La visión profunda del Padre de la Patria era ya en 1811 que la revolución independentista solo era posible si se incorporaba en ella al pueblo, se creaban órganos de representación popular y se generaban, al unísono, instituciones que dieran forma a un nuevo Estado.
O’Higgins no fue sólo el Libertador Supremo o el insigne General de la libertad de Chile.Valorados historiadores del siglo XX han restado importancia al Congreso de 1811 y a la participación de O’Higgins en el. No ha sucedido lo mismo con aquellos del siglo XIX que han sido los padres de nuestra historiografía.
En un momento fundacional de nuestra realidad como nación, en el sepelio de Bernardo O’Higgins Riquelme en el Cementerio General de Santiago, en 1869, Diego Barros Arana dijo.
“O’Higgins no fue sólo el más valiente y el más entendido de nuestros guerreros; el glorioso derrotado de Rancagua y de Talcahuano, y el vencedor heroico del Roble y de Chacabuco; el Jefe Supremo del Estado, que con una constancia nunca desmentida y con una inteligencia superior organizó ejércitos y equipó escuadras para ir a arrojar de toda la América a sus antiguos opresores. ¡No! al lado de esos títulos, a la admiración y al reconocimiento de sus conciudadanos, O’Higgins puede exhibir otros, menos brillantes sin duda, pero que revelan que junto con el alma bien templada del soldado y del patriota poseía la cabeza del estadista y la mirada escrutadora del hombre que, en la dirección de los negocios públicos, se adelanta siempre a las preocupaciones de sus contemporáneos”.
Son estos títulos diferentes de que habla Barros Arana, los que se van gestando en este período.El abogado e historiador Julio Heise ha develado el error de parte de la historiografía chilena del siglo pasado al igualar el proceso revolucionario chileno con el del resto de los países hispanoamericanos.
En éstos, la emancipación y la lucha por la organización del Estado constituyeron dos etapas diferenciables, en que la segunda, mucho después de la primera, fue alcanzada a través de un largo y doloroso período de anarquía y de cruentas revoluciones.
En Chile, en cambio, entre 1810 y 1830, con las dificultades propias de las preocupaciones militares y de la falta de experiencia y de cultura política, se afianzaron definitivamente conceptos, como soberanía popular, gobierno republicano y representativo y otras nuevas tendencias e ideas, que se enfrentaron con la monarquía absoluta.
O Higgins estableció un vínculo estrecho entre el proceso emancipador y la creación de la institución parlamentaria. Congreso y no Cámara de Diputados porque la denominación diputado era usada como participio del verbo diputar, que significa “elegido como representante de una colectividad”.
Es así como la convocatoria al Congreso Nacional, del 15 de diciembre de 1810 hace sinónimos a representante y diputado: “El Congreso es un cuerpo representante de todos los habitantes de este reino, i, para que esta representación sea la más perfecta posible, elegirán diputados los veinticinco partidos en que se halla dividido”.
A pesar de que la principal misión de la Junta de Gobierno de 1810 era convocar a un Congreso de representantes de todo el reino, ninguno de sus integrantes, ni siquiera el más independista, el jurista Juan Martínez de Rozas, consideraba necesario hacerlo pronto.
Bernardo O’Higgins era el único patriota que creía que mientras antes los diputados de cada partido (ciudad) iniciaran el ejercicio de la representación sería mejor para el objetivo independentista. Pensaba firmemente en la necesidad de formar, de culturizar una élite política chilena que estuviera en grado de reemplazar el poder del reino y de sus representantes en América.
Por ello, los dos temas en que más insistió el joven O’Higgins de regreso a Chile fue en la libertad de comercio, que cortaba el cordón umbilical con el reino, y la creación de un Congreso de representantes que “democratizara” los primeros poderes que se instalaban en Chile.
Fue él quién convenció a Juan Martínez de Rozas a convocarlo y ello correspondía a uno de sus principios de derecho público dado que la idea de la representación de la soberanía nacional a través de un Congreso ya era parte de su cultura política formada, de una parte, en su relación intelectual con Francisco de Miranda y otros próceres independentistas que conoció en su estadía en Europa y con los cuales tuvo una temprana relación y, mas en general, por el conocimiento que adquirió de las instituciones en la vieja Europa durante su estadía en Inglaterra y en España, como también en el contacto epistolar que mantuvo con el libertador Simón Bolívar y que se concretó en la convocatoria el Primer Congreso Anfictiónico en diciembre de 1824, realizado en Panamá en junio de 1826, del primer Parlamento del continente latinoamericano.
