28 feb 2014

Jirafas y delfines en Dinamarca

Allá por 1925, Isak Dinesen, seudónimo literario de la baronesa Karen Blixen, anota en su libro Fuera de África que en el puerto de Mombasa observó sobre la cubierta de un carguero -tramp steamer-una gran caja de madera de la cual asomaban las cabezas de dos jirafas. Destinadas a un zoológico ambulante en Hamburgo, se enteraría luego.

Venidas de las llanuras africanas nunca antes vieron el mar. Extrañadas y apenas con espacio para estar de pie miraban de un lado a otro, ajenas a la degradación que las aguardaba.

Muchedumbres irían a verlas riéndose de los esbeltos cuellos coronados por aquellas graciosas testas; los niños llorarían asustados o se enamorarían de ellas.

¿Soñarán alguna vez con su paraíso perdido? ¿Adónde se han ido las compañeras con las que galopaban por las tierras onduladas?

La ilustre cuentista finalizaba sus inquisitivas consideraciones despidiéndolas de este modo.Adiós, adiós, os deseo que muráis en el viaje, las dos, de manera que ninguna de esas nobles cabecitas que ahora se levantan sorprendidas sobre la jaula, recortándose contra el cielo azul de Mombasa, sea llevada de un lado para otro, sola, en Hamburgo, donde nadie sabe nada de África.

En cuanto a nosotros, nos tienen que hacer un daño muy grande antes de que podamos decentemente pedir perdón a las jirafas el daño que les hacemos.

Hoy, no es difícil imaginar la reacción que habría tenido la sin par narradora danesa al enterarse del reciente e innoble sacrificio de uno de estos magníficos ejemplares en el Zoo de Copenhague.Marius, de dos años, pese a una sostenida campaña internacional en pro de su vida fue inmolado para evitar problemas de consanguinidad, según afirmaron sus custodios.

Vergüenza para una sociedad del siglo XXI, sostuvo una ONG, agregando que la actitud hacia los animales es clara señal del desarrollo de un pueblo.

Desollado y descuartizado en presencia de niños, las estremecedoras imágenes indignaron a miles de blogueros europeos, quienes, además, denunciaron la indiferencia de las autoridades ante otra gran “manifestación de sadismo” en Dinamarca: la atávica, sanguinaria e indiscriminada matanza anual de miles de delfines en las costas de las islas de Feroe.

El festival Grindadráp, contra ballenas y delfines, comienza empujándolos hacia una bahía. Allí, son degollados, y las aguas se tiñen de rojo mientras agonizan. En tiempos lejanos la carne era necesaria, pero actualmente Sanidad advierte que no es seguro comerla.Pero los isleños, que gozan de un alto nivel de vida, siguen la tradición: para iniciar la vida adulta, un muchacho debe matar a un delfín o una ballena.

Desde 1985, Sea Shepherd, oponiéndose a esta masacre, lidera públicas campañas indolentemente ignoradas por el gobierno del reino de Margarita II.

Mientras tanto, en Moscú, simbólicas flores y jirafas de peluche colocadas en el frontis de la embajada dinamarquesa, advertían acerca de “la crueldad humana sin sentido que se esconde detrás de los discursos sobre la civilización y el humanismo.”

Por su lado, con incurable vanidad, el infatuado vocero del zoológico explicó que los padres decidieron si los niños podían ver el espectáculo, manifestándose “orgulloso porque les dimos una enorme enseñanza sobre la anatomía de una jirafa”.

¡En la tierra de Hans Christian Andersen!

Asimismo, la dirección del Zoo defendió su actuar porque el objetivo es asegurar que los mejores genes pasen a las generaciones venideras de las especies que acogen.

Marius murió por disparo de pistola, una inyección hubiese contaminado la carne destinada a la dieta de los leones. Todo muy ajustado a las normas para evitar posibles problemas de consanguinidad, y de nada sirvieron los millares de firmas recogidas, las quejas de organizaciones no gubernamentales.

Tampoco el director explicó por qué eligieron sacrificar al animal rechazando ofertas de otros jardines dispuestos a admitirlo e, incluso, medio millón de euros que un particular cancelaba por salvarlo.

Para la organización sueca Derechos de los Animales, “no es ningún secreto que éstos son asesinados cuando ya no hay espacio o si no tienen genes que son lo suficientemente interesantes. La única manera de parar esto es no visitar los zoológicos”.

Los daneses –con razón- están orgullosos de su país como modelo de Estado de bienestar. Sin peajes, con educación y salud gratuitas, idóneas pensiones de vejez y asistencia social, es uno de los mejores lugares del mundo para vivir. Algunos aseguran que por esa prosperidad, con excelentes salarios, igualdad social, libertades personales y democracia, constituyen la población más feliz y satisfecha del orbe.

Mas tanta maravilla y profusión social se asemeja a una lámpara apagada ante la tragedia de los delfines y la inminente ejecución de otra jirafa en sus zoológicos.

Por coincidencia, ésta lleva el mismo nombre de su malhadado congénere, siendo similares las causas de su sacrificio. Comparte ámbito con otro macho, y estando sano es considerado no apto como reproductor.

Entonces, el Jyllands Park Zoo anunció que, en cuanto adquiriesen una hembra, Marius tendría que irse por falta de espacio, y como será muy difícil encontrarle un hogar,“si nos dicen que tenemos que aplicar la eutanasia lo haremos.”

Desde hace más de cien años, la broncínea escultura de La Sirenita –no exenta de avatares- era único y plácido símbolo de Copenhague hasta que sensibles e iluminados espíritus percibieron que estaba sola. Por tanto, se estimó imperioso satisfacer su “necesidad de compañía” inaugurando recientemente para ella un “alter ego masculino”, Han. Igualmente asentado sobre una roca mirando al mar.

Sin duda, si ese extravagante raciocinio e ingenio tutelar se extendiera un poco más allá del círculo de los animales de bronce, otro gallo cantaría en esas latitudes a la esplendidez sin alardes de jirafas y delfines.

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