Muchas veces ante la pregunta ¿profesión? contesto “compositor.” La cara de asombro de quien consulta se antepone a la siguiente pregunta ¿y qué canciones ha compuesto? La respuesta suele ser incómoda y debe ser explicada: “No, soy compositor de música clásica, de música de concierto, para violines…” y la cara de asombro es mayor, incluso algunos continúan con la pregunta ¿cómo Mozart? (o algún referente que conozca el interlocutor). “Hum..sí”, y el comentario final”… “no sabía que había compositores en Chile”.
A esta situación –supongo- se han visto enfrentados sino todos, la mayoría de los compositores actuales, y no sólo en Chile.
El estudiar Composición es una tarea difícil. Primero porque seguramente significa un trance familiar, después porque es una carrera larga en años de estudio y finalmente porque no hay campo laboral.
Lo del trance familiar es un asunto que se puede salvar de mil maneras y en casi todos los casos con éxito. Lo de los años de estudio, bueno, es así no más. Pero lo del campo laboral es el asunto que me impulsa a escribir estas líneas.
En la cadena alimenticia de la música, el primer eslabón es el compositor. Este crea la materia prima. Esta es utilizada por los intérpretes, quienes le dan vida para que sea escuchada –y en algunos casos disfrutada- por el público.
Ahora, el público paga por escuchar, o sea, consume música; el intérprete (casi siempre) cobra por tocar, pero el compositor se debe conformar con que su creación sea interpretada.
El campo laboral del Compositor no existe como tal, es decir, el Compositor debe hacer otras labores para subsistir en este mundo. Algunos tienen otras profesiones (médicos, ingenieros, abogados, la mayoría profesores), pero no hay compositores que puedan vivir de su quehacer creativo. De esta manera, el estudiante de Composición sabe (o debe saber) que no podrá vivir de su profesión.
Se me viene a la mente algunas variables esgrimidas hace poco por los ideólogos de los sistemas de acreditación de las carreras universitarias, esto es, empleabilidad y remuneración. En ambos casos, para los compositores la respuesta es cero. A riesgo de perder, apuesto a que nadie encontrará algún aviso en el que se lea “Se necesita Compositor”.
Esporádicamente algunos compositores son contratados por instituciones para componer. Esto se reduce a una obra por encargo, en los cuales los honorarios suelen ser bastante reducidos al menos en nuestra realidad nacional.
Y los contratantes se reservan el derecho de usufructuar de la música escrita cuando les plazca, sin que haya para el compositor más que la gratificación de que su obra “suena”, y por lo tanto se hace “famoso”.
O sea, la música se vende, a los intérpretes se les paga por cada vez que tocan, pero el compositor recibe como remuneración habitual el puro hecho de que su creación sea interpretada.
A pesar de lo anterior, los encargos más emocionantes son los que hacen los intérpretes (a veces hay honorarios de por medio, pero al alcance de las posibilidades financieras del intérprete, lo que suele ser –de común acuerdo- reducido). Estos apuestan al trabajo de uno, le dan vida a la creación y promueven la creación como los que más. Pero esto no es constante y por lo mismo no se traduce en una fuente laboral cotidiana para el Compositor.
Con estos párrafos sueltos con carácter de panfleto, quiero compartir el hecho que los compositores creamos la materia prima de la música de concierto, nos ganamos el pan de cada día haciendo otras cosas, nos sentimos gratificados por las interpretaciones y, por el puro amor que sentimos por la creación y por la música seguimos adelante, sintiendo el orgullo del trabajo honesto, pero con la pena de no poder vivir de nuestra profesión.
Finalmente, quiero hacer saber a los lectores (oyentes de música), que cuando escuchan música, especialmente música clásica (docta, de arte o como quieran llamarla), siempre hay un compositor detrás, que la compuso en sus horas libres del trabajo que le permite subsistir. Este destinó tiempo y conocimiento para crearla, lo hizo con amor y sabiendo que alguien escucharía y tal vez la disfrutaría.
Y que no suenen mis líneas como un reclamo resentido, pues, soy feliz con lo que hago y lo disfruto como el que más, pero adoraría vivir de lo que estudié, como lo hacen la mayoría de los profesionales.