Así fue cómo un día entró a la librería, donde trabajé hace tantos años, un espigado poeta alemán llamado Martín Zcimeck quien me preguntó si teníamos algún volumen sobre terremotos chilenos. Él, se encontraba en suelo nacional estudiando nuestra relación con estos fenómenos y así acopiar material para su próximo libro centrado en, los también devastadores, “terremotos del alma”.
Me dijo: “Ustedes han vivido siempre enfrentados a catástrofes geológicas, pero los alemanes estamos constantemente a merced de las espirituales”.
¡Qué frasezón!, me dije en voz baja, recuperando el aliento.
Como noté que el trato con este cliente sería especial, pues no andaba buscando a las cumbres inalcanzables de nuestra literatura como Fernando Villegas, Sergio Bitar, Fouguet o Pilar Sordo, debí estrujar mis neuronas con su requerimiento.
Sólo pude comentarle que debería haber algo en Temblor de Cielo de Vicente Huidobro, o en un cronista colonial desconocido como Pedro de Peralta.
De éste último hay versos sobre un sismo ocurrido en Concepción en 1730, los cuales recitábamos los del Instituto Nacional en lo más connotados toples de fines de los años 80, pues decían: “La ciudad triste, aún más que estremecida,/ padecerá del agua sepultada,/ […] tendrá toda la vida trastornada:/ la ropa aún para abrigo consumida,/ la copia al alimento arrebatada”.
El clisé de nuestra poesía atribuye a Gonzalo Rojas ser un vate telúrico, sin embargo él con su infinito humor aclaró no serlo, ni órfico, ni lárico, sino lectúrico, dijo. Desconozco si algún prosista o bardo mayor de nuestra patria haya escrito LA obra cumbre sobre terremotos, salvo que alguno de ellos haya perseverado en escribir a mano a pesar de sufrir atrapamiento del nervio mediano.
Lo importante, creo, radica en aceptar también cuánto récord marca nuestro país en terremotos del alma.
Nos estamos haciendo los Tironi con la energía acumulada, tal como sucede en la litosfera antes de un sismo, bajándole el perfil a la crisis de esta “modernidad” impuesta a sangre y fuego.
Según La Organización Mundial de la Salud, el 53,5 % de los santiaguinos posee algún trastorno mental. El organismo vislumbra patologías frecuentes como: depresión, síndrome angustioso, neurosis del carácter, psicosis maníaco depresiva, depresiones involutivas y fotodepresión por trabajar en sitios con exceso de luz artificial.
Recuerdo a un psicólogo social que me comentó hace años sobre la incertidumbre laboral responsable de los cuadros depresivos en los jóvenes, la disciplina usurera sobre los trabajadores, la frustración femenina por tener labor en dos frentes y el 27 % angustia y depresión en los niños.
Así estamos hoy, a la espera del correspondiente cataclismo en Arica, ya no hay ominamis en la ONEMI, pululan en ésta hoy sus primos, los “aliméntate sano”, sin descontar que desde siempre hemos vivido lo que el supuesto rapsoda pensaba ocurre sólo en el primer mundo.
Según el lírico Armando Uribe desde el 11 de septiembre de 1973 se cortó para siempre la leche de la sociedad chilena, hoy sólo seríamos un grumo de diversos lumpenajes en todas las capas sociales, profesionales, técnicas, religiosas, sindicales, empresariales, gremiales, deportivas, etc.
Aunque ese supuesto juglar germánico haya sido sólo un delirante bávaro, simulando ser Martin Zcimeck para escapar de Villa Baviera, considero muy buena su idea para un libro de poesía.
Se nos hace urgente una tectónica de almas, para ayudar a los damnificados, reconstruir las utopías aplastadas por el eterno cogobierno con la derecha pinochetista, rescatar a los nuestros de las garras de los siquiatras, la industria farmacéutica y el ñoñerismo ambiente.