El domingo recién pasado, mientras escuchaba un bello concierto de Camila Moreno, pensaba cuántos(as) chilenos(as) saben de Camila y su extraordinaria obra.
Ayer, en el acto de conmemoración del Golpe de Estado y de homenaje a las víctimas realizado en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, mientras Nano Stern se acercaba al escenario para compartir su obra, varios asistentes me preguntaron quién era y luego estaban impactados por su calidad artística, lo mismo ocurrió cuando el teclado y la fresca e impactante voz de Pascuala Ilabaca (re) interpretó una obra de Víctor Jara. Solo Cecilia Echenique resultó – felizmente- conocida por (casi) todos(as) los(as) asistentes.
En los cursos de magíster y diplomados de gestión cultural en que imparto clases, suelo preguntar ¿cuál es la música chilena?, y es demasiado frecuente que un 50% de los(as) estudiantes responden que es la música de raíz folclórica.
Chile tiene miles de músicos. Hoy son muchos más que los poetas y escritores.Son jóvenes y adultos, incluso niños(as), creando y reinventando sonidos, textos, obras artísticas que recogen, son portadoras y hablan desde acervos diversos, con lenguajes distintos, que exigen formaciones académicas más o menos rigurosas, algunas conectadas a tradiciones populares que podrían ser definidas como propias, de nuestros pueblos originarios, otras conectadas a movimientos, escuelas y tradiciones de otros tiempos y latitudes, todas conformando una música chilena viva y vital, plural y compleja.
Toda esta creación y producción musical es manifestación y testimonio de la capacidad creadora en esta tierra al sur del mundo, de los sonidos milenario y actuales, de los silencios, de la armonía y desarmonía del mundo y de nosotros mismos, de nuestras emociones más profundas, de nuestra humanidad, de nuestra belleza y crueldad, de nuestros (des) encuentros, de nuestras locuras y pasiones, de nuestras tentaciones , de nuestra precariedad y soledad, de nuestra verdadera condición humana en este territorio geográfico y simbólico al final del mundo, entre la cordillera y el mar, entre desiertos, lluvias y hielos eternos.
Es una música que contiene algo de los olores, sonidos, paisajes, dolores, amores y desamores, historias y esperanzas de nuestra patria de la infancia como decía Gabriela Mistral, que nos hace sentir que estamos en casa cualquiera sea el lugar del mundo donde la escuchemos, y desde la cual queremos cantar, conversar, maravillarnos y conocer a otros seremos humanos del mundo, que es la patria de la humanidad.
En este mes tensionado, adolorido y esperanzado de septiembre, escuchando a Camila Moreno, Cecilia Echenique, Nano Stern y Pascuala Ilabaca, y con el recuerdo de Víctor Jara, Violeta Parra, Luis Advis, y el maestro Peña Hen, le suplico al Senado que haga posible que Chile conozca su música de verdad.
Que hagan lo que ya hace muchos años hacen otros países. El mercado ha mostrado que no es plural. Que no es capaz de visibilizar la diversidad artística y cultural chilena.
La Cámara de diputados de Chile hace años aprobó legislar para exigir que, a lo menos, un 20% de la música difundida por las radioemisoras sea aquella creada o interpretada por chilenos y chilenas. Septiembre es un extraordinario mes para que la Comisión de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología del Senado nos informe que ha puesto este Proyecto de Ley en Tabla para decidir y dar su respaldo a esta indispensable Ley.
Hoy lamentablemente, salvo notables excepciones – entre ellas la Radio Cooperativa- las radioemisoras de nuestro país ofrecen un estrecho o nulo espacio para la difusión de la música nacional.
Más aún, muchas veces creadores(as) e intérpretes chilenos(as) son difundidos en las radios porque resulta evidente que la ciudadanía los está escuchando por otros canales o vías.Otras tantas, a pesar de reiterados reconocimientos internacionales y el lugar relevante que ocupan en prestigiados escenarios del mundo, en las radios chilenas estos músicos no existen.
No podemos dejar de considerar el positivo efecto que han tenido legislaciones de cuotas consagradas en países como Argentina, Brasil, Francia y México, entre otros; allí donde se han consagrado espacios para que la ciudadanía pueda conocer a sus músicos y escuchar sus obras, se ha generado una conciencia de valoración de la creación de sus artistas y esas obras han contribuido a conformar nuevos imaginarios, nuevas referencias simbólicas y, también, han contribuido a constituir nuevos elementos identitarios o a reforzar y enriquecer los existentes.
La Comisión de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología del Senado tiene la palabra.La música chilena espera.