En Alejandría, allá por el año 370, nació la hermosa y célebre Hipatía, filósofa, matemática y astrónoma cuyo prestigio traspasó las fronteras de Egipto y del tiempo. Rafael Sanzio, en La escuela de Atenas, la imagina rubicunda y con algo de ironía en el gesto y la mirada.El prerrafaelista inglés Mitchell la perfiló desnuda, apenas cubierta por una larga cabellera. En el cine, discutible justicia le hace el chileno-español Amenábar con el film Ágora.
Casi siete siglos antes, Alejandro Magno puso la guinda de la torta a la conquista de Egipto ordenando su construcción. Con esa “bella gota de rocío que brotó en las arenas del desierto” frente a las desembocaduras del Nilo, el joven conquistador, cuya clarividente curiosidad intelectual lo distingue entre los inventores de imperios, quiso superar en gloria a su padre, fundador de la magnífica Filipos.
A Alejandro, “Aquiles redivivo” o “tirano megalómano que destruyó la estabilidad creada por los persas”, las Parcas lo madrugaron bien temprano y su inmenso señorío se descuadernó en los arrecifes en un tiempo breve. Enterrado en la ciudad, ni huellas quedan de su tumba.
Imaginada por su creador como centro libre para el comercio, las artes y las ciencias, la fecunda polis gradualmente asentó las bases de una variopinta atmósfera cosmopolita, idónea para la convivencia sin hegemonías de culturas y creencias distintas. Entre otros: egipcios, griegos, persas, árabes, sirios, hebreos, fenicios, durante centurias compartieron ese espacio urbano sin conflictos relevantes.
Considerada por Kavafis “ciudad maestra / cumbre del mundo panhelénico”, sus maravillas fueron el Faro, el Museo y la Biblioteca, que llegó a contener setecientas mil obras: compendio panorámico de la sabiduría antigua. Euclides, primer director del Museo, escribió en ese entonces sus “Elementos”; se inventó el astrolabio y la eolósfera (base de la moderna máquina de vapor), allí nació el órgano (“rey de los instrumentos”) y con Aristarco de Samos se esboza el sistema heliocéntrico.
Hipatía aprendió del padre, Theón, matemáticas, geometría y astronomía. Heredera de su pasión por lo desconocido, no conforme con ese saber, orientó su versátil espíritu al estudio de las disciplinas filosóficas, de las religiones, de la oratoria y de los principios de la enseñanza. Y, sin despreciar la aplicación práctica del conocimiento, perfeccionó el astrolabio y diseñó un densímetro.
Por aptitudes y méritos llegó a ser la primera maestra de filosofía en la Escuela. Señera en la acreditada nómina docente de una de las academias más afamadas de la época. Aunque lograr esa insólita posición en tan influyente oficio le traería gravísimas consecuencias.
El año 415, un día de mayo y durante el período de Cuaresma, a los gritos de “pagana” y “sacrílega”, fue atrozmente vejada por fanáticos cristianos. La agresiva turba de patanes dirigida por un cierto Pedro, oscuro y envidioso lector ayudante, se abalanzó sobre ella cuando regresaba a su casa; malherida la arrastraron por las calles hasta el edificio conocido como Cesáreo.
Desnuda, “sajaron su carne hasta los huesos” dice Virginia Vidal en “Ni perdón ni olvido”, apasionado homenaje a la bella alejandrina.Descuartizada, los verdugos llevaron en triunfo sus restos hasta la infame hoguera en que fueron incinerados. En esa abyecta lumbre culmina el despiadado acorralamiento de aquella figura eminente entre filósofos y matemáticos y uno de los primeros mártires de la ciencia.
¿Por qué tanto odio y crueldad en esta tragedia?
A la “diabolus mulier” no le perdonaron dominar y difundir el sistema heliocéntrico. El universo eterno e infinito en cuyo centro el sol pone a la tierra en su lugar: un planeta más girando en torno suyo, extraviada su regalía de sitio medular y predeterminado para el nacimiento de Jesús; muy incómoda conclusión para los geocentristas que con Galileo tuvieron otra notable oportunidad para exhibir su intransigencia en este punto.
Entre la fe y la razón eligió el áspero sendero del pensamiento. Crítica de la intolerancia del obispo Cirilo y de los abusos del poder clerical, rechazó la persecución de supuestos herejes y judíos azuzada por el prelado, acoso que culminó con la expulsión de éstos últimos y el saqueo de sus bienes.
Habría preferido la libertad del celibato, eludiendo la bíblica prescripción multiplicadora.
Acaso esos antecedentes pudieran explicar lo injustificable: había que devastar a la única fémina presente en recintos masculinos como el Museo, extinguir esa fuente de luz para los jóvenes estudiantes. Y lo hicieron, acusándola de corromper a la juventud, pues como Sócrates, no quiso renunciar a su magisterio.
Quizá en el ánimo de esos paradójicos cristianos resonaban los establecidos términos de San Pablo: “las mujeres callen en las congregaciones, porque no les es permitido hablar; y si quieren aprender algo pregunten en casa a sus maridos. La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar.”
Cirilo, “hombre apostólico” o “caudillo de la ortodoxia”, fue canonizado. La Iglesia suele asombrar con su lógica consagratoria.
En Chile el alto funcionario policial responsable del homicidio y mutilación de un profesor primario, así como de la muerte del periodista denunciante de los hechos, posteriormente sería ungido obispo y, más tarde, arzobispo.(1)
A Cirilo algunos lo desligan del crimen, pero aunque ocurriese a sus espaldas, carga con la culpabilidad de instigar la campaña de insinuaciones malévolas, rumores y calumnias en torno de la agraciada pensadora, sostiene la calificada María Dzielska.
Así pagó nuestra espléndida Hipatía la ingenuidad de creer que Alejandro había impreso a la ciudad un sello de ecumenismo y tolerancia para siempre, y que el extremismo religioso de esos días podría convocarse a la concordia por el ascendiente de la razón.
(1) Nota de la E. Los hechos ocurrieron en 1932 y las víctimas aludidas son el profesor primario Manuel Anabalón Aedo, de 22 años y el periodista Luis Mesa Bell, que denunció el asesinato en la revista Wikén.