O’Higgins, que no pudo participar personalmente, escribe a Bolívar en 1822 manifestando su total adhesión a la iniciativa.
El historiador Domingo Amunátegui plantea que en aquel momento solo “ José Antonio de Rojas y Bernardo O’Higgins estaban más allá de la autonomía administrativa con España y se volcaban con fervor a la independencia total de Chile”.
Esto es lo que hace decir a Vicuña Mackenna que el joven Bernardo era independentista mucho antes de 1810. Cuando se convoca al Primer Congreso Nacional, O’Higgins reconoce tres bandos en disputa en los diversos vecindarios : el partido de los “godos” como O’Higgins denomina a los partidarios de la monarquía, el de los “indiferentes” o moderados y el partidos de los “patriotas” donde O’Higgins se reconoce incluso en el ala más radical de esta tendencia.
El historiador Diego Barros Ortíz consigna de esta forma la presencia de O’Higgins en la primera configuración política emergente en lo que sería la sociedad chilena: los radicales de O’Higgins y Martínez de Rozas “eran hombres ardorosos y resueltos, sobresalían entre todos los integrantes del Congreso por su mayor ilustración adquirida en el estudio y en los viajes, y por la solidez de sus principios y aspiraban a un cambio profundo, completo , en la situación de la colonia”.
O’Higgins tuvo que esperar hasta después de Chacabuco y de Maipú para que su idea libertaria se consagrara plenamente, primero con la proclamación de la Independencia de Chile y posteriormente, por Decreto de O’Higgins, con la creación de la nacionalidad chilena que no discriminaba a los nacidos en el territorio nacional ya que se refirieran a indígenas, mestizos o criollos y que claramente representa un hito en la independencia del país.
Bernardo O’Higgins debe ser considerado el padre del primer Parlamento chileno y el impulsor de la institucionalidad parlamentaria en la naciente Latinoamérica que se liberaba de España.
Asimismo, en el breve período en que representó al partido de Los Ángeles, reducido por una enfermedad que lo obligó a períodos de ausencia de las sesiones, mostró su enorme disposición a ser un buen diputado. En la exposición que dirigió, el 12 de agosto de 1811, a los vecinos del partido de Los Ángeles expuso brevemente, en palabras sencillas, como lo entendía:
“Los deberes de fiel diputado de ese partido, la justicia, el corresponder a la confianza de un delicado cargo que V.V. me hicieron el honor de conferir i, más que todo, el procurar el bien i adelantamiento del territorio y habitantes de este noble vecindario, me impelieron a hacer en el Congreso mis gestiones, ya de palabra, ya por representaciones fundadas en el derecho público de los pueblos”.
El párrafo corresponde al inicio de la comunicación dirigida a sus representados después de la crisis del 4 de septiembre de 1811, fecha en que con el apoyo de la fuerza militar, comandada por los hermanos Carrera, se hicieron importantes cambios en el primer Congreso Nacional.
Bernardo O´Higgins, que fue nombrado por el Congreso para formar parte de una Junta de gobierno junto a José Miguel Carrera y a José Gaspar Marín, renunció a ella en protesta por la clausura del primer Congreso Nacional en diciembre de ese año y se retiró a su Hacienda, al no compartir un procedimiento que, según él, ponía en tela de juicio dos principios fundamentales: la representación y el respeto a las instituciones.
Hay que abrir una ventana de investigación y reflexiones en torno al rol de O’Higgins como diputado, como político y no sólo como genio militar y Director Supremo.
De hecho hay una extensa, y aún poco documentada, correspondencia del prócer chileno con sus congéneres independentistas de América Latina que revelan pensamientos profundos sobre la libertad, la representación popular, el rol del mundo indígena, los derechos de los nacientes ciudadanos, el laicismo en la relación del Estado, que muestran un O’Higgins más culto políticamente, avanzado y progresista de lo que hasta ahora la historiografía ha mostrado.