“Amour”, de Michael Haneke, es una película de terror.Éste podría ser uno de los muchos ángulos desde donde esta película se podría visionar, aislando el amor, la pérdida y la vejez… obtendríamos tantos puntos de vista y tan variados que solo vendrían a confabular para la grandeza del filme.
Terror. Terror al cambio, a la pérdida de la identidad, a encontrarte hoy con tu real naturaleza, el yo frente al espejo, sonriente, complaciente, disfrutando de los últimos días de tu vida obviando la amenaza trágica de éstos, para que un acontecimiento, un cambio repentino un instante drástico y severo, transforme por completo a la persona frente al espejo, hasta el punto de impedir el reconocimiento propio.
Terror, al cambio del otro, al cambio ajeno, a que la metamorfosis se produzca en la persona amada, acercándola un paso más hacia el inevitable final, hacia la distancia definitiva, desencajando las piezas del puzzle que conforman tu vida y abandonándote a tí mismo para intentar recoger los pedazos cuando las fuerzas y el ánimo no son capaces de sobreponerse al cansancio, al dolor.
Terror a la soledad, a la feroz ausencia que se mantiene quieta, real y presente, a la recíproca incomprensión entre amante y amado motivada por la enfermedad, por esa maldita relajación del responsable de guardar tus recuerdos, tus sentimientos, tu razón, ese cerebro que finalmente decide rendirse cobardemente, dejando en el camino una inútil y cruel carcasa que golpea los ojos de la razón y el entendimiento de quienes se invalidan ante la no resignación.
Terror, finalmente, a la humanidad, a la falibilidad del cuerpo humano, a la indeseable caducidad que se nos otorga desde el nacimiento pero de la que no se es realmente consciente hasta que ya es demasiado tarde. Un terror a lo desconocido, a lo perdido en el tiempo que se ahoga y agota, ese homicida definitivo.
Ese terror es el que mueve la pluma de Michael Haneke con su película “Amour”, lo hace con crudeza, con destreza física al sumergirnos en el naturalismo extremo, haciéndonos chocar contra nuestras carcasas que aún seguimos rellenando con el paso del tiempo, ignorantes del momento en el que la persona del espejo no será quien observamos el día anterior.
Haneke escribe su película sobre la imprenta de la vida, la muerte y el amor para formar un impecable y certero libro. No pretende engañarnos.Inicia mostrándonos las páginas finales para revelarnos aquello que conocemos y que se encuentra al final del camino: nuestra propia muerte. Pero, al final, cede a los sentimientos y escribe una imagen-epílogo por encima de la propia obra.
Haneke sabe cuando buscar la música en los surcos de los rostros de Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva cual si fuesen cartografías emocionales y sabe bien cuando quedarse en la distancia… como si no quisiera implicarse emocionalmente en su historia.
Quiere ser un testigo como nosotros un espectador más, sin adornar ni manipular la representación que tiene delante. El director, filósofo, psicólogo y dramaturgo, mantiene el análisis personal desde sus planos fijos distantes y delegando al espectador a la elipsis.
Pero los planos se van acortando a medida que avanza la proyección: nos acercamos desde el dolor al horror, desde la muerte al… amor. Porque “Amour” es un filme de terror que arrastra en su violenta teatralidad el encierro y claustrofobia de los propios protagonistas como del creador-espectador, para finalmente liberarlos de la pantalla y alojarlos en nuestro subconsciente.