A lo largo del año calendario, es habitual que los santiaguinos manifestemos nuestras más ácidas críticas a la ciudad que habitamos: que los “tacos” son insufribles, que hay aglomeraciones por todas partes, que el aire es irrespirable, que la locomoción colectiva no funciona como es debido, que las calles y avenidas no dan abasto para tanto vehículo, que el ruido es ensordecedor, que el alcantarillado está sobrepasado, que…, que…, pero llega el mes de enero y se produce un cambio que es notoriamente percibido por quienes continuamos habitándola antes de tomar las merecidas vacaciones anuales.
Santiago se convierte en una ciudad más amable, menos congestionada, apacible y, especialmente culta, gracias a tantas iniciativas tanto públicas como privadas que ponen la cultura al alcance de un numeroso público interesado. Es lo que ocurre con el teatro, el cine y la música, por ejemplo.
Casi todas las comunas programan interesantes espectáculos, algunos de ellos en espacios abiertos para aprovechar las bondades climáticas de las tardes y anocheceres veraniegos con las que nuestra ciudad ha sido bendecida, característica que valoran todos los turistas que nos visitan en un creciente número cada año.
“Santiago a Mil” es una de estas actividades – felizmente, no la única– que hacen posible el “milagro” de convertir nuestra ciudad en un espacio más culto, menos inhóspito, en definitiva, más humano, pues logra, entre otros efectos, que quienes no han tenido la oportunidad, durante el año laboral, de nutrirse con ese alimento indispensable para el espíritu, que es el arte, puedan hacerlo en el primer mes del año.
Aunque hace mucho que ya no es “a mil”, este importante festival de teatro, que ya se ha convertido en una tradición para Santiago, continúa acelerando las conexiones neuronales de quienes no temen reflexionar sobre temas profundos de nuestra condición humana y, por eso, se puede justificar que conserve la denominación original “a mil”, que ya no se refiere al valor de la entrada, sino al bendito aceleramiento del pulso cultural que se produce en la población veraniega santiaguina.
Es necesario conocer que, junto a iniciativas culturales como la señalada precedentemente, hay muchas otras de carácter más privado que no cuentan con apoyos públicos, sino que son titánicas iniciativas particulares, a veces muy cercanas a una empresa “quijotesca”, en la que unas pocas personas suman sus capacidades individuales y están dispuestas a arriesgar esfuerzos, tiempo y dinero con la ilusión de montar un espectáculo cultural que invite al público a reflexionar sobre sí mismos y la sociedad, que, en definitiva, es el propósito que siempre pretende lograr el buen arte y los buenos creadores.
Es lo que se puede experimentar, por ejemplo, al asistir a la representación de la obra “Padre Pedro” que ha montado un grupo de notables teatristas en la Sala La Autora de avenida Italia.
Mediante un sencillo montaje en una minúscula sala de teatro, un director y dos actores cuyos rostros no aparecen habitualmente en la TV, logran con magistral acierto dar vida al impactante conflicto surgido entre un sacerdote y su sacristán que fue escrito por el emergente dramaturgo argentino J. Ignacio Serralunga.
A lo largo de los 70 minutos de tiempo real, durante el que se presenta, desarrolla y estalla el conflicto, el espectador se ve atrapado en un torbellino de pasiones del que le resulta imposible zafarse, lo que constituye uno de los méritos de esta obra, de esta actuación y de este montaje cuyo mayor valor radica en la inmensa capacidad actoral de ambos intérpretes.
Mientras enero avanza inexorablemente y se mantiene vigente la oferta cultural con que, en esta época el año, la ciudad de Santiago nos muestra su cara más amable y culta, quienes permanecemos en ella no debemos desperdiciar la oportunidad que se nos presenta de nutrir nuestro espíritu con el alimento que mejor le sienta: el buen arte.
Si usted acepta la invitación a invertir parte de su tiempo del mes de enero en acrecentar su formación cultural, visitando un museo, asistiendo a un concierto, a una representación teatral o al cine, se estará preparando para enfrentar con mejor disposición un nuevo año laboral en una ciudad que algunos de sus habitantes llaman despectivamente “Santiasco” y añoran abandonarla por ser, a veces, verdaderamente insufrible.