El deporte chileno está convulsionado. No sólo por el daño que a la Industria del Fútbol le han propinado el domingo pasado trabajadores de esta actividad sino también por lo que ocurre en otros deportes que estuvieron en estos últimos días en las noticias por disputas y controversias extradeportivas.
Hace algunos meses pedíamos una Política Deportiva que fuera el faro en la tormenta y nos encontramos que esa política ha perdido vigencia o no es considerada por quienes están obligados por ley a desplegarla.
Hoy día, nos peguntamos que soñamos para el deporte chileno.
Ten sueños y no planes dicen los más innovadores emprendedores que han transformado distintas áreas de la vida humana. La fuerza de los sueños no sólo hace fluir planes coherentes para concretarlos sino gatilla el entusiasmo de las personas, los alinea y focaliza la discusión en los fines y desprecia perder el tiempo en lo accesorio.
No tenemos sueños, no tenemos políticas, no tenemos ruta. Por ello, la clave del deporte chileno pareciera estar en las herramientas, en el detalle y, lo más grave, afuera de la cancha.
Si soñamos de verdad con el deporte, un campeonato mundial de hockey patín no centra el debate en un pasaje de avión; el básquetbol en una disputa entre liderazgos personales y la gimnasia en una lucha entre dirigentes y deportistas, solo por citar algunas rencillas que nos frenan y desalientan.
Si soñamos de verdad con el deporte trabajamos en la formación deportiva y humana de los deportistas, centralizamos el esfuerzo en la calidad del espectáculo, facilitamos la vida a los espectadores y no exageramos en el control de la delincuencia que acecha al deporte, como si no acechara en otras latitudes, instalando la presunción de culpabilidad en todos los hinchas.
Si tenemos un sueño, nos alineamos y sabemos todos a qué jugamos.
¿Soñamos con un país de medallas olímpicas o panamericanas?
¿Soñamos con tener un alto porcentaje de ciudadanos con práctica deportiva?
¿Soñamos con deporte recreativo, de base popular, bien organizado e institucionalizado?
¿Soñamos con una educación que fomente el deporte para desplegar habilidades sociales y hábitos saludables en todos los niños y jóvenes chilenos?
¿Soñamos con infraestructura sólo para altos rendimientos o también con una red de polideportivos en barrios y poblaciones urbanas y rurales?
En Chile no podemos pendular entre la euforia y la depresión dependiendo como nos va en un juego o competencia cuyos resultados son esencialmente aleatorios.
Nuestra madurez deportiva y por tanto nuestra felicidad y conformidad con el deporte nacional, más allá del deseado bálsamo del triunfo puntual, descansa en el desarrollo coherente y consistente de nuestras políticas con nuestros objetivos. En la justicia y transparencia de los actos deportivos. En el progreso institucional y humano; en el clima de armonía adentro y afuera de la cancha; en el rol cívico del deporte y el deportista. En la grandeza de sus gestos y en la limpieza de sus debates.
Madurez, felicidad, desarrollo, coherencia, consistencia, justicia, transparencia, progreso, institucionalidad, humanidad, armonía, civismo, grandeza y limpieza son entre otros los valores que debemos asociar al deporte chileno.
Es un reto bello y muy difícil, pero jamás un sueño imposible.