La defensa de la música chilena, que aparece nuevamente en relación al proyecto del 20% de obligatoriedad de difusión por radio, pasa por alto el propio concepto de “música chilena”.
Muchos de los defensores de esta obligatoriedad parten asumiendo un concepto que no está para nada claro. La ley existente llama “música chilena” a cualquier música compuesta y/o interpretada por chilenos, ya sea una ranchera mexicana de Los Vásquez o la Sinfonía 40 de Mozart grabada por la Orquesta Sinfónica de Chile.
Música chilena en relación a construcción de identidad o salvaguarda del patrimonio no es lo que está en juego.Está en juego que del total del 17% de “música chilena” que difunden actualmente las radios en su conjunto, subamos a un 20%, para cada radio en particular.
Es muy bueno que empecemos a debatir el concepto de música chilena, que a diferencia del de pintura, literatura o cine chileno, aparece tensionado por factores de oralidad, medialidad y escritura. A las que se puede agregar aspectos de producción, consumo y territorialidad.
Los países producen y consumen mucha música distinta en sus anchos territorios, y por cierto hay rasgos de identidad que se pueden establecer desde el consumo y sus espacios sociales. Sin embargo, para efectos de una ley que proteja y estimule aquello que podríamos llamar “música chilena”, ¿porqué vamos a meterlo todo en un mismo saco?
Cuando Alfonso Letelier afirmaba que bastaba ser chileno para hacer música chilena, tenía razón.Pero a futuro. De este modo, la música de Alfonso Leng es más “música chilena” hoy que en 1921, pues su particular mezcla franco-germana se fue asentando en el imaginario nacional a través del tiempo, no entre 1921 y 1922.
Lo mismo sucede con la Nueva Ola. A nadie se le habría ocurrido promoverla como música chilena en 1962, pero hoy día es innegable que forma parte de nuestro patrimonio cultural masivo. Hoy nos representa como chilenos ya que nos hemos identificado con esa música a lo largo del tiempo de tanto escucharla.
“La música es de quien la usa” decía Gustavo Becerra.
Sin embargo, pretender tildar de “chileno” todo lo que suena en Chile y más encima para efectos de una ley, me parece un total sin sentido. Este país recién está siendo sensible al problema del patrimonio –con leyes, premios, reconocimientos, protección, etc. ¿Porqué negarle a la música nacional la posibilidad de participar de este nuevo estado de cosas?
¿Lo seguimos dejando todo al mercado, a la farándula, al próximo inventor del “baile del perrito”?
Definir patrimonio sonoro significa tomar partido ¿Qué tiene de malo tomar partido?
¿Qué tiene de malo definir políticas musicales?
¿Qué tiene de malo fomentar la diferencia, como dirían los franceses?
¿Qué tiene de malo la UNESCO?
El concepto de música chilena implica aspectos de identidad, que si bien hoy día tiende a ser más plural que antes, siempre apela a la idea de patrimonio.
Música como reflejo y fuente de una identidad nacional enriquecida por nuestra diversidad cultural, pero única en el concierto de naciones.
Música chilena como patrimonio sonoro históricamente construido tanto en la ciudad como en el campo, que apela a distintas generaciones, identificándonos como habitantes de un territorio y de un tiempo determinado.
Música chilena como una forma de hacer música en Chile, que resulta única, particular, reconocible. Música chilena como aquella que permanece en nuestra memoria, sea difundida por radio o no. Música chilena como nuestro aporte artístico y cultural al mundo.
¿A quiénes difundir? Tenemos una generosa lista de Premios Nacionales, Premios Altazor y Premios Presidente de la República que deberían ser prioridad en un Ley de difusión de música chilena. Por ahí podemos empezar.