Alguna vez escuché a un fanático decir que el debate sobre cómo erradicamos la violencia de nuestros estadios, debiese reservarse sólo a quienes asisten a los partidos , ya que sólo ellos conocen y entienden de qué se trata finalmente esta verdadera “pasión de multitudes”.
Creo que se equivocan. La tranquilidad en los estadios y en el fútbol, no es un problema de hombres o mujeres, no es un problema de fanáticos ni de títulos, ni exclusivamente de barras bravas o de dirigentes. El fútbol es parte de nuestra cultura y protagonista de alegrías que han conmovido y seguirán conmoviendo el alma de millones de chilenos.
Por eso comparto la enorme tristeza al ver cómo nuestros estadios se han transformado en lugares inseguros y hostiles, que han aislado paulatina y sistemáticamente a las familias de los emocionantes espectáculos que brindan.
Urge concretar una reforma integral a la legislación actual para corregir las fallas estructurales del sistema y elaborar una nueva normativa de efectos reales y no efectistas, que considere las diversas variables que rodean esta actividad.
Entre ellas se encuentran: la responsabilidad de los organizadores en la prevención de conductas violentas; la proporcionalidad entre los ingresos generados por el espectáculo, la inversión destinada a la seguridad del recinto deportivo y la responsabilidad patrimonial de los dirigentes; la delimitación de las funciones de las instituciones encargadas de la seguridad pública y de las empresas de seguridad privada; el régimen y naturaleza de las sanciones y la especialidad de las conductas que se generan en torno y con ocasión de un espectáculo de fútbol.
Así como también, y como parte fundamental del debate, la oscura relación entre barristas y dirigentes y la influencia que ejercen en las elecciones de los clubes y en las decisiones de sus dirigentes.
No será posible atribuir responsabilidad efectiva a los dirigentes, implementar mayores controles, introducir nuevas tecnologías y marginar definitivamente de los estadios a quienes dañan el espectáculo con violencia, sino existe la debida independencia y autonomía de los dirigentes deportivos respecto de las barras, de manera que puedan libre y responsablemente implementar todas las medidas que sean necesarias para que vuelva la paz, la tranquilidad y la familia al fútbol.
No se trata de criminalizar a las distintas hinchadas, ni a los barristas que con pasión y respeto expresan su emoción en el estadio, sino de decir las cosas por su nombre y hacer un llamado franco y directo a los dirigentes , para regular los nocivos efectos que ocasiona la intromisión de las barras en decisiones propias de la dirigencia, de los entrenadores y de los jugadores, como también, lo fácil que en ocasiones resulta para éstos sucumbir a la tentación del respaldo interesado de dichas barras.
Sólo así podrá ser realidad el ansiado regreso de la familia chilena al estadio, como tantas veces lo hicimos en la mía cuando niña.