Llámase “Imbunche” a ese personaje mitológico chileno, un monstruo, fabricado especialmente mediante mutilaciones atroces practicadas en niños sanos y robustos.
Quien habló mucho de esto fue-nuevamente sale a la palestra ese gran cronista-, Joaquín Edwards Bello, quien llegó a crear un término, “el imbunchismo “para describir ese apego inefable al feísmo que nos domina a los chilenos cuando se trata de meterle mano a la ciudad.
La mirada de don Joaquín.
¿Qué nos diría de todo esto el mentado don Joaquín Edwards Bello, el mismísimo autor del término “imbunchismo”?
Para averiguarlo y aprovechándome que en mi entrega anterior habíame referido al gran cronista del siglo pasado, solicité y obtuve una entrevista en exclusiva. La verdad es que no sé si existió o la soñé. De ella recuerdo, en todo caso, el siguiente diálogo:
-Oiga don Joaquín, leyendo algunas de sus crónicas de principio de los sesenta del pasado siglo, me encontré con su crítica muy certera a la costumbre de las autoridades chilenas de su tiempo de hacer desaparecer lo bello para reemplazarlo por lo feo, lo antiestético.
¿Podría explayarse un poco?
-Ciertamente. Aunque hace muchas décadas que descanso en paz, bien me viene reiterar lo que dije en su momento. Que en el alma nacional y ciertamente en las autoridades de nuestro país, hay un cultivo de lo feo. A eso lo llamo ”imbunchismo”.
Espero que las generaciones que han continuado habitando este maravilloso Chile hayan aprendido de esos desastres. Que usted me tenga buenas noticias, mi amigo.
-Yo…este
-Mire. Mientras viví fueron miles de veces en que pude apreciar estas fuerzas malévolas, destructoras. Estas fuerzas atroces y anónimas que hieren sin previo aviso, como terremotos.
Mire usted la destrucción del Puente de Cal y Canto, reducido a polvo y que después cedería lugar a monstruosos puentecillos. Imbunches…¿Sigamos? “La Casa Colorada, el llamado Palacio Arzobispal, el Portal Edwards, etcétera.
El canibalismo comercial aliado del imbunchismo, obstruye y deforma puertas, techos, pilastras, ventanas ¿Se ha imaginado usted por un momento qué sería de Venecia si la hubieran regido nuestros imbunchistas durante cien años?
¿Qué sería de la calle Rivoli en Paris?
Por eso espero que hacia fines del XX y comienzos del XXI ya la sensatez haya predominado y las trapacerías urbanísticas sean cosa del pasado.
-Buen don Joaquín, tengo una mala noticia: no hemos cambiado mucho. A decir verdad, vamos de mal en peor.
-No me diga nada. Apuesto que con complicidades demasiado evidentes de pseudo autoridades omnipotentes.
-Así no más es, don Joaquín. Sin ir más lejos un lector de “El Mercurio”, en el día de hoy- estamos a 5 de marzo de 2012 aquí abajo en la tierra-,hace un inventario de lo que denomina “aberraciones y agresiones urbanas”.
Valparaíso- su ciudad natal don Joaquín-, se destaca con la demolición de un edificio en la calle Colón , otrora ejemplo del pasado industrial de la ciudad y la demolición de una manzana completa de famosas construcciones de principios del siglo XX, expresión de un estilo de ciudad y la demolición del Teatro Valparaíso , manifestación notable y bien lograda de las corrientes arquitectónicas de los años 30 del siglo pasado , con hermosos vitrales exteriores y decoraciones interiores.
De Viña del Mar, otrora ciudad jardín, ni hablar. Ya han reclamado ilustres viñamarinos como doña Sylvia y don Gastón Soublette y…
-¿ Me está usted contando que respecto de los jardines y hermosos barrios y construcciones del centro histórico y de la población Vergara podría repetirse la pregunta que Jorge Manrique formula por la suerte de los Infantes de Carrión: “¿qué se ficieron?”.
Algo huele mal entonces en esta comarca, diría el príncipe Hamlet de contemplar lo que ocurre en nuestro chilito.
-Pero ¿quiere que le cuente más? el “Do de Pecho” ha ocurrido con el famoso “mall” de Castro. Una construcción enorme de acero y fierros en pleno centro de la ciudad.
-No me diga que están destruyendo esa hermosa tierra de palafitos, con su Iglesia Patrimonial del siglo XVIII, San Francisco creo que se llama.
-Así no más es, don Joaquín, y…
-Ya lo sé. Le apuesto que como justificación las autoridades invocan el progreso que les traerá el comercio, que ellos tienen los mismos derechos a ser “civilizados” como en la Metrópoli como si la única alternativa para eso fuese que no haya comercio en Castro o donde quiera.
-Así es don Joaquín, nadie duda que los chilotes también quieren consumir, pasear, ir al cine en invierno, al igual que los santiaguinos.
- Pero si es igual a los tiempos en que yo vivía entre los chilenos. Igualito. Con ese tipo de argumentos interesados en el debate uno se explica perfectamente como nos hemos arreglado, de la mano de lo que yo llamo “imbunchismo aliado del canibalismo comercial” para destruir, palmo a palmo, nuestro patrimonio cultural y arquitectónico hasta transformar nuestras ciudades en algo irreconocible. En un imbunche.
¿Y qué dicen las autoridades de todo esto?
-”Nosotros no tenemos autoridad” dicen los concejales más conscientes de este atentado; “eso le corresponde al Jefe de Obras, o al Seremi”, que así se llaman quienes que actúan a nombre del poder central, don Joaquín.
-¿Quién perpetra el crimen, entonces? “Fuenteovejuna, señor…” nos diría Lope de Vega desde el siglo XVII. O sea, nadie.
- Si se levantase de su tumba, don Joaquín, volvería a caer fulminado. Vamos de mal en peor. No tenemos mucho arreglo, parece. Los lúcidos urbanistas, los sensibles, llegan demasiado tarde. Nos hemos encargado de levantar disposiciones legales reglamentarias que entregan demasiada tolerancia al lucro desmedido, a la ferocidad especulativa.
A la par de estos imbunches visuales que matan por doquier la belleza, unos imbunches legales que hacen que hasta las mismas omnipotentes autoridades centrales se crucen de brazos y digan “no podemos hacer nada”.
- Es que “poderoso caballero es don dinero”.
En ese momento, viendo que el contenido de la conversación tensaba en extremo a nuestro entrevistado y que, a juzgar por su mirada del reloj eterno, estaba más contento en el más allá que en el más acá, procedí a despedirme, no sin antes decirle:
-No, don Joaquín, no se levante. Descanse usted en paz. Como ve, el imbunchismo sigue campeando con más voracidad que nunca.
A punto estaba de retirarme de su presencia cuando, casi en un susurro, el gran cronista haciendo gala del sentido del humor propio de sus ancestros británicos, me hizo escuchar sus últimas palabras:
-Por lo que me cuenta usted no hemos cambiado mucho. No sé si sabrá que en mis tiempos a las farmacias se les llamaba “Botica”.
De verdad me doy cuenta que los chilenos parecemos una Botica vacía: no tenemos remedio.