Poco se entiende la disputa entre algunos pocos socios y la propia Sociedad de Autores. Es algo inédito en su historia y, curiosamente, sucede cuando mejor funciona esta entidad haciendo muy bien lo que le corresponde por mandato: gestionar la obligatoriedad del pago de los derechos de autor por los usuarios de diferentes industrias y administrarlos de modo que lleguen y se repartan a los creadores no sólo de Chile sino de una gran cantidad de países en el mundo.
Esta específica función recolectora ha sorteado en los últimos 25 años inmensas trabas en nuestro país pues el derecho de autor es un derecho de no fácil comprensión en general y, aunque parezca increíble, para algunos asimilable más a un capricho de los creadores que a un derecho.
Los músicos chilenos hemos visto cómo los indignados en verdad han sido las cadenas de negocios y supermercados, líneas de buses, empresas de internet que hacen sus fortunas con la música, cada vez que se les exige que respeten este derecho y paguen lo que les corresponde.
Un solo ejemplo: años atrás una línea famosa de buses provinciales se negó a pagar los $6.000 mensuales por el uso de la música en sus viajes y como protesta eliminó este servicio en sus buses. Sólo $ 6.000 o algo así.
Pero con todo, hoy se ha instalado como un deber por quienes hacen y complementan sus negocios usando la música, y se puede decir que evadir este pago va constituyendo cada vez más una excepción y no la regla.
La defensa de este derecho, su promoción en el contexto social y también la buena recaudación de éste, son requisitos que enaltecen la vida del artista, dando justicia también a la importancia del arte y la cultura en la vida de las naciones. Quienes vivimos exilados en Europa y tuvimos relaciones con sociedades de autores hermanas de la SCD chilena, como la SIAE italiana en mi caso, somos testigos del importante valor agregado que tiene la defensa de este derecho.
La SCD ha crecido en los últimos tiempos hasta hacerse notar como una ejemplar sociedad de gestión. La importancia internacional de su trasparente y eficaz funcionamiento la hacen una de las mejores del mundo y éstas no son palabras gratuitas.
El modo interno de su estructura y la relación con los socios es algo que siempre ha ido cambiando para bien y lejos de una gestión burocrática lejana al afecto y reconocimiento que se les debe a los artistas. Basta con visitar la SCD, sus dependencias y darse cuenta de cómo sus funcionarios están disponibles para aclarar y ayudar en los trámites variados que los socios requieren.
El premio Altazor, el reconocimiento a la Figura Fundamental de la Música Chilena, la política editorial que inauguró una valiosa recopilación y estudio de la música chilena en sus diversas expresiones,los sellos Oveja negra y sello Azul, políticas para ayudar concretamente a sortear problemas de la vida de los músicos, son algunas de las valiosísimas obras creadas por la SCD, su Dirección y el Consejo que se elige por votación de sus socios.
Luego, inestimable es la ayuda que la SCD ha prestado a la formación de estructuras similares en el mundo de las Artes y la Cultura: libro, cine, danza, etc., en el bien entendido que la promoción del derecho de autor no es una cuestión técnica monetaria o de lucro, como torpemente alguien ha insinuado, sino la premisa de la dignidad del artista que redunda luego en una justa valoración de la importancia social del arte y la cultura.
Basta ver cómo ha sido dura la negociación por parte de los canales de televisión que repetían prestaciones de actores cubriendo horas de trasmisión sin la debida compensación, hecho que ha indignado a los ejecutivos de la televisión en un principio y que luego han debido reconocer como justas demandas.
La verdadera indignación es hacerse los lesos con este derecho.
Pero existe algo insoslayable si queremos ser objetivos. Todo esto ha sido posible por la acción mancomunada de la Dirección general de la Sociedad y de sus diferentes Consejos que reúnen a los músicos en su diversidad. Santiago Schuster, Eric Goles, Luis Advis, Fernando Ubiergo, en la actualidad Alejandro Guarello y Juan Antonio Durán. Así lo viví personalmente cuando fui integrante de ese Consejo los años 2000 y 2001, en tiempos de Schuster y el maestro Advis.
Pero, se pretende mostrar una SCD de irregularidades y eso es una ficción y hasta una falta de respeto grave. No es posible por el grado de transparencia que siempre se ha tenido.Han aflorado dos casos de indemnizaciones a recaudadores con muchos años de servicio y eso es legal y dentro de criterios comprensibles.
Curiosamente, quienes protestan por estas atribuciones de la Sociedad traen a la memoria la terquedad e indignación de los patrones cuando se niegan a compensaciones a sus trabajadores del todo razonables.
El éxito del trabajo de esta Sociedad tan respetada por todos también radica en las buenas relaciones, afectuosas relaciones entre la parte administrativa y la dirección de los músicos expresada en el Consejo. Para botón de muestra, Maricarmen Flores, funcionaria de siempre,cálidamente homenajeada en la pasada cena de fin de año.
Esta es la SCD. Que no es un Sindicato ni puede serlo, aunque cubre, por su buen funcionamiento, reivindicaciones más allá de sus funciones. Tampoco un partido político, aunque tiene una clara política de promoción de la cultura. Es sólo una organización de gestión colectiva de los derechos de autor, inteligente, profesional y sensible al mundo de la artes. De ahí su fama.
Finalmente, creo que la inmensa mayoría de los socios se reconoce con orgullo miembro de la SCD y velará porque esta institución prospere y no caiga en disputas pequeñas que inclinen la eficacia que los músicos esperamos de ella.