Valparaíso se paralizó la madrugada del once de septiembre de 1973. Ni un disparo, ni el menor atisbo de resistencia popular salió al paso de los soldados que ocuparon con calculada precisión cada rincón de la ciudad. Pese a ello, la furia, el odio y el encono puesto de manifiesto por los golpistas contra la población civil alcanzarían cotas nunca imaginadas de terror. La caza del enemigo fue feroz.
En la región de Valparaíso, los centros clandestinos de tortura y ejecución llegaron a un centenar. Se acondicionaron para los deleznables cometidos cuarteles, comisarías, sedes de organismos oficiales, universidades, colegios y barcos. Incluido el buque -escuela Esmeralda, que hoy pasea por aguas del mundo la sombra del desprestigio por obra y gracia de la dictadura.
Lo que poco o nada se sabe, aún después de transcurridos 38 años del golpe (nada extraño cuando persiste la desmemoria en estamentos poderosos del país) es que a partir de aquel día, entre las miles de víctimas de la represión hubo menores de edad. Muchas de ellas todavía niñas que se habían entregado con entusiasmo juvenil a causas que creían justas.
Una de ellas era la democratización de la enseñanza y la mejora de la educación pública. El primer paso se había dado en 1971 con el debate de la Escuela Nacional Unificada- ENU- un proyecto que originó confrontaciones.
Fue en este período donde se fortalecieron los Centros de Alumnos, con una fuerte carga ideológica.
En Valparaíso, el liceo que marcaba pautas en cuanto a la lucha por innovar en la educación e imponer la calidad en todos los colegios era el número 1de Niñas. El más antiguo del país y de gran prestigio por su profesorado y por la estricta disciplina heredada de sus orígenes germanos.
Ser alumna de este liceo obligaba a tener buenas notas y disposición a destacar.
Todos esos requisitos los cumplieron sin atisbo de desmayo un puñado de liceanas que, además de empollar las asignaturas, sobresalían por su compromiso con el establecimiento y con los más débiles de la ciudad.
Las dirigentes del Centro de Alumnos no ocultaban sus inquietudes sociales y su pertenencia a partidos o grupos políticos de izquierda. Precisamente esa condición de militantes les llevó a sufrir los más atroces castigos en los centros de detención bajo control de los esbirros del dictador.
Aminie Calderón Tapia y Rosa Gutiérrez Silva son dos ex alumnas del Liceo número 1 de Valparaíso que fueron dirigentes estudiantiles y que sufrieron en carne propia detención arbitraria, tortura y todo tipo de vejaciones siendo todavía niñas, adolescentes.
Tras décadas de silencio, pero no de olvido, acordaron recabar con sus compañeras de colegio testimonios de sus tragedias personales con el objetivo de colectivizar sus vivencias y transmitirlas a las nuevas generaciones. Una lección para que no vuelvan a repetirse hechos ignominiosos que deben avergonzarnos como chilenos.
El resultado de esta empresa es el libro Éramos liceanas en septiembre del 73, publicado por Planeta de Papel-Ediciones.
En 269 páginas se detallan las experiencias de estas entonces jóvenes estudiantes y los intentos inútiles de los represores para romper sus ilusiones. Algunas de las protagonistas se quedaron en Chile y rehicieron sus vidas, otras se exiliaron y allí donde encontraron refugio destacan hoy en sus profesiones.
Llama la atención que todas las liceanas que sufrieron apremio señalen a la directora del Liceo número 1, designada por la dictadura, Leonor Illescas Gardeázabal, como la más ferviente colaboradora de los represores. Ella se encargaba de señalar a las “manzanas podridas” que debían ser detenidas. Desde las aulas y en presencia de sus compañeras eran sacadas las jóvenes que ella consideraba “terroristas”.
La candidez, la ingenuidad incluso, de estas “terroristas” sorprende. Una de ellas, al llegar al cuartel donde sería torturada pidió un teléfono para llamar al liceo y comunicar a una profesora que ese día no podría dar un examen… ¡Y en el cuartel le prestaron el teléfono!
La presentación del libro Éramos liceanas en septiembre del 73 en Valparaíso superó todas las expectativas. Más de trescientas personas no pudieron entrar al recinto para ser testigos de un acontecimiento que se inscribe en la memoria de Chile.
El interés suscitado por esta obra demuestra que los porteños saben que antes de la dictadura ellos también tuvieron a unas combativas precursoras de Camila Vallejo, que luchaban por una educación de calidad y gratuita.