Armoniosa y de mediano porte, cabello negro y facciones finas, frente despejada, ojos pensativos, nariz graciosa, de tenues y bien dibujados labios, con modales de innata elegancia, era Carmen Arriagada García. Oriunda de Chillán Viejo, luego de su matrimonio con Eduardo Gutike, se avecindaría en las márgenes del Piduco. En léxico mapuche, cambió la villa del ‘zorro-aguilucho’ por el ´lugar del trueno´.
Agnóstica, volteriana, lectora de historia y filosofía, poesía y novela, mantuvo siempre vivo el deseo de aprender. Experta en el arte de hacerse querer, y capaz de revelar las diversas gamas del entusiasmo, sobrellevada por la cordialidad en la conversación a cualquiera hacía creerse un amigo íntimo.
¿Cómo logró esa competencia intelectual y sensibilidad, cuando la falta de escuelas calificadas y la subordinación femenina en nada fomentaban el crecimiento espiritual de la mujer? No obstante, también se las arregló para estudiar inglés, francés e italiano, cuyo dominio exhibía coquetamente, en particular el francés, idioma de la cultura en el siglo XIX.
Espontaneidad y desenfado lució en sus opiniones esta provinciana “embebida” con Calderón, Plutarco y Walter Scott. Al influyente cuentista Hoffmann le reparaba su lenguaje truculento, reduciéndolo a “lectura para jóvenes”. Ruy Blas de Víctor Hugo le pareció artificioso e inverosímil; mejor encontraba a Balzac y prefería de todas formas a George Sand.
El pintor Mauricio Rugendas nació en Augsburgo en 1802. A tono con una época de grandes viajeros: Humboldt, Darwin, María Graham, obligado a emigrar por su inquieto duende y la necesidad, siguió la corriente de otros creadores que quisieron plasmar la belleza de este continente sin negarse a jugosos estipendios. Tras dejar coloridas huellas en Brasil y México, llegó a Chile como “rara avis”, sin dinero –un problema constante-, en un período en que la pintura entre nosotros no pasaba de ser labor de convento. Cerca de una década (1834 – 1842) le tomaría convertirse en insigne cronista plástico de nuestros modos patriarcales e idiosincrasia.
Incansable recorrió el país este laborioso y prolífico maestro de chilenidad.
En los salones de Isidora Zegers ocurrió la confluencia de sus cauces que, sin darse cuenta, los deslizaría a ese estado que Dickens llamaba de ‘dulce idiotez’. El sobrecogido dibujante impresionó a la bisoña, ansiosa por acceder a una vida superior. Y ambos ardieron. En las cartas se advierte esa combustión: “Llámame como quieras”, ”mi amante”, ”¿quieres decirme Carmela?”, ”¿Por qué no te he conocido antes, para entregarte toda mi vida y sólo te vi más tarde cuando ya no podía ser tuya?”,”¿Me recuerdas durmiendo en tus brazos?”, “Preferiría morir antes que perderte”.
En nocturnas vehemencias, el verbo logra tonalidades más íntimas: “mi moro”, ”mi morito”, por Mauricio. Soy ”tu mora”, ”tu china”.Epicúreamente alude al “divino placer” o repasa sensuales deleites, “sentada en tus rodillas, yo sentía como tus manos recorrían mi cuerpo”.
Extraño habría sido que Rugendas escapara a la potestad de tan magnética y exótica soñadora. Y aunque el rol de burlador no le acomodaba, las cosas siguieron su rumbo; el tinte novelesco del idilio excusaría los tiquismiquis de la conciencia. Comprensible es la capitulación del bávaro a ese flamígero afecto, cuando la soledad y la indiferencia local por su arte endurecían aún más su agobiante situación financiera.
Igualmente, es admirable que una correspondencia de tal calibre fuese sostenida por una hidalga señora, sin duda asediada por las adustas costumbres de aquel entonces. Y Talca –todavía no homologada con París y Londres- era apenas un sucinto burgo tutelado por ásperas moralidades.
Hija consentida, cavilosa y de carácter imperativo fue esta romántica impenitente: “No tengo tiempo para expresar las muchas sensaciones que gozo en una bella noche de verano, cuando el silencio es tan grande que uno puede percibir el ruido que hacen las plantas al crecer”.
Chopin escribía nocturnos en ese tiempo.
El marido, coronel prusiano de genio sombrío y celoso a su manera, apreciaba las virtudes y la sociabilidad de su cónyuge, mas no dejaba de inquietarlo la excesiva independencia. Bastante mayor y ajeno a quimeras literarias, el ´mostacho alemán´ esporádicamente debió salir del letargo pueblerino abriendo paso al militarote. Así se explican circunstanciales y airadas reacciones de la doña: “En mi familia no recibí sino finuras y delicadezas, para tener que sufrir las ofensas de un caballo.”
Las frecuentes salidas de Gutike, favorecían la prosperidad del romance en una atmósfera de aparente inocencia: la sincera amistad entre la dueña de casa y el retratista extranjero, compatriota del caballero; aún así, la frecuencia de las visitas y lo notorio del cariño, ciertamente estimulaban la maledicencia.
La transfiguración de estos amores, desde el ardor inicial hasta una suerte de erotismo fraternal, no desmintió nunca su esencial romanticismo.
Así, más adelante, cuando Mauricio, mal de salud y prácticamente en la miseria, se empecinó en un fallido intento de matrimonio con una acaudalada muchacha de Valparaíso, Carmen sería para él una versátil y benévola confidente.
Sobreviviendo a Rugendas, extensa fue la vida de esta pionera feminista, enemiga de tiranías y defensora del Bilbao excomulgado por la Iglesia Católica. Para ciertos críticos, primera escritora nacional por la calidad y profusión de la obra epistolar y su presencia en periódicos como “El Alfa”, que ayudó a fundar.
Filípicas suyas aparecidas en El Mercurio exigían la renuncia del Intendente de Talca: por no ser “hombre de progreso” debido a la falta de colegios para niñas que, a su parecer, “necesitan más que los hombres una educación esmerada”.
Carmen Arriagada –acomodada heredera de un hacendado- enviudó más o menos joven, y se arruinó pronto por la imprudente tendencia a prestar sus haberes a conocidos que nunca honraron los compromisos. Nonagenaria, “allegada” donde una antigua amiga talquina, murió aquella ilustrada criolla, por algunos vinculada a la generación del 42.
En el aciago atardecer de los últimos días, a ratos desvariaba con un misterioso e indescifrable salmo: “¡La fortaleza! ¡La fortaleza!”