Parece que en nuestro país llama más la atención el show en torno al vino, que las verdaderas condiciones en que se encuentran los agricultores y lo que el vino verdaderamente significa, en términos de identidad cultural.
Esta época del año es la más importante para la vitivinicultura.Son estos álgidos meses, entre febrero (y en algunos casos enero) y hasta junio, tiempo en que las bodegas de vino, los productores de uva corren y sueñan con cada kilo y litro cosechado.
En las diversas localidades rurales, desde la tercera a la décima región, se desarrolla todo un proceso de transformación, nuestra dulce uva pasa a convertirse en un apetecido vino. La vendimia es un agradecimiento al suelo, a la tierra, al agua y a su gente, por entregar la uva necesaria para ser vinificada y transformada en vino, conmemorándose así la “fiesta del vino”, la que data de hace unos 1.000 años Antes de Cristo.
Las ciudades y pueblos, referentes de la cultura del vino en Chile, se visten de fiesta: Casablanca, Santa Cruz, Isla de Maipo, Curicó, Rengo, por nombrar algunas. Realizan la llamada “fiesta de la vendimia”, una fiesta de chilenidad y del mundo rural, logrando así una oportunidad de desarrollo económico local.
Todo esto tiene una connotación bastante positiva, pues ayuda a difundir las cualidades de un pueblo y resalta el valor de la tierra y de sus costumbres.Sin embargo, me gustaría aportar que en estas festividades poco o nada se debate sobre la importancia del sector, sus necesidades y la valoración cultural del vino.
Si bien comprendo que esta es una fiesta, en la cual se deben destacar las potencialidades de nuestra uva, no deja de ser importante recordar que hoy nuestros pequeños productores se encuentran en una situación de sobrevivencia, debido a los bajos precios- históricos de la uva. Las razones son muchas y todo indica que pareciera existir una crisis estructural, caracterizada por baja de precios y ausencia de compradores para la pequeña agricultura.
Los grandes viñedos, en medio de esta crisis, aumentan su producción para vender, lo cual ha conllevado además a bajar la calidad de la materia prima. Para qué mencionar las mezclas, muchas fuera de la norma de denominación de origen.
Nuestro gremio ha investigado y se ha percatado de que, además de los bajos precios, existen al menos 30.000 hectáreas de vino que son inviables, por las paupérrimas condiciones en que se encuentran los viñedos debido a que existe una falta de inversión en infraestructura.
En las fiestas de la vendimia sólo pareciera destacarse el marketing del vino, bajo una especie de cultura de mall que va acompañada de comida rápida, embutidos y bailes que muchas veces nada tienen que ver con la cultura local. Poco se destaca acerca del valor cultural del vino; quizás lo que más se resalte sea la tradicional pisada de uva, que mantiene la connotación de fiesta eno-cultural. Pero no es suficiente.
Potenciar las viñas emergentes, sobre todo medianas y pequeñas, la innovación del sector, su preocupación por el medioambiente y poder analizar, por qué no, la crisis estructural que vive nuestra vitivinicultura, sería un gran aporte en las festividades de la vendimia, repleta de medios de comunicación y turistas. Todo ello para visibilizar lo que verdaderamente atañe a nuestra familia vitivinicultora.
¡Salud por todas las fiestas de la vendimia!, que sigan multiplicándose en todos los rincones del país, es una hermosa forma de acercarnos a nuestro Chile, a ese Chile que en ocasiones sólo los conocemos por vacaciones; sin embargo, creo pertinente destacar nuestro vino más allá que con un fin comercial.
Quisiera ver a la gente con una copa de vino en sus manos, sintiendo en su paladar la importancia de salvaguardar nuestra cultura, y preocupándose de que hay más allá de su vaso: familias de agricultores, la cosecha, una vida de trabajo, sustento familiar, origen de nuestra identidad y el resultado de lo que nos brinda con generosidad la tierra, pero que debemos proteger.