En Chile – y seguramente en otras partes también – en torno a las personas se construyen los mitos olvidando buena parte de las cualidades y defectos de quienes son objeto de la mitificación.
Se eligen algunos aspectos de su vida y se olvidan otros, como si la realidad no pudiera aceptarse con todas sus contradicciones. Todo tiende a mostrarse como positivo y todo lo que pudiese alterar la imagen construida, simplemente se borra.
De ese modo, todos los personajes que pasan a ser reconocidos públicamente como “históricos”, en realidad no son mas que invenciones bastante alejadas de lo que fueron en su vida los seres humanos de carne y hueso que han dado lugar a esos fantasmas.
Esto pasa también con Violeta Parra, figura emblemática del folklore chileno, gran artista, y mujer de extraordinario talento. Pero también, mujer terrible, de pasiones muchas veces descontroladas, y no siempre justa en sus juicios sobre los demás.
“Corderillo disfrazado de lobo” decía Nicanor. Esto significa: corderillo para los que tenían un trato íntimo con ella, pero lobo para la gente que se cruzaba en su camino sin llegar a esta intimidad. ¿Y estos no eran acaso la inmensa mayoría de los seres humanos?
Recuerdo la insolencia con la que trataba al público de la peña que osaba hacerle algún inocente comentario a su acompañante mientras ella cantaba. Tenía una postura orgullosa ante lo que hacía, sabía lo que ella valía y quería ser reconocida, pero no reparaba en mostrarle su desprecio al que se apartara de sus valoraciones.No era serena en muchos de sus juicios y a veces se le pasaba la mano.
Recuerdo una escena que me tocó presenciar. Estábamos cantando con el Quilapayún en una peña de Valparaíso, cuando de repente se abren las puertas del lugar estrepitosamente, y entra la Violeta como una furia exigiendo que le devolvieran a su hija. María Luisa se había escapado de La Reina, y enamorada como estaba, había seguido a su príncipe azul hasta el puerto. Era menor de edad y estaba sentada entre el público.Violeta, zamarreándola y llenándola de insultos, la arrastró del pelo y se la llevó.
Después, supimos que como castigo le había cortado el pelo a tijeretazos.¿Esto quiere decir que era un energúmeno y que no se merece nuestra admiración como artista? Nada de eso. Esto quiere decir que era un ser humano y que la misma pasión que ponía en sus canciones podía volverse un incendio cuando se trataba de sus relaciones humanas.
Para escribir ciertas canciones hay que estar furioso hasta el límite de lo controlable. Una persona de sentimientos menguados podría componer un vals vienés, pero nunca el Maldigo.
De modo que tratemos de acostumbrarnos a estas contradicciones. Construir estos personajes mitológicos que no se parecen en nada a la realidad es, en último término, un insulto a lo que ellos verdaderamente fueron. Muchas personas aprendimos a valorar a la Violeta a pesar de sus defectos.
Pero “a pesar de” no significa negarlos, sino asumirlos como limitaciones que todas las personas tenemos. Pero esta tendencia a la falsa mistificación puede llegar a ser también peligrosa.
En la excelente película de Andrés Wood sobre la Violeta se borra completamente su compromiso político y se idealiza su muerte hasta el punto de mostrar como su principal causa su desengaño amoroso con el “Afuerino”.
En realidad, esa relación había terminado hace tiempo y Violeta vivía en la carpa con el uruguayo Alberto Zapicán, “el Albertío”, que no aparece en la película. De ese modo se es injusto, olvidando a la persona que vivió con ella hasta su último día, que grabó con ella su mejor disco (“Las últimas canciones de Violeta Parra”) y que la descubrió muerta en la carpa de La Reina.
La propia muerte de Violeta es bastante más compleja que como se la ha querido mostrar. Con ella no solo tienen que ver las historias amorosas, sino los fracasos profesionales, los problemas familiares y probablemente una fuerte tendencia psicológica al suicidio y a la depresión.
Muchas veces los suicidios son formas de venganza hacia los que quedan vivos y por eso victimizar al suicida no es siempre la interpretación más justa de los hechos.
El instinto de muerte necesita muchas veces de rebuscados caminos para imponerse, y probablemente ninguna de las motivaciones que tendría una persona sana para matarse – que son las únicas que podemos entender – es suficiente para explicar un acto tan radical como este.
Otro mito responde a la majadería típica de los folkoristas que pasan la vida quejándose de que el público es injusto con ellos y que solo se acuerdan de su música en los días del 18 de setiembre.
Este tipo de discurso chantajista no fue tampoco ajeno a Violeta. Como si generando culpa en los oyentes se pudiera solucionar este problema, que, evidentemente, tiene otras causas que la simple indiferencia. “¡No me gusta el folklore!”, decía el Cuervo Castro.
Por eso: ¡Ojo con la culpa! Hay ahí detrás un intento de manipulación que debe ser siempre denunciado. La Violeta fue ayudada y bastante más que muchos otros artistas nacionales.
¿A qué otro artista folklórico se le ha instalado una carpa donde vivir y hacer su música?
¿A qué otro artista se le ha regalado una casa? El Alcalde Castillo Velasco hizo lo que pudo y lo que hizo, lo hizo bien.
Por otro lado, que el Instituto de Extensión Musical, institución que siempre trabajó con presupuestos miserables, se haya interesado en la medida de sus medios en el trabajo de Violeta y de otros folkloristas es algo que debemos agradecer.
De ninguna manera es aceptable decir que nadie ayudó a Violeta en sus investigaciones, pues es justamente gracias a estas ayudas que poseemos hoy día un gran acopio de materiales de gran valor musicológico en la Universidad de Chile.
Por lo tanto, tampoco hay culpa en esto. ¡Culpa, culpa, culpa! Pareciera que nuestros mitos siempre tienen que construirse sobre la base de la culpa.
Dejémonos de cuentos y tratemos de tener un visión más certera de nuestra propia historia. No para derribar mitos, sino para construir mitos estables, sin pies de barro y que sean capaces de atravesar los tiempos como una herencia válida para las generaciones futuras.
Un poquito de más verdad no la hace daño a nadie. Y frente a Violeta Parra, les aseguro que somos todos inocentes.