España sigue en deuda con aquellos que debieron abandonar el país tras el final de la guerra civil, en 1939. Miles de hombres, mujeres, e incluso niños entonces, huyeron de su tierra para no caer en manos del bando vencedor.
A muchos de ellos Chile les abrió las puertas, gracias a un Gobierno generoso que no claudicó ante las protestas de sectores conservadores que veían a esos españoles como “embajadores del mal”.La llegada a Valparaíso del barco Winnipeg, por iniciativa del poeta Pablo Neruda, constituyó un acontecimiento que los protagonistas de ese exilio nunca han olvidado. Fue un recibimiento que superó todas las expectativas.
En el pasaje de ese barco viajaba José Ricardo Morales, un joven de 24 años, republicano, que había participado en actividades culturales en Valencia, junto a destacados intelectuales que también pasaron a formar parte del exilio español.
Lejos de añorar lo perdido, Morales comenzó sin demora el proceso de integración plena en el país de acogida. Se doctoró en Historia, fundó el Teatro Experimental de la Universidad de Chile y creó con otros españoles la editorial Cruz del Sur que contribuyó a difundir a poetas escritores y filósofos.
Paralelamente se dedicó a escribir teatro, reanudando la fructífera etapa que vivió con el grupo El Búho, en Valencia, junto a Max Aub, un intelectual predispuesto a la ruptura y a la innovación en las artes escénicas.
Ahora, setenta y cuatro años después de un viaje sin retorno, España rinde homenaje a José Ricardo Morales. Por primera vez en su país natal se representan en su totalidad cuatro de sus obras. El ciclo que lleva su nombre es el reconocimiento que hace el Centro Dramático Nacional a un dramaturgo inclasificable, de 98 años, aún activo, que, sin alardes, se anticipó al llamado teatro del absurdo, cuya paternidad se atribuye a Ionesco.
Entre abril y mayo se pueden ver en el Teatro María Guerrero de Madrid , bajo responsabilidad del Laboratorio Rivas Cherif del Centro Dramático, cuatro piezas de cámara escritas entre 1966 y 2007 y que demuestran que su obra pervive más allá del tiempo en que fueron creadas y que encajan en cualquier sociedad o grupo humano. La universalidad del teatro de José Ricardo Morales queda fuera de toda duda.
Como explica el autor en el programa, Las horas contadas, la obra que abre el ciclo, pone en tela de juicio que el teatro, como arte temporal, se limite para muchos a ser sólo pasatiempo que nos divierte o nos distrae de quién somos. En esta pieza se invierten los papeles de un teatro “normal”.Los espectadores revierten en actores de una vida que se nos escapa con los años, puesto que ése y no otro es, sin duda, nuestro más absoluto pasatiempo.
La corrupción al alcance de todos, la segunda pieza del programa, escrita en 1995, descubre a un dramaturgo cargado de ironía y de estar muy al día de cuanto le rodea. ¿Como combatir ese mal enquistado en la sociedad? El autor elige como antídoto al enriquecimiento ilícito la milenaria técnica de la momificación. ¿Será esa la solución perfecta? Ahí queda eso. Que los espectadores lo descubran.
El ciclo José Ricardo Morales se prolongará hasta mediados de mayo con las representaciones de Oficio de tinieblas, escrita en 1966. Es una obra subversiva con respecto a las representaciones teatrales ya que se desarrolla…en la más completa oscuridad. Es una pieza que se puede considerar antiteatro, donde la palabra predomina sobre el teatro, creándose entre ambos un antagonismo inusual.
La otra obra seleccionada para este homenaje es Sobre algunas especies en vias de extinción, de 2007. Trata de una vida que se apaga, así como la del teatro que suele representarla, como consecuencia de las técnicas que la anulan y la extinguen con su irracionalidad.
A los que aseguran que José Ricardo Morales se anticipó al teatro del absurdo, el dramaturgo deja este mensaje.
“Mi teatro no pertenece al mundo de lo absurdo sino al absurdo del mundo…Mi teatro inicial representa la irracionalidad del hombre, según modalidades de inconsecuencia e incertidumbre, propuestas por un desterrado que como tal, asiste al espectáculo del mundo en obligado extrañamiento…”
El reencuentro de los españoles con uno de sus desterrados ilustres que vive junto al mar, en Isla Negra, y que no ha podido estar presente en su homenaje, constituye un regalo que los amantes del teatro no pueden perderse.
Y añado que también es momento para que Chile, el país que lo adoptara como suyo, se rinda una vez más a su talento.