Mientras observo los trabajos realizados en la explanada frente al Palacio La Moneda, y no logro visualizar los cambios radicales que uno podría suponer después de tanta molestia peatonal, la primera conclusión que se viene a la cabeza es cuan mal gastados pueden ser los recursos públicos.
Mientras se quema arquitectura patrimonial valiosa, se liquidan barrios históricos en nombre de la modernización, se fomenta la instalación de malls (o al menos se hace la vista gorda), nuestras autoridades destinan el dinero de todos los chilenos en hermosear el entorno de los habitantes de Palacio, sin ningún cambio significativo a vista de los ciudadanos de a pie (como le gusta decir ahora a los progresistas) y no dejo de pensar en una de las series animadas favoritas de mi pequeño hijo, los Backyardigans.
Hago esta analogía (quizás un poco injusta para la serie) en el sentido que parece para nuestras autoridades, incluyendo la primera magistratura, el entorno del Palacio es como el patio y jardín de sus hogares, debe ser un lugar “bonito” y reluciente a vista de sus propietarios.
No importa si colapsa el tráfico peatonal y vehicular por más de tres meses, total ellos (nosotros) no son los dueños de este espacio republicano, por el contrario tras las paredes de tan magno edificio, se deben encontrar los descendientes de los fundadores de la nación, por lo tanto, se sienten con total atribución de cambiar el césped y la forma del empedrado en nombre del patrimonio, ya que recordemos esta remodelación se enmarcó en el proyecto Bicentenario.
Más allá de los años de demora, la pregunta natural que nace es ¿se justificaba ese nivel de inversión en la explanada? ¿Requería urgente remodelación?
Lo mismo se podría plantear respecto al frontis del palacio La Moneda.¿Se requería esta mano de gato millonaria? ¿Qué ganó la ciudadanía con esta inversión cuantiosa de recursos públicos?
Y aquí nos enfrentamos con uno de los elementos más característicos de la administración saliente: trabajar para el interés de unos pocos. Volviendo al argumento inicial este no es el jardín familiar, es un espacio público de todos los chilenos, por mucho que lo tengan secuestrado entre rejas los actuales moradores de Palacio.
Pero lo más preocupante, es la externalidad resultante de esta iniciativa pública.
¿No se podrían haber usado esos recursos en evitar la venta de los archivos de La Nación y que quedaran en manos del Estado?
¿No se podría realizar una intervención profunda a los sistemas eléctricos y de agua potable en el puerto patrimonial de Valparaíso?
¿No se podría fomentar una estrategia decidida en proteger los barrios populares íconos históricos de nuestra ciudad?
Son tantas las ideas que se vienen a la cabeza al hablar de patrimonio, pero no de aquél que habita en el imaginario de nuestras autoridades que piensan en lo “bonito”, o que sinceran con toda desfachatez que invertir en Museos es una idea absurda, y proponen una legislación que permita que todo edificio patrimonial pueda ser explotado comercialmente para llenarnos de fachadas vacías.
Este es el mundo patrimonial de los habitantes de Palacio y sus allegados monumentales, quizás debamos agradecerles en la hora de su partida habernos dejado limpiecito los alrededores de La Moneda.
Pero no podemos permitirles que convoquen como concurso de internet a poner nombre a la explanada frente a sus balcones, porque ahí si se acuerdan de la ciudadanía, entrar a un computador para concursar a que su nombre sea el ganador, a ganarle a otros, mientras creo yo, las mentes lúcidas no deberían dudar el nombre de ese espacio público.
Debería llevar el del único Presidente que se inmoló defendiendo la Democracia, más allá de las simpatías políticas, es indudable que ese gesto es reconocido a nivel mundial, y vale la pena conservarlo como nuestro mejor patrimonio a las futuras generaciones, y no cometer el mismo error que con el aeropuerto, ya que por anteojeras ideológicas fanatizadas hoy no lleva el nombre de Pablo Neruda.