANFP en Suiza, el usar el camarín en medio de las duchas y de la amargura por la derrota para comunicar la decisión, la falta de una conversación privada que posteriormente diera paso a una conferencia de prensa en que se informara a la opinión pública, entre otros, son faltas de delicadeza mínimas y dejan en evidencia una falta de prolijidad asombrosa.
Sin embargo, somos muchos que no estamos dispuestos a obviar lo que real y dramáticamente está detrás de todo esto, es decir, la génesis y desarrollo de este lamentable episodio.
A fines del 2010, un conjunto de dirigentes (la mayoría de los cuales son los actuales conductores de la ANFP, otros simplemente ahora guardan silencio y otros andan casi escondidos y/o definitivamente se fueron al mundo privado), inician una operación destinada a desbancar al entonces presidente Harold Mayne-Nicholls, a partir de un conflicto cuyo verdadera causa, dígase lo que se diga, es provocada por meros intereses económicos.
A poco andar, el conflicto arrastra al entonces entrenador nacional Marcelo Bielsa, el que, por razones que son obvias, ve comprometida su permanencia en el cargo, según el desenlace de la confrontación entre los dirigentes.
Agrega un especial condimento a esta controversia, la participación no disimulada en los acontecimientos (era un secreto a voces) del Palacio de la Moneda, bajo el expediente de “una cierta cuenta pendiente” por la explícita simpatía y apoyos recíprocos entre la presidenta Bachelet y el entrenador de “la roja”.
Ni la excelente campaña en la clasificación para el mundial de Sudáfrica, ni el buen papel desempeñado en éste, ni la altísima posibilidad de ganar la copa América, ni la eventualidad de llegar con una pléyade de jugadores maduros al mundial de Brasil que pudiera llevarnos a un logro inédito en nuestra historia futbolística y sobre todo, ni la alegría de un país que desde hace muchísimo tiempo no sentía orgullo de una selección futbolística adulta a nivel internacional, fueron impedimento o constituyeron un llamado a la cordura o entendimiento entre los dirigentes del deporte más popular del país.
A inicios del verano del 2011, Bielsa se ve obligado a renunciar como entrenador de la selección, pese a la oposición de la inmensa mayoría de los chilenos, quienes constatan con irritante impotencia como un trabajo que comenzaba a dar sus frutos y se proyectaba con logros insospechados, era destruido y pisoteado por un pequeño grupo. Nuevamente, codiciosos intereses económicos aplastan la esperanza de un país.
No soy especialista en el tema, pero digámoslo francamente, era casi imposible que en el mediano plazo cualquier otro entrenador pudiese mantener y reafirmar lo que Bielsa ya había sembrado en la generación bajo su conducción.
La mística de grupo, junto al respeto y admiración por el conductor; la creatividad y velocidad de desplazamiento en la cancha; la disciplina y regularidad en el terreno de juego, acompañada de un ritmo ofensivo y siempre en busca del arco rival, entre muchos otros, fueron cautivando al inmensamente mayoritario mundo futbolizado de nuestro país, llegándose incluso al caso de que muchos sentíamos igualmente placer y ganas de ver al equipo nacional, aunque este pudiera perder algunos partidos.
Bielsa realizó esto, pero además y sobre todo, fue un verdadero maestro, un modelo de responsabilidad de trabajo y un ejemplo de conducta moral para nuestros jóvenes dentro y fuera de lo deportivo.
¿Estaremos nuevamente frente a un hecho lamentable en un ámbito importante para nuestro pueblo, en el que claramente hay responsables con nombres y apellidos, pero que a las finales se omite, se tapa y/o se pautea a la opinión pública hacia otros componentes del mismo?
¿O bien ha llegado el momento que los actores y gestores de este desenlace digan algo, renuncien o por lo menos den la cara?
Chile puede tener otro entrenador y hasta clasificar para el mundial de Brasil. De hecho, nunca antes se han dado condiciones tan propicias para lograrlo, dado el cupo que deja Brasil, el pésimo momento de Paraguay y el claro declive en que viene Uruguay, equipos que tradicionalmente nos han competido severamente.
Sin embargo, si así fuese, ello no borrará lo ya ocurrido y sobre todo pasará a la historia como una siniestra operación que terminó por abortar una oportunidad de que este deporte “pasión de multitudes”, hubiera finalmente pasado a otro nivel en nuestro país, con una impensable proyección generacional.
Finalmente, si algún infaltable opinólogo o comentarista, después de leer estas líneas y a propósito de lo que en ellas planteo, emite el típico comentario, entre irónico y solapado, de que ya salieron de nuevo “los y/o las viudas de Bielsa”, le quiero decir que sí, que me siento orgulloso de pertenecer, hace rato, a este grupo.