La magia de las nuevas tecnologías ha hecho posible observar un fenómeno celeste en “vivo y en directo”. Hemos visto transitar el planeta Venus frente al sol, alineado con la Tierra el cinco de junio de este año. Apenas un punto negro recortándose contra la luz enceguecedora del Sol. No es necesario ser astrónomo para saber que no somos nada distinto. Nuestro planeta entero es, también, observado desde Marte, un punto oscuro que atraviesa nuestra estrella.
Hay un extraño sentimiento, no exento de secreto pavor, saberse el habitante de un punto suspendido en el vacío, vagando alrededor de la luz.
Rara vez pensamos estas cosas, sumidos como estamos en el despertador, las cuentas por pagar o aquella reunión tan importante que nos reclama a primera hora. La curiosidad y el deslumbramiento extático lo hemos relegado a nuestros primeros años.
Es en la infancia cuando asistimos embobados al espectáculo del mundo y nos hacemos esas preguntas fundamentales, la mayoría de las cuales solo tienen como respuesta un signo de interrogación.
Es en la infancia, empero, cuando cristaliza en nosotros la conjunción de un pensar-ver, pensar-imaginar, pensar-sentir… Es la niñez la que nos regala las preciosas horas en que el pensamiento nos lleva al límite y nos muestra con nitidez el prodigio de prodigios, la capacidad humana de instalarse, precisamente, “allí”.
Esta “experiencia fundamental” será más tarde pervertida por la cultura en la que nos toca nacer, convirtiendo en mero discurso ese universo vasto que avizoramos un día. Así, todo dogma encarcela el precioso tesoro que late en cada uno de nosotros.
Sin embargo, detrás de tanto discurso pseudo espiritual, en rigor, discurso político, se esconde una verdad sublime. Cada ser esta provisto de la capacidad para arribar a un ámbito superior de existencia y percepción, cada ser puede acceder a la experiencia de “lo fino y espiritual”.
Venus nos muestra la danza de los astros en un universo sin tiempo y sin límites, una imagen que conjuga extrañamente la dimensión estética y ética de lo que somos en este diminuto planeta. Hay algo muy difícil de comunicar que está “allí” y que se nos entrega como un dulce caramelo para nuestra fruición.
Cuando el tiempo desaparece, irrumpe la presciencia de lo otro.
En nuestra retina hay “un punto ciego” del cual no somos conscientes. Del mismo modo, en el fondo de nuestro pensamiento existe un punto oscuro que al igual que el planeta Venus se nos aparece, a veces, eclipsando la altiva razón.
Ese punto es lo “No Humano” que abre las puertas al Mundo de Alicia, donde conejos y relojes, sobre todo relojes…
Observo aquel lejano planeta que nos recuerda nuestro lugar en este universo y vuelvo, sabiendo que una parte de mí se quedó en otra parte y que ya no volveré a ser el mismo, sí, vuelvo a mis tareas cotidianas: encender la pipa y escuchar a Vivaldi que lo repite por enésima vez, como en una feria, Gloria in excelsis Deo.
Vuelvo a hojear distraídamente ese delicioso libro de Aforismos de Georg Lichtenberg: “un reloj que, al dar un cuarto, dijera siempre a su propietario: tú…, al dar la media: tú eres…, los tres cuartos: tú eres un…, y al dar la hora: tú eres un hombre”.