Soy hombre puntual, pero llegué tarde a todo lo mejor del siglo XX.
Cuando nací, Valparaíso no era ya la joya del Pacífico y los Beatles se habían separado.No vi jugar a Chamaco Valdés y menos supe lo que se sentía tomar un tren a Iquique, pero lo que más lamento es haber llegado atrasado a la carrera de actor de mi padre.
Crecí escuchando la leyenda sobre su carrera en el teatro, radio y TV. Ese Alfonso Quintana González que tuve la felicidad de conocer, no parecía una estrella del espectáculo en esas tardes de la década de los ochenta cuando lo veía retornar del trabajo, tranquilo, portando el diario bajo del hombro. Mucho menos, cuando muy temprano se recogía para hacer el puzzle del periódico, mientras escuchaba la radio Cooperativa en su receptor reloj.
Sólo tengo un recuerdo impreciso de él animando un espectáculo matinal infantil a fines de los 70, en el Teatro Condell del puerto. Hay recortes de diario atesorados por la familia, donde se menciona un homenaje recibido por él en esa ciudad en 1979 cuando, a mis 6 años, concretó su retiro voluntario de las tablas.
En plena dictadura era evidente que el arte no iba a ser prioridad.
En la década de los cuarenta, en su plena juventud porteña y como inspector de tranvía, habría descubierto esa pasión por el teatro gracias a que el sindicato tenía una compañía.
Crecí oyendo que grabó innumerables radioteatros para las estaciones porteñas de Cooperativa Vitalicia y Portales o la local Radio Cochrane.Decían que formó parte del elenco de Arturo Moya Grau y de otros próceres regionales como Carlos Paniagua.
También que era amigo de Alejo Álvarez, galán porteño en los 50 de Chile Films, un colega que trató de convencerlo, sin éxito, para partir a probar suerte en el cine de la capital de esa década.
La fábula de mi padre continuaba, siempre relatada por otros, con su relegación a Pisagua en los años de González Videla, cuando con varios compañeros porteños tuvo que limpiar y pintar el teatro salitrero abandonado, porque lo obligaron a montar una obra bélica, solicitada metralleta en mano, por un desconocido teniente Pinochet.
Otros me narraron, que fue uno de los primeros actores en salir al aire en los pioneros teleteatros emitidos por UCVTV en los sesenta. También se le recuerda protagonista de dos programas precursores del formato infantil, llamados “Hoy Circo hoy” y “Sonó la Campana”. En el primero caracterizaba a un señor corales, denominado Chaparro y en el segundo, a un profesor hilarante que interrogaba a escolares que competían por un premio.
Cuentan que fue tanta la popularidad y fama provinciana lograda con esos personajes, que le daban el asiento en el micro y los niños lo seguían por el barrio.
Era curioso asociar a ese personaje legendario con el padre que habitaba mi casa, pues de teatro, poesía, literatura o cine, sólo hablaba brevemente en esas noches que por suerte daban por TV una de Spencer Tracy, su ídolo de todos los tiempos.
Entre los años 40 y tantos a los 70 y tantos los actores famosos no cobraban como ahora.Mi padre trabajaba en un almacén en el centro de Viña y su popularidad, aseguran, incrementaba las ventas. El teatro era su segundo empleo, a veces fue el primero.
Se dijo que conocía a Los Perlas a Daniel Vilches, Petronio Romo y Luz Eliana. En casa quedaron algunos recortes, volantes, fotos y un par de grabaciones en discos de vinilo.
Uno con la obra El Principito, donde interpretaba al borracho del asteroide y otro con locuciones cómicas para un disco de cuecas, pues fue animador por años de la Ramada Oficial de Viña del Mar.
Años atrás, uno de mis hermanos fue a UCVTV a buscar material de mi padre y le dijeron que todo se había perdido, porque en esos escuálidos años lo grabado en magneto se borraba de inmediato. Cuentan que sobre el alunizaje de Armstrong habían grabado a un astro más importante: Sandro.
Es un hecho que llegué tarde al asunto artístico más entretenido de mi vida, pero tuve la suerte de vivir con él hasta 1989, año en que se fue para siempre de gira artística. En sólo 15 años nos hizo reír, soñar, estudiar, madurar, vivir navidades hermosas, fiestas patrias alegres y años nuevos inolvidables lanzando petardos por ese Pancho querido.
Ahora que reflexiono comprendo cómo todo lo que nos entregó como padre lo hizo personificando su más grande rol, por el cual debería haber recibido el premio de la academia y que reseñado en la tapa del DVD habría versado así: “Alfonso Quintana González, padre y trabajador chileno, que en su segundo empleo cumplía su sueño de ser actor de teatro, radio y TV”.