Hace años sigo la pista de las omnipresentes pantallas que nos encontramos en andenes y vagones de nuestro orgullo metropolitano, el Metro de Santiago. Nada ha cambiado en ellas.
¿Puede alguien creer que haya gente contenta con la programación de ese engendro de canal? Con los chascarros, con los videos de reggaeton y baladas romanticonas, con los noticieros sensacionalistas y fragmentarios.
Yo no veo televisión y las pocas veces que tengo inevitablemente un televisor encendido frente a mí es en el Metro.
¿Por qué tengo que esperar el tren fumándome a alguna gringa oxigenada, a raperos con dientes de oro o las insoportables novedades de Ricardo Arjona?
¿Por qué esos alienados momentos de espera no son usados de forma inequívoca y completamente dirigida a promover la producción artística chilena?
Metro dirá que tiene interesantes franjas de difusión cultural, pero no pasa de ser un mero cumplimiento del deber, un cuoteo más de los que ya nos tienen acostumbrados.
Eso también lo pueden decir los canales de televisión abierta, cumpliendo con el escaso porcentaje que impone el Consejo Nacional de Televisión, habida cuenta que suman las teleseries dentro de la programación cultural. También lo argumentan muchas radios cuando programan Supernova, Kudai, Alberto Plaza, Pablo Herrera, para rellenar la escueta programación nacional.
Me pregunto en qué mente cabría que un canal de señal cerrada de una empresa pública programe mayoritariamente artistas extranjeros de marcado corte comercial.
Señores, esto no es una aerolínea con su programación de aeropuerto. Esto es un subte, afuera a pocos pasos está la calle, la realidad urbana y confusa de millones de personas a las que intentan adormecer con programación basura.
Sin embargo los músicos tocan en sus accesos junto a los libros usados, al sushi vegetariano, al pan krishna, el cine arte y de un cuanto hay. Todo esto Metro lo tolera, pero en sus pantallas lo niega.
¿Cuál es el trato? ¿Cuál es la lógica que debemos explicarnos? ¿Cuál es el arreglo, quizás, con las multinacionales de la información? ¿El añejo discurso del autofinanciamiento?
Aún así, sea cual sea la respuesta, demasiado fácil entregamos los pocos espacios posibles para difundir a nuestros cultores. De hecho ya no importa la respuesta, simplemente debe cambiar.
Basta de esperar que a algún joven ejecutivo cuiconciente, se le ocurra que sería genial “darle algo a la gente”. Hay que exigirlo todo. Es el ejemplo que nos dan los estudiantes.
En Chile sobran los ejemplos de artistas de gran calidad que no encuentran el más mínimo espacio de difusión de su obra. Ojo, no se engañe, Radio Uno no lo hace. Es una empresa privada que se rige por rating, pero sobre todo se rige por los intereses de ciertos sellos nacionales y de su majestad la SCD, que cuotea a sus artistsaurios para que reciban algo más en sus liquidaciones anuales de derechos.
Metro TV debe dedicarse exclusivamente a la promoción de las artes desarrolladas en Chile.
Y por favor que no vengan con el argumento de que Metro difunde a través de esos paneles en que acumulan afiches en las paredes de los andenes, en que las calidades de los espectáculos promocionados son de una disparidad alarmante, y todo se confunde en un collage incomprensible de pegatinas usualmente desactualizado.
Metro transporta diariamente cerca de 2 millones de personas, lo que lo transforma en una plataforma de difusión en manos públicas sin precedentes.
Estamos hablando de que con bajísimos costos (o con los mismos medios destinados hoy a Metro TV), se podría tener un poder de divulgación cultural de mucho mayor envergadura que en los mejores tiempos de las grandes editoriales chilenas como Universitaria o Quimantú, y sin duda de mucho mejor calidad que la televisión “pública”, entregada sin más a las reglas del mercado, un completo absurdo para cualquier empresa estatal.
Metro TV aún se puede y se debe redimir. No hay mejor momento que este, en que el tren sigue perforando el gruyere en que hemos transformado a Santiago, y pese a los apretujes de la mañana y la tarde, los santiaguinos seguimos prefiriéndolo antes que a esas longanizas voladoras que abren las anchas alamedas, que ojo, también están comenzando a equiparse con pantallas, a las cuales también debemos reclamar la misma función difusora para nuestros artistas.