Avisemos a las autoridades chilenas que centren sus esfuerzos en buscar al capitán Simonini, pues él es el autor de los atentados explosivos y de este 8 de septiembre con 14 personas heridas en el zócalo comercial de la estación Escuela Militar.
¿Quién es el capitán Simonini?, pues bien, expliquémosle a las autoridades.
Se trata ni más ni menos del protagonista de la novela El Cementerio de Praga de Umberto Eco, un individuo misógino, anticlerical, antisemita, anti todo, oriundo de Piamonte e instalado en la capital francesa del siglo XIX donde se dedica al arte de la falsificación de documentos.
Su talento paulatinamente le lleva a ser empleado por funcionarios del Estado, la oposición, iglesia, masonería, banca, scouts, cuasimodos y cuánto grupo pueda pagarle para crear intrigas políticas contra el enemigo de turno.
Inspirado en los folletines de Dumas y Sue, Simonini trabaja para el mejor postor de la elite. Caballero sin consideraciones, Simonini es una persona incapaz de amar y se dedica al mejor negocio, el odio y el temor, pues éste mantiene en funcionamiento a las sociedades, sobre todo en “tiempos de paz”.
Sus malas artes antisemitas logran, incluso, ayudarle a crear un documento apócrifo que devela una conspiración mundial por parte del pueblo elegido, descubierto en un cementerio de Praga. Simonini consigue ser el autor ni más ni menos de Los Protocolos de los Sabios de Sión.
Espero que los grupos de inteligencia chilenos estén tomando apuntes, pues de seguro alguien le ha pagado a Simonini en nuestro país para alimentar siempre ese enemigo oculto, misterioso, nunca detenido y atentatorio de nuestro “chilean way of life” y siempre efectivo: La Segunda ha titulado tras el atentado, “El retorno del Miedo”.
Si la vida partidaria es la búsqueda del poder según consejo de Maquiavelo, triangular la voluntad popular a través de binominales, necesita también imperiosamente un Simonini siempre al servicio de las sombras.
Curioso, las mismas fuerzas del orden que en dictadura pudieron con una eficacia y precisión dignas de la Ferrari exterminar a los opositores mediante desaparición, tortura, intercepción de llamadas, soplonaje barrial, gas sarín, exilio y prisión, hoy son incapaces de dar con tres pelagatos encapuchados dueños de bombas tan burdas como la molotov o un extintor pedestre lleno de pólvora, denotado por un reloj chino comprado en calle Meiggs.
No hablamos de un sofisticado ciber terrorismo, la Camorra, Kaos, o un comando liderado por un genio como Hanníbal Lecter, por favor a otro perro con ese hueso.
El culpable es ése Simonini, capaz de infiltrar desde grupos de ultra derecha, nacionalistas, monarquistas, banqueros, hasta seudo anarquistas, fácilmente manipulables como describe Umberto Eco en su novela.
Simonini encarna al hombre posmoderno, quien no tiene ningún inconveniente en anteponer los fines a los medios. Por ello es rentable contratarlo, sus servicios cohesionan a la sociedad y justifican elevadas inversiones en inteligencia, desde las instituciones y grupos privados hacia la ciudadanía.
Citemos al susodicho capitán para entender mejor esto.
“Es necesario un enemigo para darle al pueblo una esperanza. [...] el sentimiento de identidad se funda en el odio, en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. [...] El odio es la verdadera pasión primordial. Es el amor el que es una situación anómala. Por eso mataron a Cristo: hablaba contra natura. No se ama a nadie toda la vida [...] En cambio, se puede odiar a alguien toda la vida”
En la novela, Simonini inventa la madre de todos los complots, útil a los poderosos del siglo XIX, un cementerio de Praga donde los judíos, el enemigo invisible perfecto, es el culpable de manipular desde la banca hasta los bombazos.
¿Quién fue el autor del atentado de 1986 en el metro de Santiago, que reventó un carro como lata de cerveza gracias al C4 y dejó un muerto?, ¿por qué nunca se da con los famosos encapuchados de las marchas?
Otra obra para revisar al respecto, es la película Brazil de Terry Guilliam, versión futurista en comedia del mundo predicho por Orwell en su novela 1984.
En la sociedad del deprimido y soñador Sam Lawry existe una conformidad absoluta con el estilo de vida de consumo y arribismo, cosmos social sólo desafiado por criminales atentados explosivos en sitios públicos. El gobierno no deja de advertir por la TV que están “dando una paliza” a los terroristas, mientras el sistema justifica todo un aparataje para controlar a los gobernados en su privacidad.
La gran rebeldía de Lawry es no anhelar el ascenso social, vegetar en su empleo para siempre, pues a él no le interesa casarse, viajar o comprarse un auto mejor, sólo desea refugiarse en su mundo onírico donde está enamorado de una mujer idealizada. Sin embargo, esa actitud lo convierte en sospechoso para el aparataje de inteligencia, que lo asocia a los terroristas.
Cuando atrapen a los chivos expiatorios, o serán anarquistas que jamás leyeron a Pierre-Joseph Proudhon o loquitos de ultra derecha con demasiada película de Vietnam en la sesera. Los supuestos autores siempre seránpedestres, muy funcional para estructuras que nadan en recursos e inteligencia, todo siempre en beneficio de Simonini.
Si las autoridades desean dar de verdad con los autores de las bombas en estos 41 años deberán detener al piamontés, pues al ser éste un individuo-collage al que se le han atribuido cosas hechas en realidad por personas distintas, de alguna manera siempre ha existido y sigue viviendo entre nosotros, pues el juego del poder y el control social así lo requieren.
A quienes creen que la bomba social instalada en Chile hace 41 años vía golpe de Estado reventará de un momento a otro, diré que el escenario es peor, la arquitectura siniestra de este modelo, gobernado por negociantes partidarios y alimentado por deudores, genera sociedades que no explotan, sólo percolan, como en la película Brazil.