Un sábado inolvidable.
Ganar una Copa América permite algunos lujos, como encontrar en las calles de Puerto Varas, algunas horas antes del partido final, al tenor mexicano Javier Camarena, convenientemente arropado por una parca roja. Pero lo mejor vino después. Una vibrante final vista en gigantesca pantalla sobre las aguas del lago Llanquihue con la misma audiencia que unos minutos después celebraríamos, en el espacio Tronador del teatro del Lago, escuchando la privilegiada voz y la innegable simpatía de Camarena.
Esa tarde nada pareció al azar. Se respiraba fútbol.Camarena dejó su camarín, y no bien salido del túnel, preguntó si estábamos felices. La respuesta estuvo en su propia sonrisa. El público ya estaba en su bolsillo.
El primer tiempo fue de arias de ópera… Romeo y Julieta, de Gounod; Los Capuletos y Montescos, de Bellini; la Cenicienta, de Rossini, y La hija del regimiento, de Donizetti. El tenor, estaba muy bien secundado por un sólido pianista de origen cubano, Ángel Rodríguez.
El entretiempo, adornado por la copa de espumante que el breve lapso entre los penales y el inicio del recital no permitió, fue testigo de comentarios eufóricos.
El segundo lapso comenzó al ritmo de las zarzuelas: Te quiero, morena, de José Serrano, y No puede ser, de Pablo Sorozábal. Como para recordar el mejor antecedente de La Roja de Chile, derrotando al españolísimo equipo campeón del mundo en el Mundial reciente.
Luego, el escenario cambió radicalmente para aterrizar en América Latina -territorio de la Copa en cuestión- con un ordenado Popurrí de “Consuelito Velásquez” que llevó las mentes a ese romance entre mexicanos y chilenos que se remonta a los tiempos de Jorge Negrete que provocó una conmoción en 1946, cuando cinco mil personas lo esperaban en la Estación Mapocho y, a causa de la aglomeración, cedieron las barandas de los andenes, lo que produjo un accidente. A la salida, tres mil personas no dejaban avanzar el auto, ‘A los que por mí hayan sufrido algún accidente, les pido mil disculpas’, declaró Negrete con voz entrecortada, relata Alfonso Calderón en su Memorial de la Estación Mapocho.
O de Miguel Aceves Mejía, que entró a caballo al Teatro Municipal de Iquique, en los 50s, para cantar Allá en el rancho grande.
Quizás la mejor jugada de Camarena estuvo cuando piropeaba a las mujeres chilenas para anunciar Bonita, de Luis Arcaráz y un asistente intentó amagar poniendo en cuestión tal belleza. ¿Es argentino? disparó certero el tenor y el público celebró el lanzamiento.
La etapa final culminó en alza, con un Popurrí del mexicano Roberto Cantoral que incluyó la conocidísima Regálame esta noche, que terminó por rendir al “respetable”.
El alargue, exigido con entusiasmo, aplausos rusos y algunas patadillas al maderamen del piso, comenzó con Si vas para Chile y siguió con el clásico Ay, Ay, Ay de Osmán Pérez Freire, primer autor de alcance internacional en la historia de la música chilena.
Pérez Freire debió exiliarse en Argentina, con sus padres, debido a la persecución contra las balmacedistas que siguió a la guerra civil de 1891. En el país rival pasajero y vecino permanente, fue presidente de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores, sin dejar su nacionalidad. Una lección de juego limpio: la rivalidad pasaría y esta canción seguirá siendo conocida, como fue creada: ”reminiscencias cuyanas para canto y piano” y grabada por Carlos Gardel, Mario Lanza, Engelbert Humperdinck, Alfredo Kraus, Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, José Carreras y Nana Mouskouri, entre muchos otros.
Curiosamente, o no, uno de los principales recintos deportivo de Valparaíso lleva el nombre del músico, el Auditorio Osmán Pérez Freire del cerro Mariposas. Otro ejemplo de feliz convivencia entre el deporte y las artes.
La segunda parte del alargue se inició con Yo vendo unos ojos negros, que popularizara el más mexicano de los cantantes chilenos: Lucho Gatica. A estas alturas, la identificación entre la estrella del canto y el público era semejante a los asistentes del Estadio Nacional y La Roja de todos.
Los penales fueron un regreso a lo que vinimos… la ópera. La donna è mobile, de Verdi, coronó la velada también con su mensaje de alerta: la mujer es voluble, como una pluma al viento.
O sea, bellas y fugaces. Lo cantó Camarena.
Otro motivo para celebrar ese 4 de julio de 2015, que difícilmente se olvidará, en los estadios y en los escenarios de Chile.